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Propongo dejar de mendigarle la pija a un pelotudo

Con el avenimiento de las redes sociales ha quedado al descubierto el fenómeno al que llamo “Desesperación Extrema”. No es que antes no existía. No, señor. Siempre tuvimos esa cualidad innegablemente femenina de rebajarnos, retacearnos y humillarnos por algún masculino que nos aceleró un toque el sístole- diástole. Sólo que ahora me sorprende y queda más expuesto al público el nivel e bajeza al que llegamos con tal de que el tipo en cuestión nos dé un toque de atención.

Esos estados de loca desquiciada onda “Después te vas a arrepentir cuando no me tengas” y demás yerbas, que sólo logran miles de Me Gusta, generalmente femeninos, porque estamos todas en esta bolsa, y como los peronistas, al compañero se lo acompaña siempre, aunque sea a través del arte del megusteo.

Ahora bien ¿Qué onda chicas? ¿Qué nos pasa? ¿Somos las mismas capaces de hacer miles de cosas, pero caemos redondas ante cualquier infeliz que se da el gusto de manejarnos a su antojo? ¿Ya nos olvidamos de lo que es realmente sentirse querida, atendida y cuidada como TODAS nos merecemos? ¿A qué se debe esto? ¿Miedo a la soledad incipiente que se nos aproxima si no cargamos con un boludo al cual plancharle las camisas?

Creo firmemente que se trata de un problema de autoestima que todas tenemos. Por más linda que seas, los complejos están. Y si, sos linda, tontarrona. El gusto es subjetivo y eso es verdad de acá a la China. Hay tipos a los que le gustan flacas, gordas, culonas, sin tetas, altas, petisas y un abanico de posibilidades más.

Me duele sobremanera ver flor de minas rogando que les manden un mensajito solamente para ir a garchar. Me duele que, si no queremos sólo eso, nos conformemos con eso. Todas sabemos que lo único que logra eso cuando hay sentimientos de por medio, es dejar un vacío gigante hasta que pasamos al que sigue, girando así en un círculo inacabable de baja autoestima y síndrome del trapo de piso tácitamente aceptado por nosotras.

El trabajo es arduo, preciosas. El trabajo de querernos un poquito más. El trabajo de aprender a decir “No”. El trabajo de decir “No le voy a contestar” y no contestarle.

Propongámonos firmemente dejar de mendigarle la pija a un pelotudo. Dejar de dedicarle estados que se los pasa por el centro del orto. ¿De verdad creemos que las frases despechadas le llegan de alguna manera? Los hombres son simples. Sólo dan bola a esas giladas cuando están perdidamente enamorados. Si no es el caso, lo único que verá es patetismo y desesperación. Y huirá más rápido que Usain Bolt. Previo clavarte el “Visto” un par de veces, eliminarte de Facebook y bloquearte.

¿Si probamos con querernos un poco? Al final vamos a asimilar perfectamente la frase de nuestras abuelas: “Lo que es para una va a llegar en el momento adecuado”. O la clásica “Siempre hay un roto para un descosido”. Que lo único que se te rompa antes de que llegue el que lo merezca sean un par de copas brindando por lo maravillosas que somos las mujeres.

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