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Encrucijada

En el verano anormalmente caluroso del dos mil cinco Petra conoció a Gustavo. Él había viajado desde Mendoza capital hacia Uspallata para visitar a unos tíos, vecinos de Petra y pasar la temporada. Ella tenía dieciocho años. Él veintitrés. El flechazo que sintieron el uno por el otro cuando se vieron fue instantáneo.

Proveniendo ella de un pueblo no muy grande, solo atravesado de paso por los viajantes que transitan el corredor internacional Argentina- Chile, no era mucha la gente que conocía, su padre trabajaba como cocinero en un comedor de camioneros, y su madre era enfermera en el centro de salud del lugar. No tenía hermanos. Pasaron el verano juntos, subiendo cerros, amando la vida y besándose con pasión. Y cuando febrero terminó él le dijo que tenía que volver a la ciudad. Pero volvería a visitarla.

Y así hizo, en Semana Santa, en las vacaciones de Julio y cuando volvió el verano, en diciembre. Pasaron las fiestas de fin de año juntos en la montaña. Siendo la suya una familia muy tradicional la única forma de que ella se pudiese ir a la ciudad con él era si se casaban y Gustavo, que había conocido a muchas mujeres, pero a ninguna como Petra, no lo dudó. Se casaron a principios de abril.

Ella quería estudiar y ser libre. Se anotó para estudiar profesorado de lengua y literatura en la universidad, y ambos se fueron a vivir al departamento de Gustavo en plano centro, él trabajaba como cajero en un banco cercano.

En la primera clase en la universidad a las ocho de la mañana Petra llegó tarde porque se perdió con los micros. Y ahí, después de sentirse observada por la mirada del profesor, que claramente desaprobaba las llegadas tarde, fue que se sentó en un banco en casi la última fila. Cerró los ojos, y cuando los abrió vio a su lado una pelirroja preciosa que la miraba fijamente y esbozaba una sonrisa. Petra se quedó inmóvil. Había algo en esa chica que le llamaba poderosamente la atención.

Lo que ella no sabía era que Gustavo por las tardes cuando ella estaba en la universidad en vez de ir a jugar al fútbol con sus compañeros, cómo le decía, estaba en un albergue transitorio con una prostituta diferente. A Gustavo le encantaban las prostitutas.

El primer semestre del dos mil seis terminó y vinieron las vacaciones, y ellos decidieron pasar las dos semanas de ese julio con los padres de Petra en Uspallata y allí fueron. Ella sintió que había algo raro en el carácter de su marido, pero trató de no hacerle caso y de disfrutar sus vacaciones lo más posible. Cuando volvían en el auto, Gustavo le agarró la mano y le dijo —tengo que contarte algo —acto seguido le confesó lo de las prostitutas.

—¿Acaso no soy suficiente para vos que tenés que andar buscando en otras mujeres lo que no encontrás en mí? —Le dijo ella con los ojos llenos de lágrimas.

—No es eso amor. Pasa qué hay algo en mí que no puedo controlar. Pero te prometo que no lo voy a hacer más, si por eso me decidí a contártelo. Porque sé que está mal.

—Las cosas van a cambiar Gustavo. Por el bien de la relación tienen que cambiar.

—¿Cambiar en qué sentido? —Le dijo extrañado.

—Cambiar. Y ya no me vas a poder decir nada.

—Cuidado con lo que vas a hacer —le dijo él a modo de advertencia.

—Voy a tener el mismo cuidado que tuviste conmigo, le respondió ella.

Y todo siguió en una extraña normalidad, y Gustavo que intentó dejar el vicio de las prostitutas no lo logró, iba todos los miércoles a la misma hora al mismo albergue con una mujer distinta por vez.

Cuando casi se terminaba el semestre, un viernes Petra se encontraba en la universidad con un grupo de compañeros haciendo una monografía, hasta que Aldana, aquella pelirroja que tanto le había llamado la atención en la primer clase del año, le ofreció a todos ir a tomar algo a un bar cercano en la noche. Todos aceptaron, hasta Petra.

En la noche tomaron unas cervezas y bailaron, y cuando se fueron todos los compañeros y quedaron ellas dos fue que Aldana se le acercó al oído y le dijo —seguime —Le agarró la mano, la llevó al baño, trabó la puerta y le dio un beso que primero Petra resistió, pero después no pudo contener. Un beso cómo hacía mucho tiempo que nadie le daba. —Esto no puede quedar acá —le dijo Aldana —a lo que Petra asintió.

Se fueron en un taxi hasta el departamento de Aldana, entraron y se dirigieron directamente a la habitación. Aldana le sacó lentamente el pantalón y la bombacha a Petra, y se metió de lleno a su entrepierna, la cual saboreó intensamente hasta hacer que llegase al orgasmo. Ese fue el comienzo.

Cuando volvió a su casa, al otro día, sábado, se encontró a Gustavo que la miraba fijamente. Sin decir demasiado le susurró —tuve sexo con una mujer.

Al principio a Gustavo le pareció extraño, pero después se le acerco al oído, agarró la mano derecha de su mujer y se la llevó a su entrepierna, ella la metió por debajo del bóxer, y él le susurró —y ahora vas a tener sexo con tu marido.

Continuará…


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