/El día que me garchó una negra

El día que me garchó una negra

Era un excelente ejemplar moreno.  La típica africana o centroamericana con un cuerpo beneficiado por la genética de los de su raza y una vida dedicada al ejercicio. La conocí precisamente en el gimnasio al que yo iba (y NO, no soy ningún físico-culturista, aunque tengo la aspiración de algún día hacer desaparecer la pancita cervecera). La muy diosa daba las clases de spinning, RPM, Cross-fit o lo que mierda fuera, y aunque no era la dueña del gimnasio, se la pasaba mañana y tarde ahí dentro intentando que las gorditas que iban a envidiar y sufrir a causa su esculpido cuerpo, fueran capaces al menos de terminar una clase.

Y ahí estaba yo, todas las tardes-noches, media hora de ejercicio y media hora de babearme (al igual que los otros 10 pajeros que estaban al lado mío), imaginando todo lo que podría yo hacerle si me concediera al menos 10 minutos.

Pero ni en mis sueños más húmedos podría haberme imaginado lo que pasaría esa insoportable y tediosa noche primaveral de 34 graditos culpa del Zonda.

Como era habitual los jueves, me la habían puesto en el trabajo y había salido más tarde de lo normal, viéndome obligado a recurrir a toda la escasa voluntad que me quedaba para ir al gimnasio a moverme un poco. A causa del viento y del calor, el local estaba casi desierto, solo un trío de jeropas y dos pendejas quinceañeras haciéndose las lindas y, por supuesto, la negra preciosa estirando un poco.

Estaba tan concentrado en ser capaz de levantar algo que ni me percaté de que poco a poco el gimnasio se iba vaciando hasta quedarme completamente solo. Eso fue extraño, ni ella ni la dueña solían tomárselas hasta que todos se hubieran ido, cerca de las 22:00. Por eso mismo fue que me paré y salí a mirar donde se habían metido todos. El estacionamiento estaba vacío y ni rastros de nadie, pero cuando volví a entrar a buscar mis cosas y tomarme el palo, me cruce cara a cara con ella, con la piel brillando por el sudor, saliendo del baño con una toalla. Le sonreí estúpidamente y entré antes de decir alguna boludés. Estaba tan pero tan desencajado que casi se me escapa el sonido de la puerta al cerrarse con llave. “Me está cargando esta pelotuda” pensé y corrí hacia el hall de entrada, dispuesto a golpear la puerta tan fuerte como pudiera, pero eso jamás llego a suceder porque me choqué con la negra, quedando como un boludo importantísimo.

Todo ocurrió demasiado rápido, cuando quise ver, ella me deglutía la boca con sus prominentes labios típicos de su raza, metíendome la lengua húmeda y un poco salada bien adentro de mi boca. Entre la sorpresa y el placer, traté de no seguir quedando como un choto e intenté tomar la delantera, la sujeté por la cintura ansioso por apretarme bien a su cuerpo; pero fue al pedo, y será patético admitirlo, pero casi sin esfuerzo logró meterme adentro del local y postrarme en una colchoneta hecha bosta que había en el suelo, montándome salvajemente y devorándome la trucha como una profesional. Todavía no sabía si era otro de los abundantes sueños que tenía con ella o era realidad, pero como ya me daba igual, intenté sacarle la remera, otro vano intento, pues ella se deshizo de mis brazos y solita se sacó no solo la remera sino también el corpiño deportivo, dejando al descubierto el mejor par de tetas que he tenido la oportunidad de ver en mi vida.

Loco de la lujuria, me erguí para hundir la cara en ese paraíso de carne, pero por tercera vez reboté como un muñeco. Afirmándose bien en la colchoneta, me sacó los shorts y, casi tan veloz como la vez anterior, también se encargó del bóxer. Mi verga estaba para ese momento en el máximo de su esplendor, con el glande liso y brillante de la hinchazón, ansioso por recibir su tajada en toda esa situación. Yo solo quería cogerla, o que me cogiera, daba igual, y afortunadamente ese deseo se iba convirtiendo rápidamente en realidad. Ágilmente, y con una mirada cargada de la más primitiva y animal necesidad, se encaramó sobre mi pelvis, colocando a mi amigo en el lugar donde más quería estar.

Ese primer contacto me arrebató un pequeño gemido de placer. Estaba mojada, muy mojada, y a causa de ello comencé a temer una mala performance de mi parte. Al principio los movimientos eran muy suaves, buscando acomodar todo lo que estaba entrando a su cuerpo. Intentaba moverme, pero sus dos brazos, que tomaban cada uno de los míos y los mantenían apretados a la colchoneta, permanecían firmes, mientras sus movimientos se tornaban cada vez más rítmicos y desesperados.

Yo no permitía que nada se me escapara de la vista, no quería que mis ojos se concentraran en otra cosa que no fuera esa bomba sexual que me estaba violando, y mientras la miraba jadear y morderse el labio inferior alternadamente, intentaba concentrarme por no reventar antes de tiempo. Decidí jugármela una vez más, aprovechando su momento de debilidad, y liberé mis brazos, dirigiéndolos directamente a su sublime par de tetas, tomándolas con fuerza y acariciándolas desesperadamente. Colocando mi mano derecha sobre su angosta cintura, y manteniendo la izquierda en su pecho, intenté guiar el ritmo de esa danza que amenazaba con acabar demasiado pronto, pero ella tenía casi todo el control. Sus jadeos y gemidos eran cada vez más fuertes e insistentes, y los míos casi gritos de placer. Resultaba un éxtasis solo ver a esa morena cabalgando sobre mi blanco y pálido cuerpo, moviéndose con la gracia de una diosa.

Y finalmente comenzó a llegar. Empecé a sentir esa rara y tan particular sensación mezcla de placer y de dolor que solo puede terminar en una cosa; le estrujé cada centímetro de su cuerpo que pude agarrar mientras las contracciones en mi cuerpo eran cada vez más fuertes. Y para alivio y deleite de mi ser, ella, elevando su mirada al cielo, comenzó a retorcer su cuerpo, a realizar movimientos bruscos e inconscientes, señales de que el orgasmo estaba cerca. Esa fue la última cosa que vi antes de cerrar los ojos a causa del violento estremecimiento que recorrió mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Sentí que explotaba, que me vaciaba, mientras ella gritaba con fuerza apoyando ambas manos sobre mi pecho. Fue hermoso, fue único, fue sobrenatural.

Apenas comenzaba a tomar consciencia nuevamente de la realidad, mientras sentía que el peso de su cuerpo sobre el mío se volvía más ligero, cuando sentí un repentino dolor en mi verga. Abrí grande los ojos cuando descubrí que ella se había volteado sobre sus rodillas e inclinando su cabeza hacia mi pelvis, comenzaba a lamer con voracidad la punta de mi pija. El dolor duró solo unos segundos, luego todo fue placer otra vez. Como podía tomé sus fuertes y duras piernas y atraje sus caderas hacia mi boca, improvisando un 69 fantástico. Mientras ella chupaba yo engullía toda su vagina, su culo y sus piernas, era un frenesí de lujuria que terminó nuevamente de la mejor manera.

Luego de todo, una vez calmados, fueron pocas las palabras que cualquiera de los dos dijo, solo nos vestimos y nos fuimos. Desde esa noche, modifiqué drásticamente el horario de mi rutina en el gimnasio, con la esperanza de que pronto esa experiencia se vuelva a repetir…

Escrito por Mr X para la sección:

ETIQUETAS: