/Sobre esa sombra errante que deambula en la ciudad

Sobre esa sombra errante que deambula en la ciudad

“Los monstruos son reales

Y los fantasmas también,

Viven dentro de nosotros,

Y, a veces, ellos ganan.”

Stephen King

Gabriel estaba obsesionado con los vampiros. Por alguna razón que no se conoce, desde niño, había leído cuanta literatura al respecto se había publicado. Y entonces se vestía como sus estereotipos le decían. Ropa negra, hasta había conseguido un sobretodo que le daba ese aire a capa, se teñía el pelo de negro y se pintaba la cara blanca, para parecer más pálido de lo que era. Y ahí andaba, simulando morder a todo el mundo en el cuello y escuchando música que su madre pensaba que era «satánica».

Ella le dijo que capaz que, al ir creciendo, se le iba a pasar e iba a madurar como todas las personas, e iba a vivir una vida «normal», llena de cotidianidad y monotonía. Él se refugiaba en su pieza, para olvidarse de esos designios que esperaba que no se cumpliesen.

Tenía un grupo de amigos que estaban obsesionados como él con los vampiros y monstruos. Se juntaban todos los días a la noche en un bar de mala muerte perdido en el medio de la galería Tonsa, que parecía que abría solo para ellos, porque nunca venía gente a esa parte de la galería. Todos se vestían igual, y no les importaban las opiniones de las demás personas. Hasta que un día Gabriel conoció a Micaela.

Los dos tenían unos 17 años, y para él fue amor a primera vista. Ella le dejo bien claro que nunca se iba a vestir de esa forma, pero que lo amaba y lo iba a respetar. Vivían a unas cuadras de diferencia, así que un día, ella lo llamó para que la ayudara a conectar un nuevo equipo de sonido que sus padres le habían regalado. No había más nadie en la casa que solo ellos dos.

– ¿Sabés que no te he hecho venir solo por el equipo, no? – Le dijo ella. Y sabiendo al instante lo que quiso decir, él la agarró de la mano, subieron las escaleras y fueron a la habitación, donde empezaron a besarse apasionadamente. Para los dos esta era su primera vez, y se asegurarían que fuese inolvidable. Y justo cuando estaban en el medio de la situación sonó dos veces el timbre de la casa.

– Ya vengo, tiene que ser el pesado de Rolo, siempre cuando estoy sola viene a joder pidiendo algo – le dijo ella,

– No vayas, quedate acá conmigo, que piense que no hay nadie – le dijo él, mientras que le besaba el cuello.

– Si no voy, va a seguir jodiendo – le dijo, y acto seguido se puso rápido un vestido que tenía el placard.

– Ya vengo – le dijo. Esa frase se le quedaría grabada para siempre en su mente.

Al ver que Micaela empezaba a tardarse más de lo normal, Gabriel se vistió rápido y empezó a bajar las escaleras que lo separaban del resto de la casa. Y desde el cuarto escalón observó la macabra escena. Estaba ella tirada en el piso, al lado de la puerta de calle, que estaba cerrada y una persona agachada sobre su cuello, como si le estuviese chupando la sangre. En ese momento, el tipo, un pelirrojo barbudo de unos 30 años, levantó la cabeza y miró a Gabriel que estaba petrificado mirando todo. Tenía sangre que le caía de la boca, que se podía notar que no era la propia, y unos dientes más afilados de lo normal.

– ¿Sos un vampiro? – Le preguntó él, bajando la escalera lo más rápido que pudo.

– Si pibe, salí de acá antes de que me dé la locura y te muerda a vos también – le dijo el hombre.

En ese momento Gabriel le atacaron sensaciones encontradas. Era cierto, los vampiros existían, y por el tono de voz que usaba, no se notaba que estuviese fingiendo. Pero había atacado a su novia, a Micaela, que ahora que lo pensaba se debatía entre querer matarlo y pedirle que lo transformara en un ser igual que él… y no lo pensó demasiado.

– Quiero ser un vampiro como vos, mordeme – le dijo Gabriel visiblemente emocionado por la situación.

– Créeme que no, esto es una maldición, aparte no ando mordiendo por ahí a cualquiera. No es fácil matar, solo se te hace costumbre. Pibe, créeme que no es lo que vos querés – Le dijo el hombre mientras que, con la solapa del sobretodo negro, se limpiaba la boca.

– Si lo es, quiero ser como vos. Aparte, ¿no se supone que ustedes no pueden chupar a nadie a plena vista de otra persona, o algo así? – Le dijo Gabriel.

– No todas las cosas que se dicen en los libros son ciertas. Los vampiros siempre hemos existido y hemos sobrevivido mezclándonos con el resto de la gente, también los monstruos siempre han estado, y aparte en este caso me parece una pelotudez borrarte la memoria o cosas así, porque aunque salgas diciendo a todo el mundo que los vampiros existen, no van a haber muchos que te crean. De hecho nadie. ¡Ah! Y tu novia está muerta, su sangre estaba demasiado buena para detenerme antes. Perdón por eso… mejor no. – Y acto seguido el vampiro abrió la puerta de calle y salió.

– Por favor – le gritó Gabriel, y cuando se acercó a la puerta y miró a la calle, no vio al vampiro por ningún lado. Había desaparecido.

Ahora, tiempo después, Gabriel ya no se viste de negro, como el estereotipo que le decían los libros, y ya no va al tugurio de la galería Tonsa a juntarse con su grupo de fanáticos de los vampiros. Se ha vuelto una persona solitaria. Y lo atormenta el hecho de saber que los seres que tanto idolatraba existen de verdad, pero no como él creía. Va caminando todas las noches por lugares oscuros, en galerías abandonadas, calles y plazas desiertas a ver si en una de esas, quien dice, encuentre a otro vampiro que le haga el favor de transformarlo y volverlo inmortal.

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