Martin yacía en el piso, intentando comprender que había sucedido, el tiempo para él se volvió relativamente más lento. Le prestó atención a cada detalle, a cada pequeño e ínfimo detalle.
Vaciló un poco al sentir como el pequeño fragmento de metal se metía entre sus costillas, pudo deducir que no era de más de seis centímetros, eso era bueno, él sabía muy bien que para llegar a los pulmones necesitaba por lo menos diez centímetros. Le dolía muchísimo, era como si la piel se desgarrara cada vez más a cada segundo, la sangre caliente comenzó a brotar desmesuradamente y entre jadeos todo se le hizo aun más claro.
Observó en dirección a la cama y aunque no escuchaba lo que sus amigos decían, porque para él todo iba en cámara lenta, se dio cuenta que estaban peleando. Volvió su mirada hacia la mampara que estaba frente a la ventana, y detrás de ella diviso la figura chinesca de un hombre que movía cordeles, levantó su mano para señalar.
Ignacio por otra parte estaba inmóvil, se dice que hay tres clases de respuestas para enfrentar una situación que nos asusta. El principió de la reacción es la misma en todos los casos. Sientes como tu cuerpo recibe una gran bocanada de energía, tus músculos se tensan, el corazón late con tanta fuerza que parece a punto de explotar y en ese momento, en esa mínima fracción de segundo, tu cerebro decide si pelear o huir. Sin embargo a Ignacio lo envolvió la tercer respuesta, se paralizó. Parecía un estado de catalepsia severa.
Se quedó petrificado, sonriendo de costado como un loco, siempre creyó en monstruos y fantasmas, pero esta fue la primera vez que veía algo en verdad sobrenatural. La habitación se le hizo muy, muy pequeña, todo a su alrededor perdió color, solo podía ver al payaso que se acercaba peligrosamente a él con los brazos extendidos, como si pretendiera estrangularlo y verlo morir lentamente, observándolo a los ojos, mientras que su último suspiro desaparece.
Francisco en cambio gritaba como un loco, su caso fue todo lo contrario de Martin, el veía todo con una velocidad increíble, era como si el tiempo se deformara a su alrededor, mas de mil pensamientos y sensaciones lo envolvieron en un nanosegundo, su actividad cerebral estaba a pleno, tanto fue que su cerebro se sobrecargo y un hilillo de sangre se desprendió en el interior de su nariz.
Le gritaba a Ignacio que yacía frente a él, con un pedazo del piso de parque en la mano, le gritaba cada vez más fuerte, llego a sentir un leve gusto a sangre en sus cuerdas vocales, sin embargo Ignacio no escuchó. Le pareció que el payaso se movía a pasos agigantados, se desplazó ágilmente y le quitó el madero a Ignacio. Gracias al movimiento el ángulo de visión cambio y le permitió ver a Martin tendido en el suelo señalando a la ventana. Francisco desvió nuevamente la mirada y vio a un hombre detrás de ella manipulando los cordeles que movían al payaso.
Entonces Francisco golpeo al payaso con tanta fuerza que sintió que sus codos se entumecieron, las rodillas se debilitaron y casi perdió el equilibrio debido a que utilizó toda su fuerza en el golpe. El payaso voló sobre la habitación como una piñata, los cordeles se cortaron por completo, Francisco estaba en un estado de emoción violenta, saltó sobre el payaso y comenzó a golpearlo con lo que quedaba de la tabla.
Fue en ese momento que Ignacio se despertó y corrió adonde estaba Martin.
– ¿Estás bien?
– Si, pero necesito que lo saques, es un pedazo muy chico, si llega a ingresar en el interior de mi sistemas respiratorio podría sufrir un edema.
Ignacio se alteró, dejó a Martin y fue hasta donde estaba Francisco, lo sostuvo por atrás y cayó de rodillas, recordó la mampara y al levantar la vista se sintió un imbécil, le hombre que manejaba al payaso había huido.
– ¿Qué paso?
– Martin necesita ayuda – respondió Ignacio casi sin modular su voz
Francisco se sentó al lado de Martin, este le dio la misma explicación que a Ignacio, después de observar la herida vio que el trozo de metal estaba casi un centímetro adentro del cuerpo de Martin. Tomo una gran bocanada de aire, le pidió a Ignacio que sostuviera a Martin y procedió a poner su mano izquierda sobre la herida, intentado separarla para que los dedos entraran con mayor facilidad.
– Perdón Martin, pero esto te va a doler.
Martin suspiró y decidió morder el cuello de su remera, ellos no lo sabían, pero ya eran un fenómeno en las redes sociales, casi dos millones de suscriptores y cerca de tres millones miraban el video en vivo.
Francisco introdujo su dedo índice y pulgar, sintió como la herida se abría lentamente, los músculos de Martin se desgarraban y este mascullaba de dolor, las lagrimas eran incontenibles, mientras soltaba gritos ahogados y forcejeaba contra Ignacio, Francisco alcanzó a tocar el Fragmento de metal, estaba cerca, pero no lo suficiente, movió sus dedos dos milímetros mas, lo que aumento exponencialmente el dolor de Martín y logró tomar el fragmento. Una vez que lo tuvo en sus dedos, realizó un movimiento certero y de un tirón sacó el fragmento ensangrentado del interior de Martin.
El alivio llegó casi inmediatamente, comprobó que su respiración era casi normal, por lo que deducía que el pulmón no sufrió daño.
Reincorporaron a Martin en la cama, por suerte siempre llevaban vendas y alcohol, lo limpiaron mientas que observaban a la hija marioneta de Llaver.
– El tipo nunca murió, ha vivido aquí hace cuenta años, escondiéndose por lo que hizo.
Ignacio parecía alterado – él no está vivo, murió, eso decía el diario.
– Está vivo Nacho – refutó Martin sin poder alzar la voz – cuando el payaso me ataco lo vi escondido detrás de la mampara.
– Si yo también lo vi, pero me distraje con el payaso.
Ignacio tenía una expresión incrédula – ¿Si está vivo como es que no lo vimos cuando escapó?
– Tuvo cuarenta años para idear pasadizos y escondites, no creo que seamos los primeros que lo visitan.
– Llamemos a la policía.
– Esa es una buena y mala idea.
– ¿Por qué Martin?
Martin suspiró, cada vez que tomaba aire para hablar y su diafragma se expandía, sentía una punzada en la puñalada.
– Es buena idea, Fran, porque con lo que tenemos gravado lo meterían preso al tipo, pero es mala idea porque estamos en el medio del campo, por más que llamemos a la policía se van a demorar media hora en llegar. Estoy seguro que Llaver lo sabe y va a intentar deshacerse de nosotros antes.
– ¿Qué hacemos? – preguntó Ignacio al borde del llanto.
– Las ventanas tiene rejas, vamos a tener que salir por la entrada principal.
Los chicos de miraron con aire de desesperanza, sabían que lo más difícil aún estaba por llegar…
Continuará…