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Volar

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Yo siempre supe que mi destino era otro que el que la vida se empecinaba en darme.

Voy subiendo las escaleras de a poco. Nadie sospecha, aunque lo he dicho ya varias veces.

Ahora llegando al límite de todo cierro los ojos, como alguien que va seguro a un destino fijado mucho tiempo atrás. Quizá desde mucho antes de lo que creían.

Años he pasado para este momento. Voy subiendo los escalones y me voy desprendiendo de lo que necesito.

¿Porque nadie me creyó antes? Nunca lo sabré. Cuando salté por primera vez, como ave probando volar, solo me estampé en el piso y el grito sordo de lo madre que no entendía porque yo hacía una «locura» así. Cuando, años más tarde, lo volví a intentar, esta vez desde el balcón de mi casa, mi padre me alcanzó a agarrar en el momento justo. «Necesito volar» le dije. No me entendió. Siempre necesité volar.

¿Matarme? No. No quiero morir. Pero mi vida no está en la tierra que mis pies van palpando. Esta vez nadie lo sabe.

Veo en una ventana la altura a la que voy subiendo. Más alto. Siempre más alto. Tengo que tomar impulso. Es ahora.

Años de loqueros que me miraban y creían que yo era suicida. Gente estúpida, que se encierra en un mismo pensamiento durante toda su vida, y no acepta que haya gente que se escape de su regla absurda de clasificación. Siempre fui distinta. Mi vida no está acá, y eso siempre lo supe.

La ropa ha caído toda en los escalones. Estoy desnuda, solo con las grandes alas que tengo tatuadas en la espalda. Recuerdo como si fuese ayer cuando él me las tatuó. Le conté mi historia, y después de plasmarla en mi piel, hicimos el amor. No te podes enamorar de mí, le dije. No podes. Pero si pudo, y cuando le dije que iba a hacerlo me pidió de rodillas que no me arriesgara. Pobre. Mi vida siempre tuvo el mismo destino y quizá él pensó que podría cambiarlo. Pero no. Su amor es el combustible que harán a mis alas desplegarse. Lo sé.

Cierro los ojos, y cuando los abro estoy al borde de mi destino. Siento una voz que me llama, me doy vuelta y es el que me mira con cara de desesperación y los ojos llenos de amor. «Tengo que hacerlo, si no, no puedo seguir viviendo» le digo. El corriendo hacia mí me mira y ahí es donde quizá entiende algo de lo que voy a hacer. Y así, mirándolo a los ojos es que me largo al vacío desde el décimo piso de ese edificio, y, en caída libre a poco de llegar al piso me doy cuenta. Unas alas se despliegan.

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