Emmanuel salió de su habitación completamente asustado. Había dormido toda la noche abrazando a su mascota debajo de las sábanas. Ruidos de ultratumba resonaban en la cocina, semejantes a gritos guturales y reír de demonios. Por momentos pensaba que iba a morir por el inmenso miedo que sentía en su interior. Entonces, sin más y sin darse cuenta se quedó dormido.
Cuando por fin se animó a salir, caminó hasta la cocina. Se asombró al ver que su walkman había estado grabando toda la noche. “¿Lo deje así o comenzó a grabar solo?” Se preguntó mientras sus manos temblorosas sostenían aquel artefacto. Tragó saliva y sintió como esta abría un camino muy fino entre su lengua y su estómago. Tomó energías de donde ya casi no le quedaban. Se preguntó qué haría una vez que terminara de escuchar lo que había grabado. Suspiró profundamente y presionó el botón de play.
“Somos muchos”, se oyeron unas risitas espantosas, cómo si se burlaran de él. “Ten cuidado, las sombras siempre te encuentran. No puedes huir, no puedes esconderte, simplemente no puedes hacer nada; solo esperar a que vengan a buscarte”.
Emmanuel lanzó el walkman contra la pared y estallándolo en varios pedazos, sin embargo, la voz en el interior de la cinta siguió con su oscuro y lúgubre monólogo.
“Ya es tarde” dijo una voz familiar.
—¿Jesús? —espetó Emmanuel con lágrimas en sus ojos.
“La oscuridad te va a alcanzar, tarde o temprano lo hará”.
Escuchó esta última frase de rodillas frente al walkman. “¿Qué mierda pasó?” Se preguntaba temblando intentando contener el llanto.
Decidió irse a su habitación, tomar algunas cosas y huir lo más lejos posible de esa maldita casa.
“La oscuridad siempre te alcanza” dijo la voz de su hermano en la grabadora destrozada. “¡La oscuridad siempre te alcanza!”, repitió con más énfasis.
Emmanuel apresuró el paso y cuando estaba en el umbral de puerta notó que en el interior de la habitación reinaba una oscuridad opaca, absoluta y muy fría. Era como estar adentro de un ataúd o sepultado muchos metros debajo de la nieve, era casi asfixiante.
Metió la mano lentamente en el interior, buscando la llave que desaparecería esa cortina del infierno, y cuando por fin la encontró; sintió que algo le arañaba el brazo. Un ardor palpitante subió por su brazo haciéndole sentir que se prendía fuego. El brazo le ardía, el dolor era semejante a apretar una braza en el puño, no podía resistirlo. El último segundo antes de que por fin la luz iluminara la habitación se volvió eterno.
Una vez que todo quedó iluminado, cayó de rodillas en suelo. Su perro, Fito, yacía en la cama con el hocico abierto y respiraba con dificultad. Tomó al animal entre sus brazos mientras que oía cada vez con más intensidad “La oscuridad siempre te alcanza”, “la oscuridad siempre te alcanza”, “¡La oscuridad siempre te alcanza!”.
Corrió lo más rápido que pudo, llevándose por delante el marco de la puerta, una silla y por último pisando uno de los fragmentos del walkman. Cuando llegó afuera no se detuvo. Corrió y corrió hasta ya no poder dar un paso más. A medida que se alejaba, sentía que la oscuridad disminuía, sin embargo, esta seguía estando allá.
Cuando decidió detenerse para a recuperar el aliento, se tranquilizó al ver que su perro volvía a respirar con normalidad. Esa fue la última vez que Emmanuel Zegovia estuvo en su departamento de estudiante.
Hizo una denuncia como que lo atacaron y se marchó lo más lejos que pudo de Mendoza, argumentando que tenía miedo de volver a vivir en ese terrible lugar. Sus padres lo entendieron y cedieron frente a la petición de dejarlo estudiar en otra provincia.
Por otra parte, la policía no encontró nada extraño en el departamento, por el contrario, sólo pudieron ver un walkman destruido con un casete virgen y una silla volteada en el medio de la cocina; aunque la mayoría de los oficiales que estuvieron en la casa sintieron cierto escalofrío, como si alguien los observara desde las penumbras de los rincones.
Ya han pasado veintiséis años desde ese suceso. Emmanuel, cómo pudo, intentó olvidar todo lo que le pasó. Estudió en la Universidad de Córdoba, se recibió bajo la especialidad de médico clínico. A pesar de extrañar mucho a sus padres evitaba constantemente visitarlos, pues temía que la oscuridad por fin lo encontrara.
Un día cuando volvía del trabajo, sintió un dejo de nostalgia y tuvo la necesidad de buscar entre sus antiguas pertenencias algún nexo, algo que lo conectara con aquel tan antiguo pasado y lo hiciera volver a sentir como en su casa. Hurgó un buen rato entre libros de apuntes, fotos y alguno que otro cachivache viejo. Hasta que sin querer se topó con su walkman… intacto.
“No puede ser”, se dijo impactado. Lo tomó, sabiendo que probablemente era una mala idea, y se lo llevo a su habitación. Rebobinó la cinta y presionó el botón de play de la misma forma que lo hizo veintiséis años atrás.
“Las sombras, Emma… Las… Sombras”, sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. “No puedes huir de las sombras”.
Entonces un leve zumbido, cómo un murmullo se oyó en el interior de su ropero.
“Somos muchos” Otro murmullo comenzaba a oírse debajo de su cama. “Las sombras siempre te encuentran”
Por más que deseó salir corriendo, como en la última ocasión, no pudo, quedó petrificado, como una estatua que se corroe bajo el sol. Intentó gritar, pero el sonido de su garganta se vio opacado por las sombras que lo ahogaron y envolvieron hasta que todo se tornó oscuro y silencioso, frío y lúgubre.
Hufffffff!!!!!! Que buen cuento, atrapante de punta a punta y un final más que perfecto…