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¿Estamos preparados los hombres para que nos encaren las mujeres?

Seguramente muchas feministas saltarán y estarán en contra de esta pregunta, ya que ellas creen, afirman y aseguran que ambos géneros deben ser igualitarios en todo sentido, y por ende, son las precursoras y principales exponentes a la hora de encarar a un flaco.

Pero nuestra cultura nos enseñó otra cosa.

Históricamente el hombre es el que tiene que juntar valor e ir a encarar a una mina, y está en su seguridad y personalidad saber esperar la aceptación o rechazo. Y por más que lo nieguen, las mujeres tienen la decisión final.

En la secundaria tuve un profesor de filosofía que expresaba:

“Las mujeres tienen al hombre que quieren y los hombres a la mujer que pueden”

Y es entonces que la globalización, el despertar femenino en nuestra sociedad y algunas veces el alcohol en la sangre, han logrado que cada vez más mujeres sean las que tomen la posta, den el primer paso, o como quieran llamarles, tomándonos desprevenidos nosotros, los machos cabríos de Mendoza.

¿Qué respuestas deberíamos dar frente a tal situación? Bueno, acá algunas de ellas:

Si la mina viene y te dice:

– Hola lindo, ¿cómo andás? ¿venís siempre a este boliche?

La respuesta apropiada podría ser:

– Hola si todo bien mirá estoy con mis amigos disculpá pero mi novia anda por acá le estoy haciendo el aguante a un amigo con otra mina perdón pero tengo que ir al baño no puedo hablarte nos vemos chau un saludo no es de mala onda.

Vamos a otra situación. Ponele que seguís en el boliche, vas a comprar un trago todo tranqui piola wacho y en el camino viene una mina y te toca el pelo. Ahí te das vuelta y estallás de bronca y al grito de “NO VES QUE ME SACÁS EL GEL” seguís camino hacia la barra con cara de ofuscado.

Salgamos un poco del boliche y posicionémonos en el trabajo. Estás tranquilo en tu oficina y empezás a ver que una mina te empieza a mirar más de lo común. Se cruza en la fotocopiadora, en la cocina, a la salida. La situación cada vez se pone más incómoda y vos intentás evitarla a como de lugar. Hasta que un día llegás, la encontrás en el pasillo y te dice:

– Juan Alberto, ¿qué hacés esta noche? Creo que se juntan todos los de la oficina en Larístides pero no me pinta. ¿No querés ir a cenar a mi casa? La hacemos canuta.

Vos, haciendo valer tu hombría y no dejando que te usen como un objeto respondés:

– Mirá María Liliana, creo que no tiene nada que ver lo que me estás diciendo. Somos compañeros de trabajo y no tenemos que mezclar las cosas. Además sabés que tengo una novia, está bien, es fea, tiene mal aliento, chueca de patas y de dientes, frentona y con soriasis, pero así y todo es mi novia. Andate de acá sino voy a Recursos Humanos y cuento todo.

Así es como la vida del mendocino cada vez se nos dificulta más con esta nueva orda de minas encaradoras, simplemente porque no estamos preparados y porque no está en nuestra naturaleza.

Igual, a mí nunca nadie me ha encarado, ni el defensor de Sportivo Chivato cuando encaro por los laterales en medio de un partido.

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