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La golosa del sexo

Aquella mañana trajo el primer calor primaveral, luego de varios meses salí de camisa manga corta al trabajo. El trayecto de mi casa a la oficina me pintó el hermoso cuadro de falditas cortas, polleras y los primeros top’s luego del crudo invierno. Mi vida es sencilla y corriente, actualmente tengo solamente dos objetivos a diario: trabajar y coger.

Estoy solo, cuento con una posición económica relativamente estable y considero que mis largos años de soltería me han llevado a tener una confianza plena en mí y un entrenamiento letal para la seducción y el pernocte en casa ajena. Por mis sábanas han pasado casi toda clase de mujeres, de todos los colores… pero no de todos los tamaños.

Como cada mañana de jueves, tuve que ir al banco. Voy hacia mi oficial de cuentas y en vez de ver al pálido y formal Ernesto me encuentro con ella, parada al lado de la fotocopiadora que hay detrás de la silla del escritorio…

– Disculpe, ¿Ernesto no está?

– No, está enfermo, durante esta semana lo voy a suplantar yo, mi nombre es Verónica, ¿en que lo puedo ayudar?

Tardé unos instantes en sentarme en el escritorio de Verónica para ver mis asuntos laborales. En ese segundo, que duró una eternidad, la contemplé lentamente mientras terminaba de sacar unas fotocopias y regresaba al asiento frente a mí. Verónica tenía una cara hermosa, una piel lisa, suave, cuidada, una boca furiosa, atestada de hermosos dientes blancos. Su piel lucía un bronceado natural, que hacía juego con dos enormes ojos verdes, transparentes y delineados por un rímel que los hacía únicos, magníficos, exorbitantes. La redondez de su rostro era el prólogo a su cuerpo, el cual hacía juego perfecto. Su amplia cintura se veía indiferente gracias al par de tetas enormes, naturales, de tamaño descomunal que tenía Verónica. La ajustada falda marcaba un culo potente, basto, duro y carnoso, parado y gordo. Las caderas eran anchas, como todo en ella, pero seguían una armonía perfecta, que arrancaba desde su frente y terminaba en sus pies, de uñas pintadas y piel tersa. Vulgarmente se diría que era “gordita”… en ese momento me pareció una bomba sexual.

Sin ánimos de ofender, jamás tuve la posibilidad de estar con una mina gordita, nunca me llamaron la atención, soy un animal nocturno al que solo le importa lo banal y frívolo, lugar donde encuentro mi cenit, es por ese motivo que siempre busque lo apetecible para mi hambre… y las rellenitas nunca estuvieron en mi menú. Pero Verónica tenía algo… no se como explicarlo. Esa cantidad de kilos, perfectamente distribuidos, esas tetas y ese culo abrupto, esa fama de “gauchitas” que tienen las entradas en excesos culinarios se estaban haciendo latentes en mí.

Mientras Verónica me explicaba los pormenores de Ernesto, a los cuales no les presté atención, pensaba en como sería cogerla, como sería penetrar una concha jugosa, apretada, con el doble de piel y contacto que otra… mi cara de excitación era absoluta. Llegué a sospechar que ella tenía un sexto sentido por el cual se daba cuenta de mis morbosos pensamientos, porque cada dos palabras se arrimaba hacia mí, reía y exponía esa boca y esos dientes al tiempo que bajo su escote le estallaban las tetas. Me imaginé lo fascinante que debía ser cogerme ese culo enorme, y sentir la piel de ella en toda la piel de mi pija. Seguía hablando de los días que iba a estar en lugar de Ernesto y no podía parar de mirarle la boca, calculando que gracias a lo entrenada que estaba para llevarse cosas adentro haría orgásmicas chupadas de pija.

Bajé un cambio, hablamos de todo un poco y me comentó que hacía poco tiempo que había entrado al banco, que era la primera vez que le tocaba ocupar el cargo de “oficial de cuentas”, que estaba bastante nerviosa… y ahí encontré mi yeite para avanzarle.

– ¿Pero que es lo que te pone nerviosa?

– Y, viste como son las primeras veces, para colmo arranqué hoy con dos clientes de Ernesto que son muy idiotas… te juro que sudaba frío.

– Si, la primera vez en todo nos pone nerviosos, pero tarde o temprano hay que mandarse y aprender ¿no?

– Claro, yo soy re jugada y me animo a todo.

– ¿En serio te animás a todo?

Esta pregunta la hice en un tono picaresco, seguido de una mirada de atorrante, la cual Verónica captó en el acto, si hay algo que a las gorditas les sobra, son armas de seducción, tanto al momento de esbozarlas, como al momento de recibirlas.

– A todo… con lo que me gusta me animo a todo, avanzo imparable.

– Es fácil el laburo de oficial de cuentas, te puedo dar dos o tres tips como cliente, que tu superior seguramente no va a saber darte porque no está en el lugar de nosotros.

– ¿Tips como cuales?

– ¡A no!… no voy a revelarte este secreto en este box totalmente falto de privacidad ¿acaso queres que tus compañeros de laburo también sepan el secreto y te soplen el puesto?

– ¡Noooo! Obvio que no, ¡pero me los tenes que dar no seas malo!

– Te los voy a dar todos… te lo juro. Pero en un café, sin competencias cercanas jajaja, ¿te parece?

– Si, me encanta.

– ¿A que hora salis?

– Tipo cinco, pero dame tiempo a que me cambie, ¿Por qué no mejor pasar por mi casa tipo siete?

Y así fue que quedamos. El comentario de Verónica me había dejado claras varias cosas. Primero y más importante, iba al frente sin rodeos. Segundo, había captado mi lance tipo “cita” y no “reunión de laburo” porque se quería cambiar para el evento y tercero, estaba soltera, porque me hizo pasarla a buscar por su casa.

No suma a mi relato explayarme sobre la cita, lo resumo en que la pasamos de lujo, el café se transformó en cena, la cena terminó con tragos en un bar, el bar cerró y la ingesta de alcohol nos llevó a la barra de mi departamento, con jazz de fondo y luz tenue. A eso de las tres de la mañana invité a Vero a conocer mi habitación.

Me pidió que apagara la luz, le dije que no, que prefería por lo menos una luz tenue, lógicamente entendí su posible vergüenza, pero tenía que cuidar mis palabras para sin desanimarla poder ver mientras me la cogía. Accedió a dejar prendida las luces del balcón, las cuales gracias a las cortinas, le deban un ambiente azulado perfecto a mi habitación.

Veró se había puesto una remerita escotada al cuerpo, abotonada en la parte de adelante. Abajo tenía una falda blanca, que le apretaba el culo y lo hacía una piedra al tacto. Todo comenzó con un beso apasionado, la boca de Vero succionaba la mía como una boa, su aliento dulce me inundaba la garganta y su lengua repasaba cada centímetro de mi paladar. Con mis brazos la rodeaba, y con mis manos le apretaba el culo. Con tan solo ese beso mi temperatura se duplicó y sus suspiros se agitaron, demostrando una calentura brutal. Comencé a desabrocharle los botones de la remera y cuando llegué al último con una sola mano le desajusté el corpiño, dejando en libertad a las dos tetas más grandes que había visto en mi vida.

Le mordí los pezones del tamaño de mi boca, rozados, grandes, suaves y esponjosos, ella parecía gozar viéndome lamerla toda y con su mano se masajeaba el otro pezón, dejándolo listo para ser chupado por mis desquiciados labios. Lentamente bajé y le desabroché el botón de la falda.

– No chiquito… ahora me toca un rato a mí.

Vero me empujó suavemente sobre la cama y de un tirón me quitó la bermuda, luego lentamente me bajó los boxers. Tenía la pija a medio parar, aunque colorada y ardiente, en el momento en el que ella comenzó a acercarse a mi entrepierna, lentamente y acompañando el ritmo de mis latidos se me terminó de parar. Cuando Vero llegó con su boca yo estaba en todo mi esplendor.

Corroboré mi idea del sexo oral con Vero. Con una mano apretó la base de mi pija, haciendo que esta luzca como un mástil que partía desde su mano, apretó un poco dejándome como una piedra. Con su lengua comenzó a lamer mi glande, apuntando duramente hacia el lugar donde años atrás había estado mi frenillo. Luego me lamió entero, al tiempo que se la tragaba gasta la raíz. Su saliva bañaba toda mi pelvis. Se metió mis dos huevos en su boca y después poco a poco comenzó a irse hacia atrás, avanzando centímetro a centímetro con su lengua. Con una mano me masturbaba, con otra acariciaba mis huevos y con su lengua jugueteaba en mi orto, haciéndome ver las estrellas. Le tuve que agarrar el pelo en señal de que parara, sino me iba a acabar entero en ese momento. Mi verga ardía en su mano. Continuó chupándomela de una manera violenta y mecánica, sin usar las manos llevaba mi glande hasta lo más profundo de su garganta.

Entonces le agarré una pierna y la traje hacia mí, con ánimos de hacer un 69. Vero se acomodó mágicamente sobre mi previo a quitarse la falda sin dejar de petearme. Abrió sus dos piernas de para en par y con mis manos separé los carnosos labios de su concha. Aquí se produjo el cumplimiento de mi segunda teoría… el calor que manaba de su zorra era abrasador y extremadamente excitante.

Despejé el camino con mis manos y le introduje la lengua hasta lo más hondo de su ser, agresivo, hambriento, violento y rudo. Lamiendo de norte a sur todo el valle de su carne, raspando con mis papilas, succionado su éxtasis, apretando con los labios aquel clítoris de tamaño descomunal, rojo y tierno. Con mis manos le masajeaba los cachetes del culo, duros, amplios, tersos y suaves. La piel de las rellenitas es lo más suave que puede haber.

Sentía que Vero me chupaba entero y con sus tetas me masturbaba, se pegaba con la cabeza de mi pija en su cara, gemía de placer por mis lamidas y apretaba los dedos de los pies en señal de placer. Entonces di media vuelta y quedé sobre ella haciendo el 69. Continuaba chupándola entera al tiempo que le bombeaba en la boca. Vero con su lengua afuera dejaba lugar para que mi pija completa entrara libremente.

Me salí de esa posición y me tumbé sobre ella, aún con las piernas abiertas de par en par. Teníamos nuestros sexos empapados e hirviendo, mi miembro erecto en su totalidad la penetró con toda la naturalidad del mundo, como si se conocieran desde años. Desde que ingresaba dentro de ella hasta lo más profundo, sus labios anchos y turgentes me succionaban y apretaban casa centímetro de mi piel, haciéndome experimentar una sensación de placer único, jamás sentido. Verónica parecía gozar con cada centímetro que la penetraba. Luego la di vuelta y la puse en cuatro patas, teniendo una panorámica completa de un poderoso culo, gigantesco y macizo. Separé sus nalgas y le enterré con fuerza todo mi ser. La dificultad de llegarle profundo me causaba un morbo incandescente. Me pidió que la golpease y a los pocos segundos toda la piel de Vero estaba colorada de mi sadomasoquismo.

Vero comenzó a agitarse de atrás hacia adelante, ayudándome a penetrarla, al tiempo que entraba en éxtasis. Al momento de acabar se dejó desplomar de pecho, haciendo que su concha florezca en todo su esplendor con toda mi verga adentro. La humedad de esa imagen me hizo gemir de placer. En ese momento Vero me dijo que parase un segundo, fue hasta su cartera, caminando desnuda con la libertad de una gacela y con los mismos movimientos sensuales. Apareció con una especie de spray, con el cual me roció todo el pecho y el pene. Yo tenía una calentura bárbara.

En el instante que Vero comenzó a lamer el líquido del spray, su saliva se fusionaba con el contenido del envase y mi piel comenzó a levantar temperatura, la calentura estaba llegando a grados extremos. Me paré mientras que Vero recostada de costado me chupaba la verga, la curva pronunciada que me la tuerce de costado pintaba el cachete de Vero desde adentro, lo cual me volvía loco. Al cabo de unos minutos la calentura era abrasante, Vero estaba acostada boca arriba y yo parado, ahora me chupaba los huevos desde abajo y con sus manos me arañaba enero. Me senté sobre ella y puse lo mío entre sus tetas… y comencé a cogérselas. Vero con sus manos las apretaba y levantando la cabeza mi pseudo-coito terminaba con mi glande en su boca, con la lengua abierta dejaba que yo entrara sin problemas y me humedecía entero. La agarré de los pelos y la atraje hacia mí, avanzando sobre su pecho y haciendo que se meta todo dentro de su boca. Su garganta era profunda, un placer sexual.

Nos levantamos, la puse contra la pared y levanté una de sus piernas, dejándole toda su concha a mi merced. La penetré rudamente, como ella me pedía, al tiempo que nos besábamos fogosamente. Cuando bajé mi lengua por su cuello y comencé a morderle la oreja me di cuenta de que había encontrado otro punto débil de Vero. En ese momento fusioné mordiscos con insultos dulces, mientras preguntaba si le gustaba como me la estaba cogiendo. Al cabo de unos segundos un gemido asfixiado y agudo me hacía saber que Vero había vuelto a acabar.

Entonces la di vuelta, me hice unos metros hacia atrás e hice que apoyara las manos en la mesa de luz, abriendo un poco sus piernas. Con mis manos le separé los cachetes y estiré mi lengua lo que más pude, lamiéndole la concha desde atrás y saboreando todos sus agujeros, Vero bullía de placer. Sin dejar de lamerla desde atrás, rocié toda mi verga con el spray y me paré, le metí un algunos dedos en la boca y me los chupó como sabiendo mis intenciones. Con su saliva ardiente humecté la punta de mi glande y comencé a pasárselo por el culo, haciéndola desear.

– ¿La queres adentro?

– Por favor… metémela por favor.

– ¿Te gusta? ¿te gusta mi pija Vero?

– Me fascina, me vuelve loca, por favor la quiero sentir toda… ¡toda ya!

Entonces lentamente se la metí por detrás. Vero me marcaba con apretoncitos en mis piernas que íbamos bien, pero despacio. Poco a poco entró entera, con todos sus gordos cachetes envolviéndome. La tomé de sus caderas, como montando a un animal salvaje y comencé a galopar sobre ella.

A las pocas bombeadas todo en Vero se dilató y la penetración se transformó en una cabalgata maravillosa, veloz, violenta y mojada. El culo de Vero se mecía sobre mi pija de una manera insaciable, con mis manos la apretaba entera al tiempo que se masturbaba masajeándose el clítoris, con dos, tres y cuatro dedos. Sin parar de gemir de placer me dijo…

– Avisame un toque antes de acabar.

Segundos antes de terminar le avisé, Vero se dio vuelta, se arrodilló abajo mío y me comenzó a masturbar con movimientos circulares, desde arriba hacia abajo, yendo y viniendo, mientras se dejaba mi punta en la boca y sacaba la lengua. Sin dejar de mirarme, con esa boca, con esa sonrisa, con esa cara de puta que horas antes había sido toda una ejecutiva. Con la mano que le quedaba me apretó los huevos con una sensual violencia y el momento llegó…

Un torrente de mi semilla explotó desde lo más profundo de mí ser, haciéndome estremecer desde los talones hasta los pelos de la nuca, electrizándome toda la columna vertebral. Desbordé la capacidad de la boca de Vero y mi torrente continuó bañando su cuello, sus tetas, su pera y todo su pecho, una y otra vez expulsaba mi jugo, eterno, placentero, orgásmico e hirviente. Vero se relamía, se tragó todo lo que pudo y lo demás lo explayó sobre todo su cuerpo, disfrutando cada gota como si fuese la última de su vida, chupándose los dedos y dejando que aflore hasta lo último que podía dar, riendo y gozando con mi cara de placer.

Esta fue mi primera vez con una rellenita… la primera Vero de tantas otras. No me queda más que recomendarles probar, una vez que entran… difícilmente salgan.

Escrito por Jimmy Licker para la sección:

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