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Bitácora al infierno – Parte 1

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Me parece lo más afirmado que la primera oración que contenga este texto, sea una advertencia a alejarse, lector. Bloquee el celular en este momento, apague la computadora. Vamos, despréndase de este alma corrupta sin remedio y no me acompañe ni una palabra más. No se condene como yo.

Me veo obligado a publicar estos escritos para que quede registrado todo lo que me perturba para que usted, así como yo, formemos parte de algo más grande. Un vínculo más allá de lo que puede comprender simple mortal. Mi claridad para razonar, mi capacidad para poder alejar mi pensamiento de otra cosa que no sea ésta maldición, ya no está. Mi nombre es Román, quizá sólo una persona más en la lista, que necesita de esto. Perdón desde ya por introducirlos a las mismas puertas del averno.

2 de marzo de 1989:

Hola Román. ¿Como se empieza un diario? Supongo que me saludo a mi mismo, esto vino sin instrucciones de cómo empezar, no se cual es la finalidad de todo esto. Supongo que también le faltan las instrucciones de cómo se termina este libro de niños. No estoy familiarizado con plasmar mis jornadas en papel, menos por obligación. De hecho dudo mucho que esto fuese a funcionar de alguna forma. Cual es mi cura, ¿será inmediata? Supongo que ya no queda más remedio que intentarlo. Veremos por hoy, no tengo nada diferente a los demás sólo una sombra que se cierne sobre mi juicio. Según De María, el psiquiatra de la planta, pelado y con una boca arrugada como si fuese el culo de un perro, las emanaciones de gases en la incineración de el carburo de calcio, provocan en mi, ilusiones, que si no se resuelven con unos cuantos watts recorriendo mi cerebro en el centro de rehabilitación del sauce, va a ser contándole todo lo que sucede a través de estas hojas. No lo entiendo, no me parece lógico, pero heme aquí remediándolo de la manera más fácil. Hoy mis compañeros dijeron que dormí parado alrededor de 3 horas y que después, cuando desperté, no saben donde pase el resto del día. Yo me lo acuerdo como una jornada normal. Mi turno de 12 horas en la cinta y después a dormir. Según ellos ni me presenté a trabajar.

3 de marzo de 1989:

Hoy el ingeniero Casale, el magnate cuyano a cargo de todo lo que pasa en la planta, me saludo efusivamente, me dijo que era uno de sus empleados más especiales, que gracias a mi nada de esto podría haber funcionado, supongo que le dijo lo mismo a todos los demás. Somos dos mil dentro de Carbometal y tras 20 años de estar viviendo prácticamente dentro de la fábrica por fin recibir un reconocimiento fue un honor.

Después de eso me llamó a su oficina ubicada en el centro del laberinto que representa la planta, casi pareciera que no quiere que lo encuentren.

Recibí un ascenso de la mano del mismísimo Casale, ya no voy a tener que cargar a paladas, camiones de carbón ni sacarme costras de cal molida que no me dejan respirar. Mi nueva función ya no va más de peón y pasó a ser un alfil en todo este juego. Mi principal tarea es de vigilar a mis antiguos compañeros, ahora tengo autoridad. Aunque no se compara al miedo que intentan ocultar mis amigos desde que me visitan los Ángeles. Mi tarea empieza hoy y es de horario nocturno cuando casi nadie trabaja. Las jornadas son en dos turnos que comprenden las veinticuatro horas divididas en doce, lo que en el primer turno preparamos todo el material para el funcionamiento de los hornos en la noche y que la gente de los alrededores no noten las nubes que los intoxican lentamente en su letargo.

Que los enferman igual que lo hicieron conmigo.

4 de marzo 1989:

Esquizofrenia, así le dice De María a las voces que me invitan a bailar en los pasillos oscuros de la fábrica. Según él, a causa de asfixia de carburo de calcio. Lo encuentro dudoso, pero el es el que sabe. Sino dentro, seríamos un mar de enfermos.

Anoche fue mi primera ronda en la fábrica, después de revisar las líneas principales donde sólo quedaban un manojo de obreros me fui a refugiar de las miradas inquisidoras al playón donde descansa el carbón para ser cargado en un viaje sin vuelta, a las caricias del fuego. Una vez ahí recosté mi espalda en una rueda de un camión a medio arreglar y note un chirrido que provenía de uno de los montículos del oro negro de unos 3 metros, el sonido parecía el de una pava hirviendo, me acerque de a pasos inseguros con el miedo de que eso no era nada normal. Cuando llegué a la base del carbón, con mi pie removí un poco pensando que quizás podría haber sido un animal que con una pequeña avalancha se vio atrapado. No había nada. Un montón de carbón se revolvió cuando una mano negra surgía con una anatomía larga y delgada, hacia fuerza para salir, mis músculos se tensaron y no reaccionaron más que a contemplar el espectáculo macabro de un homúnculo naciendo del carbón, estaba medio torso fuera con la mirada clavada en mi. Aun clavado en el piso apunte mi linterna y el reflejo de sus ojos carmesí eran una laguna de sangre que goteaban constantemente y una respiración ronca acompañaba los movimientos casi torpes. Su cuerpo desnudo, casi parecía un niño tomado por la polio, despojado de cualquier tipo de alimento. La criatura pareció que sonrió a la luz de la luna con unos dientes de marfil al parecer afilados con las intenciones y a continuación me dijo algo que nunca voy a quitar de mi memoria. Que yo, igual al carbón, fui hecho para arder en el infierno.

5 de marzo de 1989:

Estoy dudando de esta realidad. Esta mañana me desperté transpirado en la cama, con un cuchillo en la mano después de refugiarme del espectro en mi habitación durante horas, caí rendido al agotamiento y soñé con que caminaba en brasas ardiendo, en un infierno industrializado de engranajes de cuerpos prensados y cintas transportadoras de carne putrefacta, mientras el hedor de mi piel rostizada y el dolor invadía todas mis sensaciones, me fue imposible despertarme hasta palpar hasta la locura la agonía dentro de mi sueño.

Se que homúnculo sigue ahí, lo siento acechando aunque no lo vea.

De María me vino a buscar alrededor de las 14 horas, y me contó que el buen ingeniero había pasado a mejor vida. Aunque mejor que la que tuvo, me permito dudarlo. Él me sacó de la indigencia un par de años atrás, después de la muerte de mi madre arrollada por un auto en la calle San Martín, le quería a Don Casale, siempre tuvo un trato especial conmigo. Pero en el último tiempo las habladurías decían de su afición por esconderse de la gente. Sin embargo se le veía en la fábrica tomar rondas largas, con ojos de añoranza. Nunca le faltó nada, no es que no se lo hubiese ganado. Pero tenía lo inimaginable. Le pregunté al psiquiatra por donde lo iban a velar, me contestó que era un velatorio cerrado, solo para familiares. En una finca perteneciente a un amigo de la familia, la Finca Gonzales. Le dije que hubiese sido agradable ir, darle un último agradecimiento, pero que me pesaba la presencia de Azazel. Es la primera vez que me animo a escribir su nombre.

De María compungido salió de la habitación común y volvió a la hora a hablar conmigo. Su amenaza principal se cumplió. Los enfermeros del Instituto del Sauce tienen el aviso de venirme a buscar. A continuación el doctor me relevó de mis cargos. Que me quede en las habitaciones si es necesario, pero que a Carbometal ya no le hacían falta mis servicios. Sin esperar respuestas se retiró, me imagino que a su despacho con consternación. Me quedé encerrado toda la tarde esperando dormir, simplemente quiero descansar. Se hicieron las veintiuna y mis ojos se cerraron ojalá que para no abrirse más.

6 de marzo de 1989:

Mi estómago rugía por una buena sopa. Estar encerrado todo el día no me sentó bien. Baje al buffet a desayunar, pedí un café y con mucha azúcar me lo empecé a tomar de a sorbos rápidos. No veía vestigios de Azazel por ningún lado. El calor del café fue como un golpe de energía y calor para mi ya agotado cuerpo. Era hasta el café más sabroso que probé en mi vida. Si tan solo no hubiese notado ese bulto en mi boca que rebuscando con los dedos dentro de mi boca descubrí el problema. De corona a raíz, supongo que una muela del juicio, podrida, negra completamente. Y a continuación más, por lo menos 6 dientes en toda la mañana, sangrientos.

De María entró a la habitación a pedirme que me quedara ahí, que había puesto nervioso a todo el mundo por alborotar el buffet entre gritos y sollozos.

El engendro sigue por ahí, lo escuchó reptar por las esquinas que no veo, noto su frío cuando siento su presencia con olor putrefacto, en el pasar de la tarde se me cayeron dos dientes más, y las uñas se me separan de la carne. Estoy en perdido en la locura, que alguien si tiene piedad que por favor me ayude.

Es de noche, estoy contra una esquina viendo a Azazel como un centinela con los ojos rojos fijos a unos metros de mi, no se cuanto más poder soportarlo.

Sigue ahí, han pasado horas.

Por fin en un momento de valentía corrí a los pasillos de la fábrica que están hundidos en un pozo de oscuridad. Ya no la reconozco, las paredes parece que sueltan un tipo de baba, y hay gente llorando en cada puerta que intento abrir. Encontré refugio en una habitación en la que me arrinconé en una esquina para calmar un poco mi cuerpo que parece que mi corazón quisiera salir caminando por su cuenta por entre mis costillas.

En el pasillo del otro lado de la puerta, algo se arrastra, lo escuchó, se acerca. Al principio pensé que era el homúnculo acechándome, pero entre toda la piel corroída por un montón de larvas, las cuencas de los ojos con un líquido espeso y verdoso que deslizaba a través de cavidades que parecían hechos con puñales del tiempo. Note a mi mamá, no era la misma que me crió en la infancia y que dio todo de sí para hacer este puñado de problemas que me volví. Ya no me daba seguridad, sino un miedo que me provocó encerrarme atrás de esa puerta abovedada. Gran error, sólo se abre desde afuera. La escucho decir mi nombre por entre las juntas. Necesito que está pesadilla se termine, sólo queda que alguien abra la puerta…

Continuará… (el viernes próximo)

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