/Fue Foul: “Con la Visa vencida”

Fue Foul: “Con la Visa vencida”

La imagen de Traviata y Teresita en esa mesa con manteles, copas y vino en el medio del parque, con esa mini cocina donde prepararon el salmón con papas que se enfriaba sobre la elegante vajilla, la servilleta en el muslo de Traviata, las velas con sus campanas de cristal titilando, la explanada de pasto y farolas, los aromas húmedos del sudor de tanta planta, mi sombra pisando parte del vestido de Teresita… me dejaron helado, quieto. Mudo.

A pesar de la quietud y las miradas mudas de los tres, se escucharon con claridad los pasos del Tano llegando.

– ¿Qué es esto, Traviata? –preguntó el Tano.

– Marcos, perdóname. Sé que estoy rompiendo un código de oro. Sé que vos querías salir con la Tere –Teresita no se inmutó cuando la mencionó, ni quitó su mirada de mis alitas de papel celofán-, pero cuando me dijiste de que habías sentido que me gustaba la Tere me reventaste la cabeza. Tanto tiempo solo pensando en la Popi, solo en la Popi, un mundo ya inexistente, alimentando noche a noche los recuerdos para que no se muera, para que siga viviendo en mi mente, y de pronto me hiciste ver que además estaba haciendo un esfuerzo enorme por no mirar a Teresita.

Traviata se puso de pie y cayó su servilleta al piso. Lento y decidido, se agachó y la juntó.

– No sabía qué hacer. Te iba a llamar para explicarte que necesitaba ver qué sentía por Teresita pero también sabía que no iba a aceptar un no de tu parte, y que el llamado era pura hipocresía.

– El llamado hubiera sido hombría, que es muy distinto.

– Bueno, no quiero discutir eso ahora, dejame que te explique esto. Yo en ese momento pensé que llamarte era una mentira probablemente innecesaria, porque creí que lo más probable es que a mí no me pasara nada con la Tere, pero que hablarlo con ella me sacaría para siempre la necesidad de ser la religión de una mujer que solo es alma, que solo es un acto de fe en mi vida. Y tomé la decisión, correcta o incorrecta, de decirle que sí.

– ¿Decirle que sí?

– Nos encontramos hoy a la mañana con Teresita en un quiosco a seis cuadras de su casa. Los dos nos vimos muertos, vacíos. Yo venía pensando en ella, así que mi sorpresa fue enorme porque no tenía la menor idea de dónde vivía, y me contó de que había decidido no verte más, que ya no quería perder el tiempo en historias sin consistencia, que ya no pensaba en amar, sino en encontrar un pecho donde reclinar su cabeza por la noche, o con quién salir a comer aunque sea un pancho en una plaza…

Sentí una puñalada en el estómago y la miré a la Tere. Seguía con su mirada vacía sujetada a mis alitas de papel celofán. Su cara estaba pálida por la luz de una farola que atravesaba la espesura de un arbusto. Su cabeza semi inclinada denotaba que había puesto piloto automático y ya no estaba ahí. Viajaba, se había marchado.

– No aguanté más, Marcos. No aguanté mi soledad, la soledad de ella, no aguanté más tanta tristeza al pedo, no aguanté, Marcos… Perdoname. Y le dije que comamos esta noche en la plaza. Y le expliqué lo que te estoy contando a vos, Marcos, y le conté de la Popi, y…

No hablaba. De pronto Traviata no habló más.

– ¿Y qué, Traviata?

Miró para un costado. El parque a la noche es lindo, da mucha paz. El pasto tenía manchones de luz verde sobre un fondo oscuro de sombra, el aroma de la savia lo impregnaba todo, atravesaba cualquier intentona del perfume que sea, y estando cerca de la calle el ruido que predominaba era el del bamboleo lento de las copas altas de un grupo de eucaliptus. La Teresita volvió, se movió y lo miró. Traviata la miró y me volvió a mirar.

– Y…

Pero Teresita había vuelto, y me miró sin titubeos.

– Y estamos saliendo, Marcos –dijo la Tere.

– Pero… Traviata, sos un… sos un hijo de puta –dije sin mucho convencimiento.

– Me porté mal, Marcos. Yo s…

– No –interrumpió el Tano-. No te portaste mal. ¡Sos un reverendo hijo puta! –y empezó a avanzar hacia él con tanta decisión que hasta la estatua de las minas en pelotas anticipó que venía la trompada.

– ¡Parate ahí, Tano! –dijo Traviata-. ¿A qué viene el que vos estés tan caliente? ¿No será que a vos te pasó algo parecido…?

– Sorete, si ni nos hablamos con la Tere…

– Con la Elisa digo…

Nadie, creo que ni el Tano vio su propia trompada salir eyectada hacia la cara de Traviata. Y la caída del judas criollofue espectacular. Giró toda la masa cuadrada de su cuerpo como una ligera medialuna mal hecha de una bailarina rusa que terminó boca abajo en el pasto. Y ahí quedó. La Tere dio un salto y fue a levantarlo. Traviata miraba para cualquier lado, le llevó unos segundos largos volver al estado de situación. Desde el piso lo miró al Tano.

– Perdoname, Tano. Estoy muy confundido. Perdoname, dije una boludez… Marcos… perdónenme –y sin levantarse, movió su cuerpo hacia las piernas de la Tere y se dejó caer sobre ellas como un cuerpo muerto.

– Váyanse –dijo Teresita en voz baja y sin mirarnos; y nos fuimos.


Tardé un rato en sacar los ojos del piso mientras caminaba. Tardé un rato en desclavar de mi mente la foto de Traviata y Teresita comiendo en esa mesa con manteles. Tardé un rato en recorrer cada palabra de Traviata. Tardé todo el tiempo que me llevó repasar los diálogos hasta que llegó el nombre de la Elisa e instintivamente giré la cabeza y lo miré al Tano. Ya estábamos llegando a la camioneta. El Tano no estaba ni tan enojado, ni tan sorprendido, como asustado. En su cara, entre las cejas apretadas, la boca dura, había un rictus más potente de miedo. Me miró.

– No quise pegarle, estuve mal.

Cuando un tipo pega una trompada del calibre de la que puso el Tano, por más que haya sido injusta, siempre se siente orgulloso. Sabe que los que vieron esa trompada lo van a respetar más. Eso es así acá y en Turkmenistán. En todas partes. Sin embargo el Tano estaba como apabullado. Levantó la cabeza para ver la camioneta que parecía un cortejo fúnebre. El Morsa se había acercado un poco a donde estábamos nosotros y volvió para contar el episodio y nadie hablaba. Nos subimos, el Choclo arrancó y salimos. En una esquina en que vimos varias bolsas de basura dejamos la Torre Eiffel, los cubos y el resto del decorado sin que nos vieran y salimos rápidamente. El silencio era sepulcral. Yo me daba cuenta de que no estaba tan dolido como debiera. Me sentía sobrepasado, ajeno como un extranjero que no entiende el idioma.

El Choclo fue dejando uno a uno en sus casas. No había ánimo para la picada que debió haberse dado después de la obra. ¡Es que no hubo obra! El final fue una escena nomás, con buena ambientación, con una traición, un engaño, una mujer herida en su corazón, una trompada, dos amigos y un duelo. Cuando llegamos a lo del Tano, este pasó a mi lado y me dio una palmada en el hombro. Saltó de la caja y giré para mirarlo. Mientras arrancábamos vi que avanzaba hacia su casa cabizbajo y, al llegar a la puerta, me miró. Y cuando me miró entendí todo. Ya no me sentí más un extranjero. Más bien al contrario, entendí que había más de uno con la Visa vencida transitando libremente por mi vida. Volví a mirar a los demás en la camioneta. Algo se había soltado y la tensión anterior se estaba disipando.

– Che, Marcos, ¿cómo estás?

– Bien, Tapita. La verdad que hasta estoy medio sorprendido de sentirme bien.

– Mejor, Marcos. No pienses más en esto –dijo Tapita e hizo un silencio-. ¿Entonces al final Traviata te la estaba cagando a la Tere, no? ¿Fue eso lo que pasó?

Lo miré a Tapita todo ocre, tan lejano, tan chiquito… Un señor chiquito. Un hombre chiquito… Un hombre, bah.

– No sé, Tapita… No sé si me estaba cagando. Yo no habría actuado como él… que es otra cosa. Traviata es un tipo… como vos o como yo… pero un poco más cagón. Nada más… O no sé si más cagón… no sé, Tapita…

Y después de decir eso me di cuenta de que en algún momento lo había perdonado a Traviata. ¿Lo había perdonado? ¿En qué momento perdoné al tipo que empezaba a salir con la mina que le pedí que me ayude a reconquistar?

(Continuará…)

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