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Radical como el abuelo

Mendoza, marzo de 2043

No podría precisar la fecha pero fue en 1983, poco antes de las elecciones. Nunca había visto tanta gente. Un escenario se había montado en San Martín y Las Heras en el centro mendocino. Estaba en brazos del abuelo, a veces sus hombros y cada tanto me bajaba, y me aferraba a una de sus piernas. Él hacía malabares para sostenerme y poder aplaudir, vi sus ojos brillosos repitiendo el Preámbulo de la Constitución Nacional, con que ese hombre de anchos bigotes terminaba su discurso, en un tono paternalista, a veces fogoso y encendido, otras dominando los tiempos ante una multitud que lo observaba subyugada y batía palmas y vivas. «Es un pacto de silencio entre abuelos y nietos» me dijo ceremonioso, pacto  que jamás rompí. El abuelo me había pedido que nunca contara que me había llevado a escuchar a Raúl Alfosín. A mi padre «peronista de Perón» que lo nombraba como «El General» y a Evita como «la señora» casi con unción, no le hubiera gustado.

Supongo que él habrá pensado que heredaría sus convicciones políticas como lo había hecho con las futboleras, él era de Racing y yo también. Me hice de la Academia, cuando eran más las amarguras que los festejos. Él era ferroviario, telegrafista, muchas veces con mi vieja fuimos a buscarlo a le Estación en calle Las Heras para ir a comprar a la «Cooperativa» y terminar comiendo las pizzas más ricas que comí en mi vida en el Mercado Central.

Tiene que haber sufrido la primera derrota electoral del peronismo en su historia, pero no dijo nada, al tiempo renovó su ilusión con aquel hombre de largas patillas que decía lo que él siempre sostuvo, que «los días más felices para los argentinos fueron y serán peronistas». Imagino su decepción con el desguace del ferrocarril, el retiro voluntario y dejar la oficina que era como su segundo hogar, que si apuran no sé si era el primero. Sabíamos en casa con pelos y señales todo sobre sus compañeros, porque los «ferroviarios somos una familia» como solía decir, creo que murió más de tristeza que de enfermedad alguna, porque el ferrocarril era su vida.

Cuando él se fue, busqué en el placar, todavía envuelto aquel cuadro que había comprado de Alfonsín con la banda presidencial y las manos enlazadas en un abrazo que fue la foto de campaña, muchísimos años después ni nieto me preguntó quién era el señor del cuadro que colgaba en el comedor y le conté quien había sido Raúl Alfonsín.

Pero vamos por parte, con el tiempo me casé, mi relación con Susana solo duró unos años, una tarde al regresar del trabajo encontré que tenía todas sus cosas en el comedor y me dijo que se iba, se me desgarraba el alma, no por ella, la situación no daba para más, sino que con ella se iba Lucio nuestro único hijo.

No fui por la revancha, no volví a formar pareja (ella sí), pero como gente civilizada al Lucio lo tenía casi todos los fines de semana. No se hizo de Racing, sino rabioso fanático de Boca, danzando al borde del ridículo cuando ganaba su equipo, al borde de las lágrimas cuando perdía. Muy sanguíneo, de política no hablábamos, eran los tiempos que la desesperanza nos había ganado a todos.

Él también formó su familia, al tiempo vino con su esposa y me dijo que las cosas estaban mal, que el marido de su madre les enviaba indirectas, que parecía que el bebe que tenían les molestaba y como yo vivía solo y la casa era grande, si podía venir a vivir conmigo. Trabajaban los dos. Me pidieron que cuidara de mi nieto y que no lo tomara como que me agarraban de niñero, que preferían que se los cuidara yo. Ella trabaja horario corrido, sería solo hasta que ella llegue… ¿Molestarme? ¡para nada!, si eran los días más hermosos de vida. Llevarlo al jardín, después a la primaria, infaltable en todos los actos escolares. El premio de mi vejez, mi nieto querido.

Una noche me dijeron que iban a un acto político, si me podían dejar el nene, que como yo tenía la cama grande, que durmiera conmigo porque después del acto partidario se iban a comer con unos amigos.

— Algo hay que hacer, a esto lo tenemos que parar de alguna forma —me espetó mi hijo en la cara y vino el reproche — Ustedes permitieron esto, se sucedieron gobiernos, uno peor que otro y siempre echándole la culpa al anterior, cuándo recuperaron la democracia, ¿en 1983? ¡Estamos en el 2043 papá! — Tenía los ojos rojos de furia y hasta me salpicó su saliva cuando me espetó  — y no se hacen cargo.

Me levantó la voz y lo frené — Respetame y más en mi casa.

— ¿Me lo estás echando en cara? —preguntó.

No alcance a responder porque Marcela su mujer intervino — Así tendrías que hablarle a tu patrón para que te pague lo que te corresponde, lo que merecés ganar, no a tu padre y en su casa — sentenció.

Están los genes, que lo parió, ni radical ni de Racing, pero tiene cosas mías, como ser, no es machista. Me hizo acordar a mis peleas con Susana, cuando ella tenía razón yo callaba y solo movía la cabeza como diciendo «tenes razón»… el mismo gesto. — Perdonam — intentó balbucear.

— Shhhh… acá no ha pasado nada — dije y la tensión concluyo apenas entró mi nieto, con lo que creí era el reproductor de DVD con una película, porque a él me gustaba hurgar en mi desván. Entonces pregunté — ¿Qué película vas a ver con el abuelo? — ahí rieron los tres como en los finales de las series de televisión.

— ¡¡¡Jajajaj, no abuelo, esta es una Play XV!!! y como a vos, a mí también me gustan las cosas viejas, así que busqué aquellos juegos de Assassins Creed, ¡y a que vas a jugar si no sabes ni usar el mouse!

— Les dejo pizza y panchitos — dijo mi nuera. Ambos me abrazaron y besaron con esos besos ruidosos y partieron, todo en paz. Llevé el televisor a la habitación.

— Te lo instalo yo — le dije. Mi nieto rió a mandíbula batiente. — Yo sé cómo se hace con los cables: el amarillo arriba, blanco el del medio y el de abajo el rojo…

— No, abuelo, no hace falta monitor, la imagen se proyecta sola en la pared — siguió riendo, de repente calló y dijo — No me burlo abuelo, solo me da risa,  pero yo te amo…

Con casi 70 años tengo las defensas bajas en la sensibilidad y me hizo lagrimear, por ello di vuelta la cara para que no viera, mientras le decía — voy a ducharme, cuando quieras cenar avisame.

— Abuelo —me detuvo — ¿mis papis te dijeron algo porque no quise acompañarlos?

— No —le respondí.

— Te voy a contar algo abuelo, pero debe haber un pacto de silencio de nieto a abuelo (mi mente voló a aquel lejano 1983) y me tenes que prometer que nunca se los vas a contar a mis papás.

— Claro, dale, pacto de silencio —dije ceremonioso con un hilo de voz.

— ¿Sabés que les dije que porqué no quería ir con ellos?

— No, Matu, que les dijiste….

— Que no quería ir, ¡¡¡porque yo era radical como el abuelo!!!

Escrito por Oscar «Chino» Zavala para la sección:


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