El frío azotaba la ciudad, un cielo amplio y sin luna aseguraba una noche gélida y oscura. Horacio caminaba tranquilo, fumando entre los vahos del vapor, cuando de pronto vio a un hombre buscando algo en el piso. Se lo veía angustiado y nervioso, mientras cruzaba la calle para preguntarle qué pasaba, lo oía maldecir y mover la cabeza hacia todos lados. No podía seguir sin ofrecerle una mano. Giraba en torno a una farola lúgubre, amarilla o solitaria. Era la única encendida en la cuadra. Con su luz amarillenta cubría parte de la vereda y la calle. El resto estaba sumido en la más densa negrura nocturna.
– Buenas noches, ¿lo puedo ayudar en algo? – preguntó Horacio.
– No, no… si, es que… es que se me perdió la billetera.
El hombre ni siquiera levantó la cabeza para mirar a Horacio, estaba tan nervioso y ensimismando en su búsqueda que seguramente llevaba algo de mucho valor.
– Le ayudo, buen hombre, cuatro ojos ven más que dos.
– Bueno, gracias – titubeó el señor, continuando con su cabeza hacia abajo obsesiva y nerviosa – tenía algo de plata, pero lo que más me importa es recuperar mis documentos. Carnet de conducir, dni, tarjetas… ¡ufff! – rezongó.
– Si, obvio, hoy por hoy es un lío de trámites y tiempo perder documentos – lo calmó Horacio al tiempo que hurgaba entre el cordón de la vereda y la acequia.
Los dos continuaron la búsqueda. Recorrieron cada centímetro del cordón, cada baldosa, todo el zócalo que la farola alcanzaba a alumbrar. Horacio se alejó hacia las penumbras. No había más que hojas, colillas y mugre. Le pareció extraño que el hombre siguiese con tanto esmero buscando en el mismo lugar. Además ya habían inspeccionado los dos varias veces los mismos lugares, no encontrarían nada ahí. El vendedor de sellos de la galería Ruffo se detuvo un instante…
– Señor… ¿usted está seguro que se le cayó por acá?
– Esteeemmm… no, la verdad que no. No estoy seguro de saber dónde la perdí.
– Aha, buen punto – marcó Horacio – por lo menos sabemos donde no buscar.
– No, la verdad que no sé donde la extravié, es más, estoy seguro de que acá no, de que fue en otro lugar.
Horacio no comprendió el comentario, ya que el hombre seguía sin levantar la mirada, continuando con su incesante búsqueda en el mismo lugar – ¿Y porque continúa buscándola por acá, alrededor de la farola, si sabe que no está? – terminó por decirle, hundiendo las manos en los bolsillos de la canadiense.
– Es que hay más luz… – respondió el hombre buscando incansable al tiempo que Horacio se perdía en las penumbras.