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Pequeño manifiesto sobre los equilibristas

Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó
pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
Alejandra Pizarnik

Equilibristas, lo que se dice equilibristas, en cierta manera, somos todos.

Un gato negro de ojos azules que camina por las medianeras y sin querer roza con sus bigotes a la luna, es un equilibrista.

Es un corajudo que se sube a un cable de unos diez centímetros de grosor, a unos veinte metros de altura camina por él, despacito, casi volando.

Un equilibrista que se precie de tal no usa una red para contener una caída.

También son llamados funámbulos.

Un funámbulo puede ser una hoja seca bailando en el viento confuso.

Un pájaro posado sobre un tendido de alta tensión que en sus venas lleva 2000 amperios es un equilibrista suicida.

Hacen su oficio bajo una carpa multicolor ajada; o lo hacen al aire libre, entre árboles; quizás también lo hagan  entre edificios, entre nubes de tormenta o entre planetas.

En cualquier sitio y situación idónea tensan su cable y preparan su varo o en su defecto su sombrilla de preferencia negra.

A veces caen, son equilibristas sin retorno; otros usan indignamente  una red que los contengan y salven., esos nos son osados y no le dan un beneficio al show.

Para conservar intacto el pellejo, los equilibristas, también llamados funámbulos, son laboriosos como hormigas, como hormigas voladoras.

A los equilibristas sus nombres le dan un valor numérico, del uno al diez, a su audacia, por ejemplo alguien llamado Pedro no tendría tanto impacto, sería un mero cinco, como alguien llamado Ricardo que superaría ampliamente un siete. Hay que tener en cuenta que la valoración de las capacidades y de la valentía es algo totalmente subjetivo.

Como decía, en cierta manera, equilibristas somos todos, avanzamos dando traspiés entre las nubes de telgopor, caminamos tambaleantes y febriles. Estamos a punto de llegar a nuestra meta al otro lado, después de mil peripecias. Descubrimos que, fatalmente, nos empieza a picar la punta de la nariz y no nos podemos rascar.

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