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Sentimientos del alumno universitario

He decidido que le pese a quien le pese, la facultad da para más de un par de notas. El año pasado, luego de las crónicas del alumno universitario, decidí que ya no se habla más del tema, que era suficiente por una temporada. Resulta que no, que los rincones de la facultad encarnan más historias y anécdotas que un par de notas no abarcan por completo. Uno de esos temas es el sentimiento del alumno frente a la situación académica en general.

Y acá estoy, con mi rodete maltrecho, el mate más lavado de la historia de los mates, el resaltador como lápiz de verdulero y las hojas distribuidas entre la mesa, las sillas y la cabeza de mi perro. Una mezcla de sentimientos invade mi corazón, mi cabeza y mi estómago. Es difícil diferenciarlos, todos son abrumadores, todos me llevan a querer clavarme un lápiz en el cerebro. Y en la cúspide de todo esto me pongo a enumerar los síntomas, poco a poco analizo lo que me pasa y el porqué de cada cosa.

Ampliando un poco tengo que referirme a distintos momentos que son principales causantes de los sentimientos de los que hablo. Nombrando empiezo:

ENOJO CON UNO MISMO
Termina enero. Sentís la cuenta regresiva lenta y dolorosa hacia las mesas de examen del mes febrero. Llegas de Chile-Brasil-Mardel etcétera y te encontrás con el regalo llamado “deber de estudiante”. Sacás los apuntes y empezás leyendo despacito, como si tus ojos tuvieran moretones en los alrededores y tuvieras que tener precaución al moverlos. Parás. Se te pasa por la cabeza esa noche en la playa con los chico/as… ¡qué buena noche! No pará, tenés que seguir bolu que si no sacás ninguna materia después se te juntan todas y no das a basto. Seguís por el segundo párrafo y te da hambre. Te acordás de las tremendas hamburguesas que hacían en el chiringuito de la playa. Comés algo similar, onda twistos, y otra vez al escritorio. Tercer párrafo (con suerte) y otra vez te detenés. Tu hermano puso la música fuerte. Y claro si el salame va al colegio y en verano se rasca. Tenés ganas de envolverte la cabeza en fibra de vidrio para no escuchar nada. Ya pasaron 2 horas y leiste (no estudiaste) dos párrafos pedorros. Un enojo con vos mismo surge de repente y no hay nada que hacer con él. Dan ganas de patalear, de pegarle a alguien… pero el culpable es uno mismo y no hay con que darle. A despejarte y mañana seguir, que con suerte la capacidad de atención aumenta un poquitito.

NOSTALGIA
Rendiste bien, y claro…te pasaste todo febrero estudiando como condenado para sacar al menos esa materia. Ahora que terminaste de rendir te quedan 4 días contados hasta el comienzo de clases y las ganas de salir de joda se acentúan en un 400%. Salís y en esos poquitos días vivís lo que cualquier otra persona vive en un mes: hamburguesas a las 8 am, gritos y cantos desenfrenados en el auto de tu amiga a la vuelta del boliche, resaca y no hay más tiempo, otra vez joda. Ahora viene la nostalgia y las ganas irrefrenables de exiliarte a las Islas Caimán y tomarte un año sabático, como hizo el profe de química el año pasado. Pero al comentarle la idea a tus viejos ellos te van recordando toda la plata que pusieron en vos y diversos factores que te van a hacer sentir culpable para el resto de tu vida. Abandonás la idea y encarás el comienzo de clases con menos onda que lago sin viento.

FRUSTRACIÓN
Primer día de clases. Vas a cursar y te encontrás con la hermosa sorpresa de que las correlatividades cambiaron y ahora no podes cursar ninguna materia sin tener antes unas cuantas otras aprobadas que casualmente vos no tenés. ¡Pero la p.. madre que los re mil parió a los miembros del consejo educativo!  Encima ahora dos materias se superponen los horarios y tenés que elegir una lo que significa atrasarte otro añito más. ¿Qué son? ¿El Al-Qaeda de tu profesión? Ganas de asesinar a medio mundo y una frustración gigante hacen que te empiece a temblar el cuerpo como epiléptico. Estos son los momentos cruciales de la elección de la profesión, si tenés vocación seguís…si no, ideas como baile en el caño y mozo no pintan tan mal como antes.

ESTRÉS
Tu objetivo es recibirte por lo tanto te tirás a la pileta mal. Presentas 500 notas de excepciones para que te dejen cursar todo lo que querías y ahora no te queda tiempo ni para tirarte un pedo. En tu casa no se dan cuenta y si antes te pedían que vayas a comprar al súper, ahora te piden que te vayas al mayorista a comprar de acá a cinco años, por las dudas viste. Nunca te largaban el auto, ahora te lo largan pero para ir a hacer mandados. Cinco materias y una semana después te da el pico de estrés y una contractura desde la punta del dedo gordo del pie hasta el cartílago de la oreja. Llegas de tomarte el último bondi de la facultad  a tu casa y te reciben con un: tenés que ir al centro a pagar los impuestos antes de que me cierre el vencimiento. ¿La respuesta?  Llorar y llorar hasta morir. Llorar de cansancio por primera vez en tu vida. Llorar por los 300 pesos de fotocopias que gastaste, las cordilleras de hojas que tenés que resumir y por el bendito sistema de evaluación continua impuesto desde el 2012 que hace que todas las noches te las pases estudiando para el “peque examen” de mañana.

MALHUMOR
Y no creo que sea poco predecible que luego de que pasan tres meses de tu situación de estrés no tengas algo de malhumor. Perdés la paciencia con todo lo que te rodea, y en un abrir y cerrar de ojos te ves peleándote con: la vecina por el ladrido de los perros, tu hermano por el sólo hecho de verlo desocupado, la señora que se quejó de tu mochila en el micro (“no señora, si yo llevo la mochila así de pesada por placer y ejercicio”) y obviamente con tus padres que cada vez que escuchan tus quejas te tiran un bello ejemplo del esfuerzo que ellos hicieron al estudiar y trabajar teniéndote a vos de baby. No sos el superman de los estudios, y la gente parece no notarlo.

En carne propia lo he vivido y bastante reciente la cuestión. ¿Quién dijo que estudiar es fácil y no es un trabajo? Porque el que lo diga merece ser arrojado a los leones del zoológico. Es ley; ley del estudiante.

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