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El día que me comí a mi primo

Ya sé, te da asco. De sólo imaginarte comiéndote a tu primo te dan ganas de vomitar.  O no. Todo depende del cristal con el que lo mires.

Era verano y el verano de por sí nos pone cachondos. Andamos livianitos de ropas, mini, transparencias tal vez. Eso ya le da a la situación un valor agregado. Al pedo los fines de semana, sin un chongo estable, lo único que me quedaba era salir con mi primo salidor. El pibe se conoce todos los boliches del universo, es el típico flaco que vive de noche.  Ese que tiene 50 mil conocidos  y ni un amigo. Siendo un habitué de la noche mendocina, tiene pase libre en todos lados. Y yo lo seguía como burro a la zanahoria. Total, no tenía nada mejor que hacer. “Vamos a ver qué levantamos, prima” – me dijo.

Me  pasó a buscar. Vino blanco en el auto. Y arrancamos la noche medio escabiados. Llegamos al boliche que  estaba inaugurando el patio y me mandé detrás de él como quien sigue al guía de turismo. Como había mucha gente, me agarró la mano para que no me perdiera. Primer contacto.

Es mi primo. Lo conozco  desde que llegué al mundo. Es lindo el guacho, pero… es mi primo. Es como si fuera gay. Sabía que no había chance. Eso mientras me mantuve  medianamente sobria. Pero con el correr de  las horas y de los vasos de speed con vodka, llegó un momento en el que ya no sabía qué grado de parentesco había. Llegué a  pensar que en realidad él era adoptado, y ningún vínculo de sangre nos unía.

Y él, que venía empinando el vaso con destreza atlética, comenzó  a notar que pertenecía  al sexo opuesto. De repente, tenía tetas. Fui al baño y mientras me miraba entrar se dio cuenta  de que me seguía  un lindo culo. ¿Y esas piernas? La semana pasada no las tenía.

Pasaba la noche entre chiste y chiste y ninguno de los dos levantaba ni una sospecha.  Seguía  la ronda de speed hasta que en un momento el aire fresco del patio me dio una patada voladora en la nuca y anuncié que no me sentía bien. Para sostenerme y evitar que pasara un papelón, me abrazó. Mmmmmm. Segundo contacto.

Con la excusa de mantenerme en equilibrio, mano aquí, brazo allá y – nunca entendí qué aporte hacía esto a mi equilibrio-  clavó boca en el cuello.  Algo así como echarle una caja de 222 patitos encendidos a un tanque de nafta.  De más está decir que lo que empezó en el cuello fue a parar a la boca y de ahí un chárter sin escalas a la cama – nunca supe cómo llegamos ahí.

Evitaré entrar en detalles  para ahorrarles  un exceso de transpiración. Me limitaré a decir que fue una de mis mejores noches. Pero como todo en esta vida, la noche terminó.

Las facciones desencajadas, un importante sentido de culpa y algo de asquito, no voy a negarlo. Así me encontró la mañana siguiente.  Una sensación bastante difícil de explicar, pero supongo que es comparable con descubrir que has tomado tu propia orina.

Me llamó, me mandó mensajes, mails, señales de humo y no me dio ni para inventar una excusa. Simplemente, no lo volví  a ver  en un año.  Hasta que un día me lo encontré en la calle. Nos limitamos a sonreír y nunca más mencionamos el asunto.

¿Y vos lector? ¿Que onda?

Escrito por Miss Tica para la sección:

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