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Escupir para arriba

-Y así sin más, Señores del Tribunal, le disparé y le maté.

-La Fiscalía necesita que se explaye sobre el hecho por el cual está siendo juzgado, por favor, no omita detalles.

– Está bien. Como ya se ha dicho antes, nuestro primer encuentro fue una mañana muy fría, bien temprano. Apenas llegué al lugar, me acerqué y esperé por ella. Cuando por fin estuvo conmigo y, antes de pronunciar palabra alguna, me dedicó una mirada displicente y su boca de plástico estético esbozó una mueca que murió en el intento de ser una sonrisa. Quise explicar el motivo de mi acercamiento pero sin permitirme decir algo, arrebató el contenido de mis manos y recién entonces habló. Me dijo que sólo me dedicara a esperar, como todos los demás que habían estado antes con ella. Siguiendo mi natural tendencia a justificar todo me conformé pensando que tal vez no había tenido una buena noche, que probablemente su sueño no habría sido satisfactorio y me dispuse a esperar junto a los demás.

Nuestra segunda vez no fue muy distinta. Pero en esa ocasión, ya no hubo ni mirada ni ensayo de sonrisa… y no me sorprendió ese mecánico movimiento con el que sus manos quitaron los papeles que le presentaba. Su cara denostaba indiferencia, apatía. Y volví a justificarla. No debe gustarle su trabajo, pensé. Pobre, me dije, con lo feo que es hacer algo que no nos atrae. Y esperé.

A los pocos días tuve que volver a verla. Nuevamente me hallé sintiendo su frialdad. Pero esta vez me habló. Me dijo “Te dije que no me dieras otra vez ese papel. No es acá.” ¿Cómo? ¿Te dije? ¿Te dije, me dijo? ¿Me tuteó? ¿Me tuteó a mí? Y bueno, a lo mejor  entiende que ya soy un conocido, un amigo o me cree un pariente, por eso me tutea. Pero no me gustó. No es de mi costumbre tutear a las personas sin su permiso. Y no me pidió permiso. Me senté a esperar y seguí con mi vida.

El próximo encuentro fue similar pero al retirarme de su presencia le dije “Gracias y que tenga un buen día”, tratando de entablar una empatía.  Y su respuesta fue “¡Calláte!

¿Es que no has visto ese cartel que dice SILENCIO?” en un volumen muy alto, muy parecido a un grito. Me aparté, le hice caso y me callé. Y eso sirvió para escuchar mi voz interna que también gritaba “¿Qué le pasa? ¿Qué le hemos hecho para que nos trate así? ¿Le falté el respeto, acaso? ¿O los demás?” Pero seguí callando, viendo que los otros enmudecían también y bajaban sus cabezas. Ya no sabía si justificarla, pero callé. Y volví a esperar.

Y entonces llegó la última visita. Al acercarme a su escritorio ya noté su desdén. Noté que no era algo personal, para conmigo, sino que su desprecio era para todos nosotros. Ni una mirada, ni una sonrisa, sólo ese movimiento para recibirme las órdenes del médico, ponerle los sellos y devolvérmelas en forma brusca, casi arrojándolas al suelo. Volví a repetir el mismo saludo que le había dedicado anteriormente. “Gracias y que tenga buen día”. Y entonces, se levantó de su silla y me espetó:

“Pero…¡Viejo de mierda! ¿Por qué no leés el cartel y te quedás con la boca cerrada? ¿No entendés que no queremos que hablen?”  Y se dirigió con sus insultos a los demás pacientes que esperaban “A ver si empiezan a hacer caso y cierran la boca y el orto también, viejos de mierda y la puta que los parió. Que para eso están esos carteles que dicen SILENCIO, para que no hablen, ¿O ya se olvidaron de cómo se lee? NO entienden nada. ¿Cuándo se morirán así se dejan de joder?” Se sentó nuevamente, como si nada,  y siguió con su cara de mal dormida.

En mi vida he pasado por muchas cosas. He sufrido buenas y malas. Pero siempre hice todo con la frente en alto, he vivido mi vida con respeto, Señores del Tribunal. Y eso fue demasiado. Tengo 78 años, un cuerpo deteriorado y una salud en quiebra. Ya no tengo porqué tolerar una humillación así sólo por pertenecer a una edad que lleva años soportando el maltrato en esta vida. No me lo merezco y no lo merece nadie, por más viejo que sea.

-¿Y entonces qué hizo?

– Fui a casa, tomé el arma que guardaba en el armario, el 38 corto, lo cargué y regresé a ella. Reiteró su comportamiento, sin una palabra, sin una sonrisa, mecánicamente. Pero esta vez, cuando escuchó los gritos, me miró. Y allí le disparé. Que sea una lección, me dije. Y solté el arma. Prefiero terminar mis días con dignidad, aunque sea tras las rejas, que seguir viviendo como un ciudadano de cuarta…”

Esto podría ser una historia real. Todos vamos hacia el mismo final. Todos vamos a ser “viejos”. Todos, no importa la edad, merecemos que nos traten con respeto y dignidad. NO escupamos para arriba.

Dedicado a la ¿gente? que atiende en PAMI, en el SEMA y en ANSES a nuestros viejos.

Escrito por Lokakomotumadre para la sección:

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