/Petricor

Petricor

No me gustan los martes, son como el hijo del medio, ese que no tienen mucho gusto a principio y menos a final, no tiene gusto a nada. No me gustan las cosas que no tienen gusto a nada, simulan no ser nada, o no lo son, pasan desapercibidos y eso no me gusta.

Como buen martes salí del trabajo tarde, lo pendiente del viernes que no se iba a llegar a  hacer un lunes se termina en este aburrido día de la semana.

La tarde nublada y agradablemente gris presagiaba una lluviosa noche, cuando salía del trabajo el primer emisario de la tormenta llegaba avisado su proximidad, un viento suave, mecía las hojas y con su típico ulular entre los recovecos me recordaba que me debía apurar si no me quería mojar.

Tome el colectivo, los truenos irrumpían cada vez más seguido, y algunas gotas tímidas pegaban en la ventana, el viaje era corto y alcancé a bajar antes que se largara. Corrí a la garita de la plaza y un chaparrón se descargó con furia, me senté a verlo caer.

Avisé a casa que me iba a demorar, sólo eran seis cuadras pero no me quería mojar, y sobre todo no quería llegar a casa. Necesitaba sentarme en silencio un rato, poner la mente en blanco, la vorágine de lo cotidiano me estaba agobiando, el ahora suave ruido a lluvia que repiqueteaba en las baldosas, el olor a tierra mojándose invadía cada recoveco…

– Petricor…

Dijo una voz masculina, que me hizo saltar del susto de lo ensimismada que estaba. Me acomodé en la silla, tratando de disimular el aparatoso espasmo anterior y tratando de conservar algo de dignidad.

– ¿disculpe? – respondí lo más atenta que pude.

Nunca me molestó hablar con extraños, al contrario me resulta de lo más interesante, ahora bien que se me aparezcan de la nada cuando estoy divagando, no es exactamente espeluznante pero si inquietante.

Supongo que no me dio miedo porque la curiosidad siempre pudo más, era un hombre de unos cincuenta años, con un sobretodo gris para la lluvia como esos de las películas de los 50’, como un detective, largo hasta las rodillas y cubría parcialmente su cara dando un halo de misterio, siempre quise uno.

– ¡Petricor! Es el olor de la tierra seca cuando se moja con la lluvia – me dijo sonriendo – ¿no lo estabas disfrutando cuando te interrumpí?

Se me pusieron los cachetes colorados, una mezcla de vergüenza e incomodidad.

– Si, algo así… ¿Cómo lo supo? ¿O usted también…?

– A si si, a eso salgo…

Luego de un pequeño silencio incómodo, me atreví a preguntar

– ¿Sale a esto? ¿A disfrutar de la lluvia?

– De la lluvia, verla caer, su ruido y su olor. Pero también ¿te diste cuenta?

Miré mi reloj y sin darme cuenta llevaba como dos horas ahí, eran pasadas las doce, había llovido bastante, chaparrones fuertes que irrumpían pero nunca había parado, siempre agua cayendo. Me levanté y me asomé de la garita, no vi nada. Ya no quedaba gente, algún auto pasaba casi media hora y nada…

– No sé, no veo nada, no hay nadie…

– Justamente, nada ni nadie… – contestó sonriendo.

– Es agradable.

– Claro que sí, la lluvia lava todo y mientras ella trabaja, muchos aprovechan a dormir o la miran por la ventana, a mí me gusta salir a acompañarla, mientras todos se esconden, recorrer las calles solas, silenciosas de barullo, vacías de problemas y personas. ¿Nunca lo hiciste?

– No, creo que tan así no, veo que me he perdido de mucho, es usted poeta supongo ¿o estoy errada? – pregunté sonriendo mientras me acomodaba en el banco de nuevo.

– Tal vez, ojalá me fuera digno ese título, o tal vez me gusta disfrutar de las cosas impensadas, de todas las cosas.

– Entiendo, me pasa lo mismo, todo es pensable…todo es disfrutable en alguna matera…

– Así es, lo vi en usted…

– Sabe lo que pienso, siento y ¿qué más sabe de mí? ¿O me conoce de algún lado? Disculpe mi mala memoria – y con un segundo de remordimiento retomé – disculpe, otra vez, me había olvidado que los poetas son así, ven más allá o más acá, no sé, tienen una sensibilidad especial.

– Sensibilidad, una palabra que engloba demasiadas cosas, sensibilidad o percepción, conclusiones de miles de señales que nos manda la realidad, una capacidad especial para interpretarlas o algo más allá…algo que hace a algunos únicos de ver, como vos decís más allá más acá, cosas donde aparentemente no las hay, ¿o sí?, quien sabe que es real o no, si depende de quien lo percibe.

– ¿Si un árbol cae y nadie está para escucharlo, de verdad cayó? ¿A eso se refiere?

– No específicamente, o un poco si, ¿cuánto habrá escondido por el mundo dando vueltas sin que nadie lo vea? ¿Nunca lo pensó a eso también?

Mientras trataba de articular una respuesta coherente, para no dejarme en ridículo ante semejantes ideas, un chaparrón, supongo que el más violento de todos, se descargó con furia sobre la ciudad.

Me paré a ver, tratando de justificar mi silencio con mi curiosidad, y me vino una respuesta:

– Como usted que sale a deambular los días de lluvia cuando nadie sale, así nadie lo v…. – no terminé la oración, porque mientras me daba vuelta hablando, ya no estaba.

No había nadie, solo un paraguas, negro y clásico.

Paro el chaparrón y me fui a casa, bajo el paraguas, no me crucé a nadie en el camino, no pasó ningún auto.

Al día siguiente salió el sol, unos días hermosos, pero yo espero que llueva, que anochezca y llueva, que no quede nadie a ver si así, y con la excusa de devolver su paraguas, puedo encontrar al poeta de la garita de nuevo.

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