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El día que fui a la Facultad de Fasolofía y Letras

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Hace unos meses tuve que ir a la facultad de Filosofía y Letras, ya que mi hermano estudia ahí y me pidió que le llevara urgentemente un libro que se había olvidado. Sí chicos, el pibe estudia historia. Los profesores de historia, aunque no lo crean, no nacen por el descuido de una momia que se masturbó y se limpió el semen en polvo con las páginas de un libro. No, hay gente que lo estudia, y por voluntad propia. No tengo nada contra ellos pero en parte creo que la carrera no te prepara tanto para enfrentar la cruda realidad: estudiar para luego ir a laburar en un 147 blanco y destartalado y para que los pendejos malcriados de hoy lo puteen y lo denigren. Lo bueno, es que el pibe va a vivir de paro y seguro que se va a voltear a alguna maestra con problemas de autoestima que tiene crisis de mediana edad. Si las maestras no le dan bola, puede optar por darle clases de apoyo, literalmente, a alguna alumnita que tenga un 1 en historia pero un 10 wasap.

Ya hablé suficiente de él, esta nota es para relatar las vivencias que experimenté ese día. Para comenzar, demoré dos horas en llegar hasta allá debido a que me la pasé esquivando baches, los cuales el muy infeliz de Pinedo no pudo arreglar en sus 12 horas de gestión, me cago en el careta come sushi ese. Al ingresar al campus de la universidad me entretuve observando el bello paisaje que las pintorescas casas de chapa dejan entrever y pensé que Danielito Vila debería robarse esos terrenos también para hacer otro Súper Vea, ya que estos comercios son como las paradas de bondi, nunca están de más. Ingresé al estacionamiento y no tuve problema en encontrar lugar, ya que al parecer esta gente acude a este establecimiento en alpargatas y bicicleta. Los únicos dos autos que vi deben haber sido de algún estudiante de ciencias políticas que ya está haciendo uso de nuestros impuestos.

Me sorprendió ver tanta gente echada en lo que parecía ser pasto, lo cual miré detalladamente y pude descubrir que en realidad era yerba mate, el néctar que mantiene los motores del hippie funcionando. En el trayecto del auto al edificio vi tres rondas de gente tomando mate, dos grupos cantado canciones populares con una guitarra, cuatro malabaristas, y un grupo de feministas enemigas de la depilación apaleando a un tipo, porque el muy maleducado le abrió la puerta a una chica y se ofreció a cargarle los libros. Por suerte para el flaco, pegan como mujeres.

Además escuché a una chica decirle al que parecía ser el novio: – ¿Qué hacemos? ¿Tomamos mate o garchamos?

A lo que el tipo haciéndose el boludo aventó un paquete entero de Taragüi con cáscaras de naranja sin palo edición limitada contra el parabrisas de un auto y le respondió: – Y… Yerba no hay.

Inmediatamente esta pareja de tortolitos se perdió en el horizonte para poder hacer la cochinada (así le dicen en Las Heras)y yo retomé mi odisea hacia la facultad.

Luego de lograr atravesar la capital del termo bajo el brazo y de evitar desmayarme por el olor a pata que había en el ambiente, logré llegar a la  puerta de esta casa de “altos” estudios. Digo altos porque estos muchachos necesitan una torre de control que dirija tanto tránsito aéreo que hay a causa del porro.

Me sorprendió ver a una pequeña perra que estaba siendo acosada por 3 perros callejeros y un zoofílico, tenía correa así que ingresé al hall de la facultad y comencé a preguntar si alguien era su dueño. A lo que un colgado con la barba mal crecida me respondió afirmativamente.

Le dije: – Loco, tené cuidado porque tu perra está alzada.

Él me respondió: – No puede ser, si yo la dejé en el piso.

Sorprendido por su respuesta le comenté: – No flaco, no me entendés. Tu perra está en celo.

El loquito me contestó: – No puede ser, si yo no le doy motivos.

Ya un poco sacado de quicio por la poca comprensión del sujeto le grité: – ¡Loco, tu perra está caliente!

Y el muy desorientado me dijo: – No puede ser, si yo la dejé en la sombra.

Al darme cuenta de que era imposible razonar con el tipo me fui puteando a buscar a mi hermano.

Al entrar al aula en la que se encontraba cursando antropología vi a toda la gente en ronda, cual grupo de autoayuda, compartiendo el mate y teniendo una charla tan filosófica sobre el hombre que ni la selección nacional de tomadores de fernet tiene.  Lo separé de la ronda y le di el libro que me había pedido, el cual sospecho que lo quería para usar sus hojas de lillos y ganarse la aprobación del profesor. Una vez liberado de mi obligación pude escapar de ese pseudo festival de Woodstock para poder volver a la tranquilidad de mi casa y nunca más pisar ese lugar, a no ser que necesite marimba.

Escrito por PICHICHEN para la sección:

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