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El día que me levanté una mina del Unimev

La conocí en Al Sur… de noche, con las luces fomentando mi fotofobia, media botella de jagermeister encima y justo cuando me estaba por ir, cargando sobre mis espaldas una noche de soledad. Recuerdo que le pregunté de dónde era… “Delunimé” me respondió, dándole tanta entidad a su barrio como un país, como una nación. La mina no era de Villa Nueva, ni de Guaymallén, ni mucho menos de Mendoza… era del Unimev, una patria, una entidad, una muestra poblacional de lo más lindo de la provincia.

Me movió el piso de movida, aquella onda rolinga concheta, sumado a la simpatía callejera de barrio, fusión con universidad estatal, su gusto por los libros, más una boca de labios gruesos y el delineador subrayando unos ojos chinos que me seguían a cada paso, me dejó carburando todo el finde. Paula, Pau… la, su nombre me bailaba en el alma. Por mi le hubiese escrito el domingo a la mañana para invitarla a tomar mates al parque o no se… a vivir para siempre conmigo. Pero no podía quedar tan desesperado, así que me hice el difícil y decidí no humillarme. Le escribí el lunes por la mañana. No aguanté más.

No solo era del barrio más emblemático de Guaymallén, sino que vivía en el corazón: “en las torres”… legendarios dinosaurios setentosos cargados de nostalgia, historias y mucho pero mucho rock. La invité, aceptó. Por mi la hubiese visto media hora después del llamado, por ella quedamos para el jueves. Le dije de llevarla a “laristides”, como le decimos los de ciudad a la Arístides, cerca de mi territorio citadino, me dijo que prefería verme en el barrio (me dijo “venite para el unimev”, puntualmente). Le dije que sí. Le hubiese dicho que si incluso si me proponía ir a Siria o a Kosovo.

¿Cómo te vestís para ir a visitar a una mina a un barrio? ¿Cómo se encara esa cita?… era la primera vez que me pasaba. Me puse jean y remera y a las 20:30 encaré para el Unimev, media hora antes de la cita, como para zondear el terreno.

Entré por Houssay y encaré para la plaza. Las torres estaban a mi izquierda, del otro lado del acceso se veía aquel que supo ser el primer shopping de Mendoza, hoy descuidado y venido a menos. Apenas bajé tuve un ataque masivo a varios de mis sentidos. Mis ojos pudieron observar una impresionante cantidad de gente, como hormigas, moviéndose por todos lados, de todas las edades y colores. Autos, motos, fusión del verde y la naturaleza con el gris y el cemento, las luces de los carteles, los últimos rayos de sol bañando los juegos y las piedritas de los senderos y a pocos metros las moles de “las torres” custodiando la entrada. Los pibes tomando de botellas cortadas, grupos de amigos en círculo, niños desparramados por doquier. Negocios, ruido, colegialas, vecinas charlando con lampazo en mano, gente de la iglesia, karatecas, de todo. La música era fabulosa, cada grupo reventaba su estilo, me llegaba cumbia, electrónica, hip hop y por supuesto rock… mucho rock, al tiempo que los bondis pasaban al palo con sus motores Mercedez esquivando motitos y el barullo de los guachos jugando a la pelota le daban un sonido a vida impresionante. Y el olor… el olor era lo más maravilloso de todo el panorama, como entrar a la casa de tu vieja cuando cocina milanesas, como las habitaciones de tus abuelos… el olor era nostalgia pura, olor a pasto mojado, olor a primavera, el olor dulzón de los humos de la risa, olor a pucho, olor a comida casera… smell like teen spirit. ¡Si hasta me daban ganas de ponerme a bailar!

Y ahí apareció la Paula… ¡que rica estaba la Paula por favor! Petisa potente, de jean ajustado, musculosa de los Stones, botitas de lona blanca y un pucho en la boca… en esa boca roja. “¿Qué haces chabón?” me recibió con un abrazo y su perfume me dejó en Júpiter. Estaba comiendo un chicle de sandía… yo ya me la imaginaba teniendo hijos conmigo, escuchando Los Piojos y por supuesto… viviendo en el Unimev.

Nos cruzamos a un quiosco enrejado que tenía absolutamente todo lo que existe en el mercado. ¡Hasta gallinitas! Compramos una birra sin llevar envase y nos sentamos en la plaza a escaviar. Mis 30 años habían descendido a 18… sus 26 estaban intactos. Era volver a la adolescencia más rockera y maravillosa, aquella en la que el mundo se basaba en el próximo recital de La Renga e ir a escuchar a Los Visitantes a Aloha. Hablamos de todo, como si nos conociéremos de años. La Paula saludaba a todo el mundo y todo el mundo saludaba a todo el mundo. Parecía que eran todos amigos, “¿toda esta gente vive acá?”, le pregunté. Ahí me contó que no, que la plaza era el punto de encuentro de toda la gente de Villa Nueva, era la mejor plaza del departamento y del país… según sus palabras. Caminamos un poco por los alrededores, vi colegios, iglesias, boulevares y negocios de todos los colores. Una mini Mendoza en cuatro cuadras a la redonda.

Era un corso, un carnaval donde se mezclaban personas de todas las edades, credos y estilos. Tal cual se me fusionaban los sentimientos para con la Paula, amor, deseo, ganas de todo. Luego de la segunda cerveza la invité a comer… “¿Vamos a comer algo al centro?”. Se rió… dejando ver esos dientes maravillosos. “Vos no has comido los lomos del Cachavacha” me dijo mientras yo me imaginaba una bruja cocinando. Nos cruzamos caminando a una esquina encarpada donde el gusto, uno de los sentidos que me faltaba sentir en el Unimev, se hizo palpable. Carne, papas, mayonesa, pan, birra… y lógicamente, rock de fondo, decorado por la extasiante presencia de la Paula, con la que ya me imaginaba viajes a Europa y una hipoteca para comprar una casa frente a la plaza. Ahí nos encontramos con amigos de ella, luego de cenar solos, juntamos unas mesas y nos quedamos tomando fernet en jarra hasta la madrugada con una banda de gente.

Entre el mareo y la cuadra que separaban el barcito de las torres pude, por fin, experimentar el último de los sentidos que me quedaba por vivenciar. El tacto de mis manos recorriendo esa cintura infernal, sintiendo el calor de su piel en mis palmas, mi lengua saboreando sus dientes y todo el barrio entrando por mi boca, el verde, el sol, el rock, la cerveza, la nostalgia, la calle, los amigos, el asfalto, las luces, poesía… poesía pura. En medio de la vereda.

Estoy enamorado de la Paula. Volvimos a salir ese fin de semana y el otro… y toda la semana. Ya me estoy acostumbrando a disfrutar de la Avenida en vez del Parque y el rock a vuelto a mi vida, como en mis mejores tiempos de adolescente. El Unimev es una máquina del tiempo. Es una máquina.

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Escrito por Esteban Lezcano para la sección:

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