Aquella mañana llegaron varios pacientes a consulta, y si bien la sala de internación en la clínica veterinaria era chica, ese día no había pacientes internados.
Pablo y Gastón, una pareja de muchachos de unos 30 años entraron a la clínica con un cachorro de ovejero alemán de unos 60 días que presentaba un cuadro de vómitos y diarrea grave, con deshidratación.
La veterinaria los hizo pasar al consultorio y, después de revisar al cachorro que se encontraba en mal estado, sin dudar les informó —Este pequeño debe ser internado. Tiene mucha deshidratación y puede morirse si no se lo interna con suero para rehidratarlo y controlarle los vómitos y diarrea.
Ellos no dudaron y así fue como el pequeño Nerón ingresó a la sala de internación con suero.
La sala de internación constaba de 4 jaulas de tamaño mediano con bombas de infusión para cada una (esos aparatos automáticos que van pasando el suero de forma controlada), y ese día el único paciente que había era Nerón. Sus dueños pidieron quedarse con él un rato, y la veterinaria les dijo que podían quedarse hasta el horario de cierre al mediodía, que sería dos horas después.
No habían indicios de porqué Nerón se encontraba tan mal, se sospechaba de parásitos, comida que le hubiese caído mal o demás cosas, entonces se le hicieron pedidos de análisis de sangre, orina y materia fecal.
Cuando los dueños se fueron de la clínica le pidieron a la veterinaria si podían volver un rato a la tarde para estar con el cachorro, y ella amablemente les dijo que sí.
Nerón seguía igual esa tarde, pero notaron que, en el piso al lado de la jaula había un gato grande y peludo, de color gris, que estaba echado y ronroneando al lado del cachorro, que se había colocado al lado del gato, pero dentro de su jaula.
— Mirá Gastón, parece que el michi lo está tranquilizando —le dijo Pablo, a lo que este se arrimó y trató de acariciar al felino que, se dejó hacer cariño en la cabeza.
Al otro día Nerón se encontraba un poco mejor, pero debía seguir internado porque su estado seguía siendo reservado a grave.
Una de las enfermeras de la clínica se acercó a controlarle el suero, y Pablo noto que ese día el gato no estaba.
—¿Te puedo preguntar algo? —Le dijo a la chica.
—Si, decime —le respondió ella.
—Sabes que ayer a la tarde había un gatito gris echado al lado de la jaula, pero hoy no está.
—Si, sabe acompañar a los pacientes internados, les ayuda a recuperarse. Se llama Pelusa y le gusta que le hagan cariño en la cabeza.
A Pablo le resultó simpático el hecho de tener un michi enfermero y cada vez que iban a visitar a Nerón, Pelusa siempre estaba a su lado, ronroneando.
Con el pasar de los días descubrieron el origen del cuadro de Nerón, que se había comido una planta de aloe vera que sus dueños tenían en el fondo del patio, y solo cuando ellos la vieron destrozada descubrieron el hecho.
El día anterior a ser dado de alta ingresó a la internación un caniche con un problema de insuficiencia hepática, y nuevamente Pelusa se ubicó cerca de su jaula y empezó a ronronear.
Nerón empezó a mejorar, primero se cortó su diarrea, luego sus vómitos, y al cabo de 5 días fue dado de alta. Cuando sus dueños firmaron el alta, miraron a la veterinaria y le dijeron —Creo que Pelusa se merece una lata de atún, cuidó a Nerón mejor que nosotros.
Ella los miró, sonrió y le dijo —Pelusa falleció en la internación hacen seis años. Tenía un problema grave en sus riñones y después de estar tres días internados se cortó. Cada tanto vuelve y se queda cuidando y haciéndole compañía a los pacientes internados que, gracias a él logran recuperarse.
Y así fue como ese gatito gris, volvía cada tanto al lugar, para cuidar y, con su presencia, reconfortar a las mascotas internadas…
FIN
Dedicado con amor a Pelusa, el mejor gato del mundo…