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¿Qué pasa cuando estás caliente con una compañera del laburo?

secretaria

Ella era de esas minas que no te causan una gran impresión apenas verla, ni una erección fulminante, pero que con irla conociendo y viendo cada vez más en detalle, comienza a cobrar su encanto. Ella era mi compañera de trabajo, en el estudio contable donde conseguí empleo, en un conocidísimo edificio nuevo del Centro, y a efectos del relato, la llamaremos Laura (siempre soñé con cogerme una Laura).

Como acabo de decir, los primeros días, más bien semanas que tuve dentro del estudio, no me causó ningún tipo de interés, era simpática sí, no tenía un mal cuerpo, pero tampoco era una musa despampanante. Resultó ser que de a poco, fui fijándome cada vez más en sus discretos atributos, piel bien cuidada, con un bronceado natural justo, ni muy quemada ni muy blanca, ojos verdes, y unos 1,62 mts. de altura. También se mataba en el gimnasio, pero no me di cuenta de ello hasta ese mágico día en que decidí fijarme en su pequeño pero proporcionado culito. Ese día llevaba un pantalón ajustado, pero no de esos que le asfixiaban todo, y una remera musculosa clarita que dejaba imaginar unos turgentes y no tan pequeños pechos.

Desde esa primera radiografía que le saqué, no paré de mirarla cada día al llegar, intentando seguir descubriendo esos ocultos encantos. Ella era buena onda, como ya expliqué, pero no por eso iba a creerme yo que tenía alguna chance de entrarle. A veces almorzábamos juntos en el trabajo, junto con otro compañero, y otras veces únicamente los dos.

En fin, llegaré AL día en que finalmente decidí liberar mi imaginación durante el trabajo, permitiéndome una desesperada erección. Ese día claro, su ya no tan discreta figura se dejaba mostrar muy bien, y yo ya imaginaba arrinconándola contra su escritorio, ansioso por abrirle esas bonitas nalgas y descubrir todo aquello que no mostraba. Pero claro, no era más que una simple fantasía absolutamente improbable. Ese día nos quedamos a almorzar, el calor que hacía era típico de un mes como noviembre, y su suelta remera no me ayudaba en nada a dejar de mirarla con ganas.

Comimos, todo estuvo en orden, pero a mi la chele ya me nublaba el juicio, ella hablaba y yo solo la miraba pensando en cogérmela entera sobre la mesa, el piso, o donde mierda fuera.  Mi pija pedía a gritos ser liberada, y mis jeans que ya nada disimulaban. Ella se levantó a lavar su plato, y yo rajé para el baño dispuesto a dedicarle “una” bien rápida y furtiva (sí, me dirán degenerado, pero en ese momento no me importaba más nada). Ya encerrado, me bajé furiosamente los pantalones y empecé a manotearme el ganso. Por todos los cielos, que buena paja (cualquier hombre coincidirá conmigo en que hay pajas y pajas), hervía por todos lados, y solo tenía en mi mente la necesidad de abrirla entera. No podría asegurarlo, pero diría que dejé escapar algún que otro gemido ansioso.

Salí del baño haciéndome el boludo, intentando esconder a la bestia, que de a poco, iba durmiéndose. Al rato, cuando se acercó a mi escritorio a llevarme unos papeles, juraría que una leve sonrisa iluminó su rostro, sin mirarme. “Seguís más caliente que Cabandié cuando lo paran de Tránsito” me dije, y seguí con lo mío.

Ese día terminó con normalidad, y el siguiente, y así el resto de la semana. Algunos días me daban ganas de rememorar aquel sensacional momento íntimo dentro del baño, y otros en los que ni me acordaba. Llegó el lunes, más calor, y por ende, menos ropa. Cuando la vi llegar, seguramente no pude disimular la cara de guacho pajero que se me dibujó. Llevaba puesto su mejor pantalón, que le formaba un pan dulce tremendo, y una remera tan ajustada que hasta parecía más tetona. Como aquella vez, mi cabeza empezó a fantasear al punto de que ya no me podía concentrar en nada.

Y el destino quiso que me la cruzara en la diminuta cocina del estudio cuando iba a buscar un poco de jugo.  Ella se preparaba para su habitual manzana de media mañana junto a la heladera, y yo no tuve otra que pasar por detrás de ella. En ese momento, o fingió no verme, o no se, pero al hacerse bruscamente para atrás, fue inevitable, la apoye sin querer hasta el fondo con todo lo que se debatía dentro de mi bóxer. Me pidió perdón, riéndose por la torpeza, y salió a su escritorio, dejándome peor de lo que ya estaba.

Llegó el mediodía, volvimos a quedarnos solos como cada lunes, comimos, y otra vez yo necesitaba huir al baño con urgencia.  Ella levantó su plato, marchó hacia la cocina, y yo la seguí esperando repetir ese momento de la mañana.

Ella lavaba cuando yo le pasé por detrás muy cerca, e increíblemente, volvió a suceder, y sin embargo esta vez fue distinto: ella se hizo para atrás suavemente, frotándome bien calentonamente el ojete contra mi cadera. Me quedé sin reacción quieto en el lugar, respirándole en la nuca sin saber que hacer. Era una provocación deliberada y el perfume natural que salía de su piel terminó por enloquecerme. Apoyé mi boca sobre su cuello, justo debajo de la oreja,  en la terminación de su mandíbula, saboreando con sumo placer aquel elixir de la perdición. Ella respondió apretándose más a mi, y con un imperceptible jadeo. Fue todo lo necesario para que yo me decidiera; puse mis dos mano sobre su cintura, atrayéndola más a mi, y comencé a recorrerle todo el cuello con mis besos. Ella lo gozaba y jadeaba, pero nunca tanto como yo. Sentía que si no me contenía podría acabarme entero en mis bóxer, y no quería hacer ese papelón.

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Así fue como la di vuelta, quedando enfrentada a mí, y la besé. No podría describir con palabras lo sabroso y húmedo que fue ese beso, lento pero apasionado, devoré su boca completamente, mientras mis manos ya le desabrochaban su ajustado pantalón, y ella me desprendía la camisa. Volví a voltearla, apoyando su abdomen contra la mesada, al tiempo que la desvestía completamente. Cuando terminé con su pantalón, comencé a hurgar por debajo de su culote, acariciando con mi dedo índice toda la zona cercana a su vulva. Sus gemidos se habían vuelto apremiantes, al tiempo que comenzaba a frotarse contra mí. Con la mano libre desabroché su corpiño y comencé a masajearle sus preciosas tetas. Fue en ese momento que ella me susurró al oído una única palabra: “dale” (entre ruego y orden); y fue suficiente, hundí mi dedo dentro de su sorprendentemente húmeda vagina, y ella se estremeció de placer, al tiempo de que yo le recorría cada centímetro con necesidad, con ansiedad. Cuando finalmente llegué a su clítoris, ella ya no se aguantaba, comenzó a gemir fuertemente, sus ojos cerrados con fuerza, y su boca semi abierta. Mientras la besaba por donde podía.  Mis dedos frotaban furiosa pero acompasadamente su clítoris, al ritmo de sus movimientos, que yo ya seguía desde atrás. Ella ya casi gritaba, y yo también, así que como pudo, me bajó los bóxer, sin dejar de gemir, y tomó mi ansiosa verga con fuerza, primero frotándola con su mano, y luego llevándola directamente a su concha.

Al principio creí que acabaría al instante, hacía mucho que no cogía sin usar forro, y el grado de calentura de ambos fue tal que prácticamente gritamos de placer. La hundí hasta el fondo, enterrándome completamente en ese paraíso de lujuria. Sin sacársela ni un milímetro, comencé a presionar, moviéndome a buen ritmo, con las piernas temblando de necesidad. Ella ya gritaba, sin importarle nada, y creo que yo también. La danza iba aumentando en intensidad, sus glúteos bien pegados a mi pelvis, mis manos apretando firmemente sus pechos y abdomen, hasta que finalmente ocurrió, reventé adentro, como jamás en mi vida había hecho, tensando cada músculo de mi cuerpo, al tiempo que ella gritaba en mi oído y lo mordía, saboreando cada instante de su orgasmo.

Continuamos jadeando hasta que las sensaciones fueron disminuyendo, yo todavía dentro de ella. Una vez que estuvimos más relajados, ella se salió, se dio media vuelta, con una clara expresión de paz y placer, y se arrodilló, metiendo mi verga embadurnada en semen en su boca, sin darme tiempo a nada. Comenzó a lamer y chupar a buen ritmo, mientras yo apretaba con fuerza los ojos y volvía a gemir. Siguió así hasta que volví a explotar, esta vez dentro de su boca, mientras ella se tragaba todo y me miraba con cara de puta. El color blanco de mi esencia contrastaba de manera sobrenatural con el amarronado color de su piel, que terminó en un nuevo e increíble orgasmo.

Después de ese encuentro, ella no volvió a insinuárseme, hablándome tan bien como antes, pero sin permitirme fantasear con nada. Pero estoy seguro de que esto continuará….

Por Mr. Desconocido Para la sección:

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