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Pesca (anti) Deportiva

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Heme aquí frente al bendito teclado, con una idea que me brota del balero sin que pueda ya contenerla. Se trata de algo que tengo hace tiempo en la cabeza pero fue resucitado por una charla reciente.

Actualmente uno se encuentra con mucha farsa de la onda verde por todos lados, mucha ecología, mucho cuidemos el planeta y todo eso que tan bien hace al marketing frutero de las empresas para lograr la empatía del consumidor, profundamente aquejado por la sensación de culpa que le genera el daño constante al ecosistema. Pero entre tanto verde hay algunos puntos que me molestan, como que no son tan verdes, sino todo lo contrario.

Particularmente me voy a referir a un supuesto deporte, filosofía de vida, arte, o lo que puta le quieran decir. La pesca (supuestamente) deportiva. Uno se pone a hablar con un practicante de esta actividad y no puede dejar de ver la pasión que brota con cada palabra. Es como un doctorado en paciencia, vida al aire libre, y un supuesto respeto profundo por la naturaleza. Pero para poder entender esto último, primero vamos a aclarar en qué consiste todo esto.

Se supone que la pesca deportiva se diferencia de la comercial en que no busca una captura masiva de ejemplares (no andan tirando granadas en el carrizal y pasando después una red para recoger los restos flotantes de buena parte de los habitantes lacustres). Estos autodenominados deportistas van con su caña y distintos implementos tirando su línea al agua y viendo si sale algo. Luego, a medida que pescan ejemplares, los pesan y miden, se sacan una foto, y los devuelven al agua aún vivos. Como mucho, podrían elegir uno o dos buenos ejemplares y llevárselos para fines gastronómicos. Dependiendo de la especie, puede ser una tarea muy ardua lograr capturar uno de estos bichos, que presentan una batalla épica contra su adversario. El sentimiento de logro y auto-superación del pescador es casi imposible de lograr por otro medio, según ellos.

La explicación más usada respecto a lo “verde” del tema es que no generan una merma descontrolada de la población de bichos y gracias a esto se paran erguidos en el pedestal de lo sustentable, tan bien visto por estos años. Sumado a esto se vanaglorian por el hecho de devolver el animal con vida, como un acto magnánimo propio de un ser altamente conectado con el ambiente. Todo esto les permite sacar pecho al explicarlo y sentirse profundamente ligados al ecosistema. Si bien creo que casi ninguno sabe lo que significa, se consideran un tipo de monje panteísta hablando a sus feligreses.

La hipocresía de este circo es repugnante desde todo punto de vista si uno aplica un sentido crítico al asunto. El bendito pez anda paseando por el lago, disfrutando del día, viendo qué se puede morfar, sin joder a nadie cuando ve algo brillante que le llama la atención. Su instinto le indica que debe ser una buena presa para asegurar su subsistencia por un rato más. Se lanza contento a por su comida y le hinca el diente como basurero a un lomo de barloa después de patearse medio Mendoza detrás del camión. Manso tarascón le clava, y cuando intenta saborear el bocado siente un aguijón que le perfora la parte superior de la boca. El dolor es insoportable, se mueve bruscamente y recibe a cambio un nuevo dolor, más fuerte aún, que le termina de clavar el gancho del anzuelo en la carne. El ritmo cardíaco se acelera infinitamente y la desesperación se mezcla con un dolor inimaginable. Siente algo tibio y dulce corriendo por la garganta que se mezcla con el dolor. Nada con todas sus fuerzas, pero cada movimiento compite con un dolor sin igual. Por momentos la tensión cede, vuelve a nadar con toda su energía, hacia donde el instinto le indica que se aleja de la amenaza. A los pocos segundos vuelve a caer ante el martirio de la herida.

Todo esto se sucede una y otra vez, hasta que la realidad se vuelve difusa, ya no hay diferencia entre un momento y otro. El instinto sigue dando órdenes al sistema nervioso, que obliga al cuerpo a continuar luchando. La energía va disminuyendo pero no así el dolor. El espíritu persiste en el interior, inquebrantable, sufriente, decidido a continuar dando batalla hasta el final. Pero el cuerpo ya no responde. Es en este momento cuando ese mismo espíritu colapsa. La voluntad ha desaparecido, siendo reemplazada por una resignación agónica. Casi intentando reducir el sufrimiento comienza a nadar suavemente hacia el frente, como si esto pudiera evitar los aguijonazos que continúan igualmente a intervalos regulares.

Se va acercando a la superficie mientras percibe mayor claridad por los rayos del sol y siente voces humanas cercanas. Con un último tirón es expulsado fuera del agua y la desesperación vuelve a destrozar el último ápice de conciencia que no creía conservar. La sensación de asfixia es insoportable, intenta respirar pero es inútil. Sumado a esto su sistema nervioso colapsa debido al violento cambio de presión atmosférica. Su sentido del equilibrio desaparece completamente y la realidad se le evade en un instante. Solo quedan unos últimos estertores, agonizantes, que contraen todos sus músculos a la vez, causando aún más dolor.

El aguijón es arrancado con una pinza provocando su último daño, percibido ya solo a nivel de inconsciente. Luego de un tiempo cuya duración jamás podría precisar, siente nuevamente el contacto con el agua fresca. Poco a poco recupera la respiración, pero el aturdimiento persiste. No es capaz de mover un solo músculo. Se siente totalmente a la deriva. El instinto hace su parte y comienza a generar órdenes que derivan en un intento por desplazarse. A medida que recupera el control motor de su cuerpo y los sentidos vuelven a funcionar, sigue nadando, si saber hacia dónde, y sin ningún interés en averiguarlo. Simplemente nada. Y nada.

Muy lentamente los recuerdos comienzan a cruzarse por su cabeza. No es capaz de diferenciar qué parte puede haber sido real y cual un invento distorsionado, pero en cualquier caso, traumático.

Este buen pececito tiene una oportunidad más para disfrutar una vida que ya no vuelve a ser igual. Pasará mucho tiempo hasta que se atreva a morder algo que considere un posible alimento, y solo en cuestión de tiempo volverá a vivir lo mismo, convirtiendo algo que era tan lindo como buscarse morfi, en un martirio hasta el último de sus días.

Para los prejuiciosos propensos a saltar con frases del tipo “vos porque sos un pelotudo vegetariano” y una sarta de puteadas derivadas, permítanme aclarar mi postura.

Sostengo la idea que como raza dominante en el planeta, es totalmente válido alimentarnos de otras especies que consideremos provechosas para nuestra subsistencia, lograr una dieta balanceada y demás, siempre pensando en el largo plazo y el equilibrio de los ecosistemas. Me encanta comer pescado, vacas, chanchos, chivos, corderos, plantas, frutas, aves y otros seres vivos. Como buen omnívoro que soy disfruto de una dieta variada. Pero me parece un acto totalmente incivilizado hacer sufrir a un animal. Si uno va al campo, cuando se carnea un animal, no le clavan estacasuna y otra vez antes de ultimarlo, ni le martillan los huevos, ni le arrancan las pezuñas con una pinza. La gente de campo es totalmente respetuosa de este acto y lo hace de la manera más expeditiva posible. No siente ni un segundo de culpa por hacer uso de la vida del animal aunque haya sido criado en un corral o cazado en estado salvaje, pero jamás lo considera un evento lúdico, ni una forma de recrearse, ni nada por el estilo.

Vale aclarar que este caso de la pesca (anti)deportiva tiene algunos paralelismos en otros tipos de caza como puede ser el estúpido que considera que la cabeza de un ciervo es un trofeo digno de su pared, o la foto con un rinoceronte abatido en áfrica lo convierte en un groso, o disfruta fusilando un pobre guanaco que es el animal más hermoso que camina nuestra montaña, y es el mismo idiota que alimenta su pobre virilidad con semejante estupidez. Obviamente hay animales que no deben ser cazados, repito, siempre hay que tener en cuenta la sustentabilidad y evaluar de manera coherente las necesidades alimenticias.

Pero volviendo a esta pesca estúpida, tengo una propuesta que podría servir para hacer tomar conciencia a esta buena gente, que cuenta con un espíritu deportivo tan noble:

1)      A la entrada de los clubes de pesca, diques y ríos, para poder ingresar a pescar primero hay que dejarse clavar un anzuelo proporcional al tamaño del tontorrón en el paladar para luego ser tironeado un buen rato hacia un tanque de agua, donde al llegar, será sumergido por la fuerza a una profundidad que lesionará sus oídos hasta que se desmaye del dolor o se ahogue, lo que suceda primero. Obviamente todo esto con el aliciente de que él entenderá de antemano lo que está pasando, no será un engaño, por lo que la componente de pánico será más difícil de reproducir. Estando aquí le arrancarán el anzuelo con una pinza, lo que lo hará sentir muy bien por la amabilidad del buen hombre que haga esto.

2)      Luego será sometido a RCP unos minutos, y si sobrevive a la falta de O2 en el cerebro, podrá seguir con su vida de pescador. Obviamente, no hay garantías y tal vez estos eventos dejen secuelas como mínimo a nivel psicomotriz, pero al que le gusta el durazno, se aguanta la peluza, no? Si recupera el conocimiento, podrá ingresar al lugar de pesca y disfrutar de su gran deporte pescando un único animal.

3)      Si quiere sacar otro pescadito y devolverlo, vuelva al punto 1 tantas veces como guste.

Bueno amigo, me despido no sin antes desearles buen pique para todos!

PD: si sos pescador deportivo, ojalá alguien desarrolle genéticamente un tiburón de agua dulce que te manduque con wader y todo cuando estás revoleando esa mosca del orto que te compraste para martirizar truchas.


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