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Exploración Urbana | Última parte

La respiración de Martin era jadeante, cada vez se esforzaba mas, su mente divagaba en una epifanía inconmensurable. “¿Cómo es posible que esto pase? ¿Será acaso que el tipo estuvo viviendo acá todo este tiempo sin que nadie lo supiera? ¿A cuántos más mató y porqué fui tan estúpido de acercarme al payaso?”

Estaba sentado junto a la marioneta que alguna vez fue la hija de Llaver. “¿Si piensa matarnos para hacernos lo mismo?”, pensó.

– ¿Qué hacemos? – le preguntó Francisco.

– No nos queda mucho tiempo, puede volver y si tiene un arma, nos va a matar, no creo que vacile en matarnos ni mucho menos que le tiemble el pulso.

– Vamos a hacer lo siguiente – prosiguió Francisco – vamos a bajar uno detrás del otro, yo voy a ir adelante, Martin vas al medio y vos Nacho vas al final. Tenemos que proteger a Martin, hay que sacarlo ya – Mientras Francisco informaba sobre su plan, Martin miraba la trasmisión en vivo a través de la tablet.

– Chicos llegamos a los cuatro millones de espectadores en vivo y el canal tiene tres millones doscientos mil seguidores, ya no nos tendremos que preocupar por el canal.

– Eso ahora no importa – lo interrumpió Ignacio – arriesgamos nuestras vidas por un poco de popularidad y plata, apenas salgamos de acá yo dejo YouTube para siempre.

Los chicos observaron por última vez el cadáver inerte de la hija de Llaver – debió enloquecer cuando murió – murmuró Francisco. Antes de salir rompieron el piso de parquet para poder utilizar los trozos de madera como si fueran armas. Salieron de la habitación, no se oía ni el volar de una mosca, parecía la parte interna de un féretro. Era como si la casa tuviese conciencia propia y se hiciera la muerta, esperando a que los chicos avancen para atacarlos.

Llegaron a la escalera, desde ahí pudieron ver el piso inferior. Las marionetas se encontraban ubicadas como un ejército, paradas una al lado de otra, separaras por la misma distancia. Extrañamente parecían que miraban al peldaño adonde los chicos se encontraban parados. Salir no sería nada fácil.

Lentamente Francisco comenzó a descender la escalera con Martín muy de cerca e Ignacio algo separados de ellos. Llegaron al último peldaño, caminaron entre las marionetas, los cordeles colgaban del techo como si estuviesen en la guarida de una araña gigante. La adrenalina y el pánico fluía por el torrente sanguíneo de los chiscos, cada respiración, cada centímetro de su cuerpo cada segundo era eterno, parecía que el tiempo se deformaba y que la huida y que esta nunca podría ser completada.

Cuando llegaron al medio del salón, Francisco divisó la figura de Llaver detrás de un mampara, no resistió el impulso y decidió atacarlo. Corrió entre las primeras filas de marionetas, pero ya en la cuarta se vio afectado por siete marionetas que lo enredaron y lo derribaron, dejándolo fuera de combate. Martin e Ignacio miraban la escena con desolación.

– ¡Ayuda! ¡Ayuda! – gritaba Francisco mientas su voz se ahogaba, las marionetas lo asfixiaban, Martin quiso correr para encerrarse en la habitación de la hija de LLaver, pero su carrera se vio interrumpida, varias marionetas saltaron sobre él. Todo estaba ya perdido, Ignacio volvió a quedarse cataléptico mientras que veía como sus amigos estaba a punto de morir. El número de suscriptores subía, las visualizaciones también. En menos de dos horas pasaron a ser tema de conversación en todo el mundo.

Ignacio vio la figura chinesca de Llaver detrás de la mampara, esta irradiaba maldad pura, no podía oírlo con su oído natural, pero en su oído interno, es decir adentro de su cabeza, él estaba seguro que Llaver reía, se burlaba de él, porque sabía que era un cobarde, que no defendería a sus amigos, aunque estos estuvieran a punto de morir. Entonces de pronto su sangre empezó a hervir, las sienes le palpitaban, “ya nos seria más un cobarde, ni mucho menos” pensó. Prefería morir peleando que morir de rodillas.

Corrió todo el vestíbulo golpeando a las marionetas, la fuerza que desprendía Ignacio en cada golpe era anonadante. Los cordeles de las marionetas eran cortados y estas volaban por toda la habitación. Pensó en salvar a Francisco, pero luego recapacito y pensó ¿qué haría Martin?

Se quitó de encima un par de marionetas, corrió el pequeño trecho que le quedaba y se tiró sobre la mampara. Sabía muy bien que si sacaba de escena a Llaver las marionetas dejarían de actuar. Tuvo razón, apenas cayó sobre Llaver las marionetas perdieron la vida que se transmitían a ella a través de los cordeles. Estas quedaron en el suelo y tanto Martin, como Francisco sintieron que la tensión en sus cuerpos se aflojaba.

Ignacio estaba enloquecido, quería matar a Llaver, quitó la mampara rápidamente y alzó el palo para reventar su cabeza y fue entonces cuando vio la sonrisa maléfica del titiritero inmortalizada en una sonrisa.

Llaver era también una marioneta. Un frio espelúznate recorrió el cuerpo de Ignacio que se quedó parado frente a la marioneta de titiritero. Francisco ayudó a Martin a reincorporarse y lo llevó hasta la puerta de entrada. Tomó la mano de Ignacio y al pasar los tres se quedaron ahí un segundo sin poder creer lo que había pasado. Una vez afuera Francisco peguntó:

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Quemar la casa – respondió Ignacio con firmeza y convicción.

Por la madrugada los tres estaban sentados en el capo del auto, viendo como las cenizas de la casa caían y con ellas Llaver y sus monstruos desaparecían de la faz de la tierra.

FIN