/Historias del salvaje oeste | La guerra del Fachi – Parte 1

Historias del salvaje oeste | La guerra del Fachi – Parte 1

NDR: Las «historias del salvaje oeste» son una saga, escrita por Curly, que cuentan la historia del Campo Papa y sus inmediaciones. No es una novela, sino que son historias, así que pueden leer cualquier publicación, en cualquier momento y entenderla.

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En este caso, «La guerra del Fachi» consta de dos partes, por tu extensión. Ésta es la primera parte.

La guerra del Fachi – Parte 1

Pascuas solía ser una fiesta especial, la casa se llenaba de gente y por las calles corrían los niños, pero esa había sido una Semana Santa algo particular. Miércoles y jueves una lluvia feroz, viernes y sábado un sol abrazador, domingo viento y llovizna. La cuestión es que por una razón u otra habíamos salido poco de casa, y afuera no se escuchaba un alma. Mientras Mirtha hundía el cucharon en un espeso guiso de lentejas escuche el rasguido de las garras de Toby sobre la puerta del frente, otro gran ausente ese domingo… el muy puto no se había aparecido ni para comer.

— ¿ Podes creer lo que hace el perro hijo de puta este?

— Están alzadas las perras del barrio Jorge, siempre hace lo mismo.

— Pero no ha venido ni siquiera a comer.

— El Jony debe haber despostado algún caballo y tirado los huesos por ahí.

— Puede ser, el asado está demasiado barato.

— Abrile al choco.

— Bueno, ahora resulta que no puede esperar un minuto.

Fui hasta la puerta, el perro estaba lamiendo el agua que goteaba de la canilla. Antes de que alcanzara a llamarlo el estruendo de un caño de escape me puso en alerta. Me asome a la calle y venían dos vehículos a todo lo que daban. Frenaron en la entrada del campo Papa, bajaron dos monos del asiento trasero y sacaron de las mechas a un voluminoso hombre que luchaba para safarse. En medio del forcejeo cayó a la acequia y como si nada le vaciaron el cargador de un arma de gran calibre.

Nunca en mi vida había visto algo parecido, Mirtha me sacudió y grito pero estaba atónito, no caía en cuenta de lo que acababa de suceder, recién cuando los dos vehículos pegaron la vuelta  me percaté del peligro que corría parado en la esquina.  Los vecinos salieron a ver qué pasaba, hasta Don Dinamarca con su sordera escucho el tiroteo.

La Policía no tardo en llegar, sacaron el cuerpo de la acequia ante la morbosa mirada de los vecinos.  El trabajo en el lugar fue bastante desprolijo y la sangre y restos del finado quedaron en la cuneta durante varios días, recordándonos algo que los vecinos queríamos olvidar: había una guerra y el campo Papa era el campo de batalla.

Resulta que el finado era «el Ojito» Cornejo, un drogón que había perdido el ojo derecho al desmayarse inhalando tinner. A los 20 fue condenado a 5 años de prisión  por robo a mano armada. Al cumplir su condena salió totalmente desquiciado, sin oficio, con antecedentes penales y una discapacidad limitante, su futuro estaba cantado. Cuando murió su medio hermano, «el  Gato», fue su cuñada Sandra Jaquelina Vargas , alias «la Yaqui» quien se hizo con el negocio familiar. Él tenía su kiosquito a la entrada del Papa, vendía productos de mala calidad y caros, pero sus clientes eran aquellos quienes no se atrevían a adentrarse en la villa, por lo que podía cobrar lo que quisiera.

Le costaba caminar y tenía las manos destruidas por los golpes propinados en la cárcel, no podía ni siquiera empuñar un arma, por lo que  era manso como un perro viejo y ciego. En un lugar donde la violencia era moneda corriente, hacerle daño al tuerto era un claro mensaje de que nadie estaba a salvo.

Además de la saña con la que se había llevado a cabo el asesinato, algo más hacia especial el crimen. «El Ojito» había sido levantado en un banderazo del Tomba, para que se entienda, todo lo relacionado con el Club es una especie de «camposanto» donde ningún criminal podía ir a resolver rencillas, nadie quería a los milicos metidos allí. El único capaz de realizar tal movimiento era «el Rengo» Ramirez, jefe de la hinchada, un tipo con tanto poder que le chupaba un huevo y la mitad del otro la policía y no sabía de códigos.

En los meses siguientes «la Yaqui» fue perdiendo el poco poder que tenia, todas las semanas caía uno o dos de sus vendedores,  solo le quedaba atrincherarse dentro de su casa, o al menos eso era lo  que se creía…

Una noche de junio, mientras volvía del centro, se subieron dos chimbones a la altura del Corredor del Oeste, uno se puso al lado del chofer y el otro se fue hasta el fondo del bondi.  Agitando un arma de pequeño calibre arrebataba lo poco que tenían los pasajeros, a mi me quitó unos 50 pesos que tenia para llegar a fin de mes.

Con una bronca incontenible llegué a mi casa, para llevarme la sorpresa de que a Martha también la habían asaltado. Esa misma noche reventaron el Centro de Salud, el día siguiente continuaron los robos en el micro, sumados a asaltos a plena luz del día. La gota que rebalso el vaso fue el incendio de la guardería, misma a la que asistían los hijos de las personas más humildes del barrio. El aire se podía cortar con un cuchillo, durante la mañana el lugar se llenó de periodistas, se realizaron varios cortes de calles, pero aun con la policía encima, los robos continuaron. Solo por el clamor popular la policía movilizó todos sus recursos para montar guardia en los accesos al campo Papa, la Estanzuela, Foecyt y aledaños. Incluso la fuerza más temida de todas estaba en las calles: la policía motorizada.

Recuerdo haber estado piteando un pucho cuando un sonido agudo me distrajo, seguido por  una explosión ensordecedora. Las llamas venían desde el Este, a un par de kilómetros de mi casa. Los móviles y motocicletas dispararon hacia el lugar de los hechos, nadie entendía nada, los canales de aire cortaron su transmisión para informar de una fuerte explosión en la zona del corredor del Oeste. Tres delegaciones de bomberos lucharon con las llamas durante dos horas, se trataba de una camioneta Ford F 100 que acababa de cargar dos tubos de 90 en la GNC más cercana y con el tanque de nafta hasta el tope, en el interior no había restos humanos.

La situación estaba lejos de controlarse cuando los handys policiales empezaron a sonar a lo loco, era el único guardia del depósito de la Policía Motorizada, pidiendo auxilio. Mientras todos sus compañeros estaban en el Papa, usando un camión como ariete, un grupo de asaltantes había tumbado el portón de entrada del lugar y se habían llevado un arsenal formidable: subfusiles PA-3, escopetas Bataan, 10 Ballester Molina calibre 45 (las ultimas en servicio en la Provincia), pistolas 9mm, granadas de todo tipo y equipo de protección.

Cada asalto, cada incidente de las últimas semanas había sido ejecutado con la intención de colocar a toda la policía en alerta y buscar el momento adecuado para tomar por asalto el depósito de la UMAR (Unidad Motorizada de Acción Rápida). Al estar al lado del pozo, los asaltantes pudieron esconder las armas sin mucho esfuerzo. No habían pruebas, el guardia decía no saber nada (siempre se sospecho de su complicidad), pero todas las miradas se volcaron hacia «La Yaqui». Sin que nadie se diera cuenta, pasó de ser una tranza de poca monta a tener el mayor arsenal de la provincia…

Continuará…