/Extraños sucesos en el Club del Lago

Extraños sucesos en el Club del Lago

El “Club del Lago” es un famoso recinto deportivo ubicado en el Parque, en Mendoza. Es un club popular, de amplia trayectoria y basta concurrencia. Tiene socios de todas las edades desde hace años. De día pululan los deportistas y los socios que van a la pileta, de noche se le suman comensales porque tiene un restaurante muy lindo. A las doce el club cierra… y es ahí donde empiezan a pasar cosas.

Como de costumbre, nos llegó un email comentándonos sobre el asunto, el mismo se resumía en lo siguiente “una vez vacío el club, comienzan a pasar cosas raras en los camarines, ubicados en el segundo subsuelo del club”. Entonces decidimos actuar.

Ese sábado había mucha gente entrenando y supusimos que sería más fácil colarnos, así que junto a dos miembros del staff decidimos ir encubierto, la ocasión era ideal. Había mucha gente porque hacía unas horas había terminado un campeonato de básquet. El partido terminó a las 20, porque a las 21 es el horario en el que cierra el club los sábados, así que unos minutos antes bajamos hasta los camarines. Cuando llegamos ya estaban cerrados con llaves. De noche no se queda nadie, pero hay dos empleados de seguridad que a las 20:55 dan una última ronda de vigilancia previo al apagado de luces. Ellos mismos dicen que después de las 21 nadie se anima a rondar la zona de camarines, por eso pasan seguro.

Si nos quedábamos ahí nos iban a ver, pero sabíamos que no iban a abrir y entrar porque ya eran casi las 21. Así que nos colamos por la salida de emergencia de los camarines, a unos 10 metros de la puerta principal, y nos quedamos ocultos en las duchas. A las 21 en punto se apagaron todas las luces del segundo subsuelo. El silencio reinaba y solo escuchábamos nuestras respiraciones entrecortadas y el eco de los pasos del vigilante subiendo por las escaleras hacia la puerta del club.

La oscuridad era absoluta, debo reconocer que solo nos tranquilizaba el hecho de rozarnos entre los hombros y saber que no estábamos solos. Allá abajo no hay luz natural, así que por más que se nos acostumbraron los ojos no veíamos nada. Llevábamos varios elementos, entre ellos una linterna, una cámara con nigthshot y un grabador de alta fidelidad. Encendimos los tres aparatos y comenzamos a investigar el lugar, al amparo de la luz de la linterna.

La zona de camarines y duchas es bastante amplia, el subsuelo está lleno de pasillos con lockers y roperos, todo a oscuras. Hay un pasillo que divide los baños de las duchas. Una humedad pesada y un ambiente sofocante inundan todo. Marcamos una parte en el suelo del pasillo donde las baldosas siguen otro patrón, como colocadas un tiempo después que las demás. Justamente sobre esas baldosas había un pesado mueble con cajoneras. Ninguno de los tres dijo nada, pero algo en el ambiente nos mantenía incómodos en aquella parte de los camarines.

De pronto una ducha comenzó a gotear. Lenta pero constantemente… “plick, plick, plick” caían las gotas. Con el haz de luz intentamos buscar la canilla que estaba perdiendo cuando de repente, al fondo se abrió una de las duchas con un torrente virulento. Los tres nos sobresaltamos. Lo primero que dije, tratando de calmar a mis compañeros, era que podía ser que por un tema de presión, las duchas estén configuradas para encenderse y bajar el nivel del agua, aunque sabíamos que era casi imposible que este sistema moderno esté instalado en el club. Nos acercamos a la ducha y la apagamos. El “plick” continuaba, sin cesar, entonces se encendió otra ducha hacia el extremos opuesto de la sala, con la misma ferocidad. Mientras caminábamos apresurados a apagarla un destello nos indicaba que se habían apagado y prendido fugazmente las luces del pasillo, lo cual era imposible porque no había luz.

Al apagar la ducha, nos domos vuelta los tres y nos quedamos mirando hacia el pasillo, de donde había venido el relámpago de luz. Todo estaba a oscuras, pero la linterna dibujaba sombras. Dejamos apuntada la linterna hacia el pasillo, agazapados los tres, en silencio con nuestra respiración agitada. Entonces vimos lo peor, desde el pasillo, una sombra fugaz se atravesó frente a nosotros y en cuanto entró al locker de la ducha, la misma se encendió con la misma turbulencia que las dos veces anteriores, era lógico que algo estaba encendiendo las cosas. Tratamos de encender la cámara de fotos pero el aparato estaba completamente muerto, como sin baterías. Por lógica miramos el grabador… estaba apagado, nada se había grabado.

No sabíamos que hacer, estábamos arrinconados entre la ducha prendida, con esa sombre ahí dentro y la puerta que daba al pasillo, única salida. Lo único que se nos ocurrió fue preguntar quien andaba ahí, pero nada. Por una cuestión de instinto, creo yo, uno de nosotros comenzó a rezar y como si esto hubiese enervado a la sombra, las duchas se comenzaron a prender en dirección a nosotros una a una. El miedo de sentirnos arrinconados nos envalentonó a salir corriendo, sin importarnos ni los guardias ni nada. Corrimos por el pasillo y salimos por las puertas que habíamos entrado, subimos las escaleras y llegamos a la planta baja del club. Todo seguía a oscuras, pero la amplitud no nos sofocaba y se veían las luces de la puerta de entrada. Lentamente nos dirigimos hacia allí.

Al llegar, los guardias nos miraron sobresaltados. Uno empuñó su arma y nos preguntó seriamente:

– ¿Qué están haciendo acá? – su cara denotaba inseguridad y sus palabras firmeza.

– Nada… estemmm… nos quedamos encerrados en los camarines – le contestamos.

– ¿En los camarines?…. ¿en serio? – preguntó el guardia incrédulo.

– Si… revísenos si quiere, no tenemos nada, bajamos a bañarnos y nos quedamos encerrados – le aseguramos.

El guardia nos miró de arriba hacia abajo, como sin poder creerlo, la seriedad de su mirada se había transformado en inseguridad…

– ¿Qué les pasó? – preguntó sin rodeos.

– Nada… parece que se prendieron un par de duchas solas – le dijimos.

– Menos mal que solo eso – dijo el otro guardia y se rio nervioso.

– ¿Qué pasa allá abajo? – preguntamos.

– Flaco nosotros ni en pedo bajamos a esta hora, no sabes las cagadas que hay allá abajo, has tenido suerte, en el camarín de damas se escuchan risas, gritos, llantos, lamentos y que te llaman por tu nombre, a veces también escuchamos que en el gimnasio se mueven las pesas como si alguien estuviera haciendo y donde están los botes también se escuchan como si estos se movieran – nos dijo.

– No puede ser… vimos una sombra, pero no escuchamos nada – le dijimos.

– Mira… vengan conmigo – nos comentó y enfiló nuevamente hacia los camarines.

Llegamos a las escaleras que bajaban hacia los de las damas y se quedó quieto, inmutable, nos miró con la luz de la luna iluminándole la cara y nos hizo señal de que nos quedáramos callados. En ese momento sentimos algo que se calló al suelo y de pronto un lamento, un susurro, como el viento que sopla por una ventana entre abierta.

– Acá yacen los espíritus de los ahogados en el lago – nos dijo el guardia.

– ¿Qué ahogados? – le preguntamos.

– Los ahogados de todos los tiempos, deportistas, niños, mendigos… abajo hay algo, no se… están ahí – nos susurró, mientras más de fondo se escuchaba algo como unas risas lacónicas.

Nos fuimos rápido del lugar, no sin antes pedirle permiso para volver a ingresar a la noche siguiente. El guardia nos dijo que se jugaba su puesto de trabajo, pero que fuésemos después de las 00hs simulando llevar comida para que nos deje pasar sin levantar sospechas. El permiso se lo pedimos porque con la información que nos había dado sobre los ahogados teníamos un fuerte indicio de algo espantoso.

Al otro día caímos con Alberto. Alberto es un tipo amante de lo paranormal y un estudiado en el tema. Ha participado de exorcismos, es ex miembro de la iglesia católica, ha hecho cientos de cursos sobre artes negras y conoce sobre todos estos temas, además de ser un apasionado de la materia. Es profundamente religioso y espiritual, pero científico y objetivo a la vez (esto le llevó al quiebre en su relación con la iglesia). Entre la noche del sábado y durante todo el domingo pudimos averiguar que en el lago del parque han fallecido ahogados unas trece personas, entre deportistas y civiles. Su traicionero diseño hace que sea muy difícil salir.

Entramos encubierto, el guardia nos estaba esperando. Nos acompañó hasta la entrada a los camarines, nos habilitó las llaves y nos pidió que no estemos más de media hora, que él se iba a quedar en la puerta y que no iba a bajar con nosotros. Cuando hablaba de “bajar” su cara se tornaba sombría y temerosa.

Una vez abajo, sin prender ninguna luz, Alberto sacó una especie de péndulo, con una pesada cruz y una gruesa cadena, la cual sostuvo hacia abajo, haciéndola girar lentamente. Nosotros solamente lo seguíamos, aunque los tres presentíamos algo y sabíamos donde iba a suceder. Camino hasta la mitad del pasillo e ingresó en el baño, del otro lado se abrieron las duchas y el lamento que la noche anterior habíamos escuchado comenzó a sonar. Alberto iba con los ojos entrecerrados murmurando una especie de oración en otro idioma, intuyo que latín. Nos indicó con una mano que nos tranquilizáramos y que nos quedemos tras él. Al salir del baño y entrar en las duchas la luz del pasillo de encendió con tal magnitud que estallaron los dos tubos que lo iluminan, instantáneamente se cerraron todas las duchas. Sentíamos pasos por todos lados e íbamos pegados a Alberto. Recorrió todas las duchas y nuevamente salió al pasillo, lo terminó de recorrer pisando vidrios. Al llegar al lugar donde las baldosas cambiaban se detuvo instantáneamente. Los tres nos quedamos paralizados, ninguno había dicho nada y Alberto no tenía ninguna luz. En ese momento nos habló…

– Acá esta el problema – dijo sin titubeos.

– ¿Qué pasa Alberto? – preguntamos.

– En esta zona hay una especie de pasaje al inframundo que ha sido profanado. Acá no están los espíritus de los fallecidos en el lago, sino el de los suicidados en todo el parque, que son siete. – dijo al tiempo que sus muñecas temblaban.

– ¿Y que se puede hacer? – fue lo único que me salió decirle.

– No mucho que ustedes puedan entender, ni mucho que las autoridades del club quieran aceptar. El proceso de apertura de un pasaje no solo es un hecho espiritual, sino que por lo que veo hay que hacer una obra civil acá abajo. Habría que levantar casi todos estos camarines. – aseguró con vos tortuosa.

– ¿Y sino que? – preguntamos.

– Jamás las almas de los suicidas del parque podrán llegar a su destino, el Valle de la Muerte. Quedarán eternamente vagando en torno a este pasaje clausurado, intentando ser descubiertos y ayudados – confirmó Alberto.

– ¿O sea que esto va a quedar así para siempre? – pregunté intranquilo.

– No, los espíritus con el tiempo se vuelven más intolerantes… tarde o temprano va a pasar algo trágico si no se le da solución a este tema. – sentenció Alberto.

– ¿Trágico como que? – preguntó uno de mis compañeros.

– Trágico como el reclutamiento de más suicidas sin motivos, o el extremo… asesinatos. – concluyó Alberto y se dio media vuelta con ánimos de regresar. – No son temas que podamos hablar en este momento, mejor vámonos.

Salimos del club intranquilos, sin hablar, con gusto a poco, con sabor a miedo en la garganta, con ganas de hacer y decir miles de cosas, pero con la certeza de que nada de lo que escribamos va a llegar a buen puerto, no se va a hacer nada, pero es mejor que la gente lo sepa… así no cargamos con la culpa de conocer la verdad y no difundirla.

También podes leer:
La casa del horror

El año pasado escribíamos:
La noche que la repulsión fue más fuerte que la poesía

ETIQUETAS: