/El café Isaac entre las estrellas y el cielo

El café Isaac entre las estrellas y el cielo

…Me duele una mujer en todo el cuerpo.»

Fragmento de El amenazado – Jorge Luis Borges

Me gusta ir al café para charlar con los parroquianos y escuchar sus historias de descenso a los Infiernos y de Redención. Hablan, con el corazón palpitando a flor de piel, sobre los dolores del amor más aberrantes que se puedan imaginar. En las paredes húmedas del café están escritos con tinta invisible los nombres de las dueñas de los ardores.

Por la vidriera podía ver a la luna haciendo funambulismo en los cables de alta tensión, mientras llegaba el amanecer, que recién le estaba sonando el despertador.

El café estaba vacío, las mesas y las sillas bailaban un bolero que se dejaba escuchar desde la radio Spica que estaba entre la botella de ginebra y el Legui.

Tulio no me saludó, nunca lo hacía; sin que le dijera nada me sirvió lo de siempre: un té bien dulce, una preferencia en las antípodas de la grapa que flotaba en el ambiente. Me arrimó el líquido humeante y me pidió un cigarrillo. El se sirvió un Cinzano, llenó el vaso casi hasta el borde y le echó un certero chorro de soda que lo dejó hasta el tope.

-Hoy seguro que viene…cómo siempre- dijo Tulio; lo dijo para si mismo, pero me aferré a eso cómo si fuese el inicio de una charla, de aburrido que estaba.

-A seguro se lo llevaron preso- le contesté socarrón. Tulio me miró con cara de pocos amigos y se fue a la pieza del fondo y trajo un paraguas amarillo con lunares rojos y verdes, un secador de piso y un balde de lata.

Tomé un sorbo de té y me di cuenta de que le había puesto limón y le pregunté: ¿Quién viene?-

Sonrió y señaló con un dedo hacia arriba, hasta el cielo. Comenzó a hablar.

Vos sabés que este es un lugar muy grande, me refiero al Universo, tan grande es que no tiene fin, no termina nunca, jamás de los jamases…-

La radio pasaba los números de quiniela que nunca habían salido y nunca iban a salir.

Asentí, mientras dudaba si le decía que lo quería sin limón al té. Él continuó mientras saboreaba el Cinzano de a sorbitos -…y en un sitio tan grande hay cosas que creemos que son un cuento pero son reales…ningún cuento, todo real…-

En eso estuve de acuerdo con él, decidí no decile nada del limón.

-Eso lo confirmé una mañana – continuó – …no hace mucho tiempo, acá mismo. Ese día entró un tipo raro (por decirlo de alguna manera) alto, de tez blanca, muy blanca y de pelo muy rubio; tenia puestos unos lentes negros y tenía alas en su espalda, unas alas grandes, tupidas y blancas. Se sentó en el rincón aquel y se puso a hacer crucigramas-

Me había olvidado del limón, el hecho del que el tipo tuviese alas me pareció interesante.

Tulio, tomó otro sorbo de Cinzano, lo degustó y siguió hablando.

-…En eso llegó la Turquita, la piba de acá a tres cuadras, hija del Turco Ramiz que hace electricidad del automotor, la que vende tortas con chicharrones…Es una flaca de rulitos, bien flaquita con muchos rulitos…Me dejó como siempre una docena de tortas con chicharrones. El tipo de negro y alas blancas levantó la vista de sus crucigramas y la miró a la Turquita…-

Tulio se paró y detrás del mostrador tomó un par de botas de goma. Ceremoniosamente se descalzó y se sacó las medias y se masajeó los dedos. Con cuidado se puso las botas y acercó el balde, el paraguas y el secador de pisos. Ante mi mirada curiosa por el calzado y los bártulos me dijo: es necesario. Tomó un trago más de Cinzano y siguió hablando.

– Entonces algo raro pasó, un leve fulgor empezó a tomar las cosas, como un fuego de San Telmo en un barco en alta mar…Las cosas irradiaban un azur intenso, cristalino, casi palpable. La Turquita se fue saludando muy educada y el tipo disimulado la miró hasta que se fue…-

A todo esto me había olvidado del limón y sólo escuchaba creyéndole a medias, pero a la vez fascinado. El Tulio se acercó el vaso a la boca y de un trago se tomó el vermut.

Ansioso le pregunté qué había pasado.

Tulio continuó hablando, mientras probaba el funcionamiento del paraguas, deduje que no era supersticioso, por hacerlo bajo techo.

-…Ahora viene todos los días, y la espera a la Turquita haciendo crucigramas, y no le dice nada…La Turquita deja las tortas con chicharrones y se va; todos los días él la sufre…Una vez charlamos, me dijo que se llamaba Barachiel, pero le decían Chirola. Era mensajero y que estaba profundamente enamorado de la Turquita… Entrelé hombre, dígale algo pues- le dije… Me observó a través de sus gafas y luego miró sus alas-los ángeles mensajeros tenemos reglamentos, severos reglamentos y su falta traen graves represalias, muy graves- me contestó… Esa fue la única vez que cruzamos palabra….-

Se sentó frente a mi, un tanto agotado por hablar tanto y se aprestó el balde, el paraguas amarillo con círculos rojos y verdes, el secador de piso y el balde. Se sirvió otro Cinzano y sacó un paquete de tabaco. Armó un cigarrillo, me lo pasó e hizo lo propio para él. Era tabaco feo pero noble.

Afuera el sol manchó la oscuridad, el amanecer había llegado.

La puerta de madera y vidrio crujió al ser abierta. Era tal cual Tulio lo describió, sólo que me había imaginado las alas un tanto más grandes y su cabello no tan rubio, no tan blanco. Me pareció serio pero amable. Se sentó en un rincón y sacó de un bolsillo una revista de palabras cruzadas, una lapicera y se puso a resolver alguno.

El té se había enfriado, así que saqué el libro que llevé para distraerme, pero no alcancé a leer una frase-el capitán Nemo y Aronnax siguieron solos caminando por las ruinas de la Atlántida- que llegó la muchacha en cuestión llevando una bandeja tapada con un repasador(curiosamente amarillo con lunares rojos y verdes) Saludó amablemente. Yo observaba al ángel quién le dedicó a la Turquita una fugaz y subrepticia mirada. La muchacha dejó las tortas con chicharrones en el mostrador y se fue saludándonos y sin notar siquiera al tipo de las alas.

Apenas se cerró la puerta tras la chica el Tulio abrió el paraguas.

Lo miré extrañado.

Pasó un instante y algo ocurrió, un resplandor azul cubrió todo el interior del lugar durante unos segundos. Era como estar adentro de un rayo, luego la luminiscencia bajó hasta desaparecer

Entonces empezó a llover adentro del café Isaac Estrella; una lluvia finita, que chispeaba sobre las cosas con tristeza. Como lágrimas del cielo. Como una lluvia de estrellas. Como una lluvia de amor.

El balde de lata se fue flotando y el secador de pisos ante tanta agua se sintió intimidado y se dejó llevar también. El Tulio chapoteando con las botas de goma me trajo otro té, con limón. Me dejó un lugarcito abajo del paraguas amarillo con lunares verdes y rojos.

El ángel seguía haciendo sus crucigramas, batió un poco sus alas y la lluvia arreció, como lágrimas del cielo, como una lluvia de estrellas, como una lluvia de amor.