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De bombachas y boina

En Tandil con un amigo hacemos una peña de folklore. Es como una gran guitarreada con cantina y empanadas para comer. La idea es ir a escuchar buenas guitarras a la noche frente a un fuego o una mesa ratona con velas, es igual. Predomina el folklore, pero siempre desbancan alguna que otra canción más melódica y muchos que van más para ver gente que por el folklore lo celebran, y nos reímos mucho. Vienen amigos cercanos, no tan cercanos, y amigos de amigos, que ya son propiamente desconocidos.

Así llegó una noche Ismael. Vino de bombachas y boina, que es toda una marca. Era amigo de Facundo, uno que la familia tiene un campo chico cerca de Gardey pero son una familia tradicional de la zona. El padre de Ismael trabajaba haciendo labores para la familia y ya Ismael de más grande empezó él mismo a hacer trabajos de siembra hasta que se convirtió en chacarero y terminó arrendando campo y sembrando. Tenía un muy buen pasar y, lo más importante, propio. Sin embargo, como toda la gente que se construye a sí mismo paso a paso, el primer día se sentó al fondo, en un lugar invisible. Si Facundo no lo apura nadie se enteraba que la gastaba con la guitarra. Tenía una voz sólida pero más aguda que grave. Cantaban con Facundo y era un espectáculo. Los dos tocaban muy bien.

Entre los que disfrutábamos de esa fiesta estaba Celina cuya familia tenía un campo grande yendo para Balcarce, y también de una familia tradicional de la zona. Era muy amiga de Facundo y yo noté el primer día que vino Ismael cómo la miraba. Disimuladamente, de soslayo, o de lejos, hablara con quien hablase, Ismael tenía un ojo puesto en Celina. Y Celina tenía los dos ojos puestos en Facundo que, además, tenía su facha. Era un tipo de mundo, flaco pero sólido, muy gracioso y muy buen tipo. Ismael era una pieza de hombre, una roca que levantaba un brazo y hacía sombra, fuerte y grande, no gigante, pero se paraba y todos lo mirábamos. Tenía el cuerpo de sus herramientas, tallado a golpe de pala, a tierra en la cara, a cardos en los pies. Sin embargo, y nos sorprendió a todos, tenía una vasta cultura. Leía mucho y se tomaba el tiempo para ir al teatro, para ver pinturas, sabía de libros clásicos, de música clásica… “En la casilla de siembra una vez una chica me dijo que no sabía hablar, y me dediqué a cultivarme, tenía 17 años” me contó una vez. Tenía una dicción excelente, aunque el tono chacarero, el acento del campo lo llevaba cosido en la lengua.

El segundo día que vino, a la peña siguiente, llegó más relajado. Se le notaba la seguridad que sin duda tenía caminando entre el girasol. Fue una alegría verlo así, más suelto, incluso más gracioso aunque ese no era su fuerte. Se sentaron con Facundo en una mesa central y cantaron por horas. Hacían excelentes voces, y mientras cantaba, como quien no quiere la cosa, Ismael relojeaba a Celina. Lo hacía sin tanto disimulo porque Celina tenía los ojos para Facundo. Y así pasó la noche. Cada peña terminaba con algunos medios torcidos, con muchas risas y se enfundaban las guitarras y salíamos al patio de la entrada para irnos. Ismael jamás demostró una mínima fisura. Caminaba como para un casamiento, derecho, erguido, su dicción impecable, peinado, arreglado… Y Celina se apartaba con Facundo y se reían de que no adivinaban bien en dónde estaba la puerta.

Hay códigos que cada clase social tiene. Las clases sociales no están arriba y abajo como sus nombres las quieren hacer parecer. Las clases sociales están todas a la misma altura, pero una al lado de la otra. No se juntan, Dios sabrá por qué pero no se juntan. Nadie era inferior o superior en esas peñas, pero Ismael se subía solo a su camioneta y se iba en dirección contraria al pueblo, se iba a su casa en Gardey. Y yo siempre veía eso. Y lo comprendía, era así. Y no hubiese sido vistoso sino fuese porque Ismael empezaba a mirar sin disimulo a Celina, y me parecía verle la impotencia de no encontrar el chiste que la haga reír, o la frase interesante que la haga mirarlo. Celina hablaba con Ismael pero luego, cuando hablaba con Facundo era otra mujer. Otra. Y así se fueron esa segunda noche: Todos para Tandil, Ismael para Gardey.

Hubo una peña más en la que no pude estar y la cuarta peña con Ismael recuerdo que llegó más tarde de lo habitual. Se bajó todo él de su camioneta y lo vi más suelto, tal vez ya venía tomando esta vez. Entró a la peña y fue derecho a agarrar la guitarra y a sentarse con Facundo que se sorprendió con aquella decisión. Y cantaron zambas, milongas, chacareras… Cantaron mucho, cantaron fuerte, pero esta vez Ismael no miraba tanto a Celina. Cerraba los ojos y cantaba bien fuerte, incluso Facundo tuvo que callar en algunas canciones. Cuando terminó lo que parecía ser su última canción la buscó con la mirada a Celina, y la encontró hablándole a Facundo en el oído, contándole algo seguramente, pero la imagen me parece que knockeó a Ismael, que se levantó, se fue hasta una mesa más alejada y se bajó otra botella de vino. No le hacía mucha mella pero se iba deteriorando poco a poco. Facundo siguió cantando solo y haciendo cada tanto un chiste que otro sobre su compañero de guitarra que lentamente se fue recostando sobre sus brazos cruzados en la mesa hasta que ahí quedó.

La peña terminó, Facundo enfundó su guitarra, “¿lo despertamos al oso?” preguntó simpático, y le dije que me lo dejen, que yo me ocupaba, y todos empezaron a salir al patio y a quedarse hablando afuera. De pronto, en ese silencio raro que queda en las peñas cuando se acaban de ir todos, Ismael levantó la cabeza. Su cara estaba deshecha por el vino: pálida, hinchada. Pero se levantó y miró por las ventanas y vio que Celina estaba al lado de una hablando con seguramente Facundo, pero solo se la veía a ella. Ismael la miraba como una foca que sale del agua y estudia lo que hay en la superficie. Se levantó todo entero como una mole maciza y fue hasta su guitarra. Se sentó, y con un rasguido muy suave empezó a cantar.

When you were here before, couldn’t look you in the eye.
You’re just like an angel. Your skin makes me cry…

Yo no podía creer lo que estaba pasando. Ismael, el gaucho tosco y correcto estaba totalmente borracho cantando una canción en un buen inglés, suevemente… ¡y estaba cantando Creep!

“…You float like a feather in a beautiful world.
I wish I was special. You’re so fucking special…”

Todavía su canto era un murmullo, un sonido suave y bajo con un rasguido muy simple. Celina seguía hablando en la ventana e Ismael no le sacaba los ojos de encima.

…But I’m a creep…

En ese momento Celina giró la cabeza y lo miró.

…I’m a weirdo. What the hell am I doing here?
I don’t belong here…

Celina iba girando la cabeza mientras hablaba afuera y miraba a Ismael, pálido, transpirado, despeinado, cantando suavemente.

“…I don’t care if it hurts. I want to have control.
I want a perfect body. I want a perfect soul.
I want you to notice when I’m not around.
You’re so fucking special. I wish I was special…
But I’m a creep…”

Esta vez lo cantó un poco más fuerte y Celina se giró y una de sus manos que dormía sobre su cartera se tomó de la reja de la ventana.

“…I’m a weirdo. What the hell am I doing here?
I don’t belong here…
She…”

Ismael largo un agudo que me puso la piel de gallina. Tenía la voz de un ángel y la cara devastada. Celina se tomo de la reja con las dos manos y lo miró de frente cantar con sus ojos cerrados y su cara levantada.

“…she’s running out again…
…She… she’s running out…”

Era bestial, una especie de monstruo cantando con una voz masculina pero muy suave, muy nítida, y muy sólida. Dejó de tocar la guitarra y su cabeza cayó sobre su pecho. Ahora era nuevamente un murmullo.

“But I’m a creep… I’m a weirdo… What the hell am I doing here…?”

Miré hacia la ventana, pero Celina ya no estaba. Busqué la puerta para ver si entraba, pero todos se estaban yendo. Y me volví a Ismael que ahora estaba ladeado un poco hacia la izquierda. Escuché los autos arrancando, bocinas y risas. Guardé su guitarra y la llevé a la camioneta. Después lo sacudí, lo sacudí mucho hasta que reaccionó, lo hice ir hasta su camioneta y lo llevé a su casa.

A la peña siguiente cuando llegó Celina la vi mirar a la puerta constantemente, hasta que llegó Facundo simpático como siempre. Ismael ya no vino más.