/La maldición del bosque | Parte 5

La maldición del bosque | Parte 5

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Ya eran las diez de la mañana y Jeremías no sabia qué hacer, podía llegar tarde a la escuela y mentirle al preceptor, pero decidió no hacerlo, ese día tenia doble jornada. Tenía hasta las dieciocho para estar en la calle, pensó en ir a San Martín o Mendoza. Sin embargo ninguna idea lo seducía, ninguno de los lugares le pareció bueno. Caminaba por las calles del pueblo. Estas estaban desiertas, solo veía a los arboles meciéndose armoniosamente con una dedicada brisa.

Las hojas golpeaban entre ellas simulando un aplauso, creyó que lo aplaudían a él por su actuación en el asilo, dio varias vueltas al pueblo de un lado al otro, sin encontrar a nadie. Sabia muy bien adonde quería estar, aunque eso significaba desobedecer a su papa.

Caminó en dirección al bosque y se internó en él, rodeó a toda la naturaleza en su esplendor hasta que llegó al Jacaranda, lo vio por un buen rato y se abrazó a él también. Las raíces del árbol se levantaron y lo envolvieron en una especie de jaula que lo llevó hacia las profundidades, Jeremías se sumió en un sueño y no volvió a la tierra de los vivos hasta las dieciocho horas.

Cuando volvió en si estaba desorientado y perdido, por momentos no comprendía si era de día o era de noche. Se preguntó adonde estaba, pero no encontraba explicación, recordaba olor a azufre y un lugar que se le asemejaba a la palabra infinito. Vio algo tan grande que no entraba en su entendimiento.

Y es que así son los humanos, su capacidad es tan limitada. Se creen la creación mas perfecta de dios. Solo son unos sucios eh inmundos, pero hay unos cuantos ejemplares como Jeremías que valen la pena.

Salió de su desorientación caminando lentamente en dirección a su casa, estaba tan perdido que su mente se mantuvo en blanco en todo el trayecto. Al llegar vio un vehículo de la policía, se preguntó si había pasado algo con su familia.

Al entrar y ver la mirada de sus padres se dio cuenta de que se trataba, junto a ellos en la cocina habían dos oficiales, pero no cualquier clase de oficial, se trataba de un perito forense llamado Matías Videla, un sujeto pálido y flaco con ropa de tres tallas mayor que él. Lo acompañaba el oficial a cargo de la investigación por la desaparición de Diego. Se llamaba Claudio Montana, un tipo robusto y fuerte que se dedicó toda su vida a la policía científica.

Jeremías sabía quienes eran y que hacían ahí antes de que se los presentaran, su sangre se heló, sabia muy bien que estaba en problemas.

Ambos oficiales lo miraron de forma acusadora, como si se tratase de un asesino en serie que fue buscado por varios años. Desvió su atención hacia un costado adonde estaba su madre, ella estaba con la vista perdida, parecía una persona que perdió a un ser querido de golpe, y su padre tenía una expresión de culpa y desolación.

Tal vez se sentía culpable por mostrarle el álbum a su hijo, él ya sabia lo que había pasado. Y se sentía culpable, nadie se lo dijo, pero con menos o mas detalles ya sabia que había pasado.

– Hijo – dijo su madre – los señores quieren hacerte unas preguntas.

– ¿Sobre que?

– Sobre donde estuviste el día que Diego desapareció y donde estuviste hoy – respondió Gabriel sin mirarlo interrumpiendo el dialogo que mantenía con su madre.

– Me dejan hablar – dijo con autoridad Montana – necesitamos tomarte declaración, pero no acá, en la casa no, tiene que ser en la comisaria, si algunos de ustedes lo quiere acompañar durante el interrogatorio no hay problema.

– No, tiene que haber un abogado presente.

– Si el quiere no tiene que responder a las preguntas que le hagamos. Pero tenga en cuenta que no es un arresto, usted lo llevaría y lo traería a la casa, para que él no suba a la patrulla.

Gabriel miró a su esposa por unos momentos y ella asintió con la mirada – está bien, vamos.

Los cuatro hombres llegaron la comisaria, el corazón de Jeremías parecía que se iba a desbocar, le faltaba el aire y sudaba como si estuviese en el peor día de verano.

– ¿Estas nervioso? – le preguntó Gabriel.

– Algo, no todos los días te citan a declarar.

– ¿Tuviste algo que ver con lo que pasó?

– No papa, te lo juro

Gabriel quiso creerle, en serio que si, pero no era estúpido, sabia muy bien que su hijo mentía, quizás no tenia que ver directamente con todo lo que pasó, pero todo se relacionaba a él.

Entraron aún pequeño estudio con cuatro sillas, los oficiales encendieron el aire acondicionado al ver como sudaba Jeremías. Los dos intercambiaban miradas, creían tener al culpable frente a ellos, solo hacia falta encontrar su punto débil y presionarlo para que hablara. Antes de empezar el interrogatorio debatieron un poco sobre cómo encarar el tema, no iban a hacer el típico numero de teatro del policía bueno y el policía malo, atacarían directamente, le meterían precisión para que hablara.

– Bueno Jeremías- comento Videla acomodándose la camisa – ¿Sabes porque te trajimos?

– Si, por la desaparición de Diego.

– Correcto, te vamos hacer una serie de preguntas y las vamos a grabar, esto no puede ser usado como prueba en un juicio, así que no te preocupes, se usa para no perder ningún detalle del interrogatorio. ¿Quieres continuar?

Jeremías divagó un segundo, no sabia que responder, tenia un nudo en la garganta que no lo dejaba hablar, Gabriel, que estaba sentado a su lado, con el mismo nerviosismo que su hijo apretó fuertemente su pierna y asintió.

Jeremías miró a los dos oficiales que fumaban y les dijo casi tartamudeando que si.

– ¿Adonde estuviste la noche del viernes y la madrugada del sábado? – Preguntó Montana – casi amenazándolo con una sonrisa burlona. A Jeremías no le gustó el gesto y pensó en lo bien que le vendría a ese tipo una visita al majestuoso Jacaranda.

– Estuve jugando a las escondidas con unos amigos en el bosque.

– ¿Entre ellos estaba Diego?

– No.

– ¿Qué raro? – comentó Videla.

– ¿Por qué?

– Hoy hablamos con tus amigos de la escuela y ellos recuerdan muy bien que el ultimo recreo del viernes, nos dijeron que estuvieron conversado los seis, hicieron tanto escándalo que varios sabían de su juntada esa noche.

– Cinco – interrumpió Jeremías entendiendo adónde de iba ese interrogatorio – Diego no estaba, lo fuimos a buscar y no salió de la casa.

– ¿Entonces admitís que planearon juntarse con el viernes en la noche?

– Si, pero le repito, no salió de su casa, pensamos que había salido con los padres y nos fuimos a jugar. No le dijeron eso mis compañeros.

– No tan así, pero no importa – respondió Montana riéndose.

– ¿Qué es tan gracioso? – le preguntó Gabriel.

– Nada señor, solo que creo que su hijo miente y lo hace muy mal – Gabriel suspiró intentando disimularlo y apretó con mas fuerza la pierna de su hijo, dándole a entender que se callara, pero ya era tarde, la personalidad sádica e irónica que albergaba Jeremías salió a luz.

– ¿Dónde estuviste hoy? – prosigió Videla.

– Es día de semana. ¿Adonde pude haber estado?

– En la escuela se que no – Montana se reía por lo bajo – ¿No te enterraste que pasó hoy?

– No, fue un día normal, creo que me quieren incriminar por algo que no hice.

– No puedo incriminarte por faltar a la escuela, eso le corresponde a tu papa, tu amigo, el otro que estaba jugando a las escondidas – tomó un expediente que había sobre el escritorio – se suicidó anoche. Esta mañana lo encontraron sus padres ahorcado de una viga, no dejó una nota ni nada, solo buscó una soga y saltó desde un banquito, pero no supo hacer bien el nudo, no lo desnucó, estuvo casi un minuto pataleando sin aire hasta que se murió. Pero no había señales de lucha contra la soga, soportó el minuto de estrangulamiento, parece que quería morir si o si.

– Es mentira, ¿pensas que soy pelotudo?

– Cuidado con el tono -le advirtió Montana.

– Gabriel ¿me permite mostrarle las fotos para que me crea?

– No creo que sea correcto.

– No importa papa – antes que terminara la frase Videla ya le había cedido el expediente a Jeremías.

Vio la foto de su amigo, pero su expresión no fue la que esperaban los oficiales o su papa, por el contrario, se lo noto emocionado con lo que veía, la macabra imagen de su amigo con su cabeza purpura y la lengua verdosa salida hacia afuera lo excitó. Apenas lo notó, Videla le retiró el expediente, pero le costó quitárselo de las manos. Los oficiales intercambiaron miradas.

– Hoy a las 9 le dieron aviso a la escuela de lo sucedido con tu amigo – dijo Montana – y todos se fueron. Al investigar el suicidio, los padres de Pablo nos comentaron que estaba raro desde el viernes en la noche, cuando jugaron el bosque. Ellos creen que vio algo que lo traumó, porque no hablaba y no hacia nada, parecía un ente. Entonces fuimos a la escuela y encontramos a las chicas con las que estuvieron allí. Belén, Melisa y Florencia, nos dijeron lo mismo que vos, con ese nerviosismo culposo. Le preguntamos por vos y nos dijeron que no asististe a la escuela.

– Y a la hora de todo eso -prosiguió Videla – nos llamaron del asilo. Una chica llamada Sofía, dijo que un muchacho acorde a tu descripción fue a molestar al ciudadano mas longevo del pueblo, que incomodó a todos los ancianos.

– Y lo peor de todo – acotó Montana detonando acusaciones, una tras otra – es que ese mismo anciano murió a las dos horas. Una enfermera lo encontró con hojas de paraíso introducidas en su garganta… alguien lo asfixió.

– ¡Eso si es mentira! – exclamó Jeremías riendo como un loco.

Montana se enfureció por la reacción y le tiró la foto del anciano sobre el escritorio, se lo veía con los ojos abiertos, como si hubieres visto a la propia muerte antes de que lo mataran, como si lo hubiesen torturado por horas, su boca estaba abierta, llenas de hojas secas y verdes. Los ojos de Jeremías se dilataron aun más, Gabriel miró la foto de reojo y sufrió de un ataque de arcadas.

– Es verdad, estuve ahí – dijo Jeremías, pero no tuve nada que ver con eso.

– ¿Y con Diego? – Preguntó Videla.

– Tampoco.

– Muchas personas dicen que te vieron caminar en dirección al bosque – Gabriel fulminó a Jeremías con su mirada y apretó su pierna tan fuerte que Jeremías tuvo que apartarla – antes de ir a tu casa pasamos por el bosque, mejor dicho por el árbol muerto.

Todos conocen la gloria de Jacaranda, me da mucha simpatía que lo nombren.

– Y ahí encontramos esto – tiro sobre el escritorio una zapatilla ensangrentada – encaja con la descripción de la que llevaba Diego esa noche, según sus padres estas son las que usaba la ultima vez que lo vieron.

Jeremías trago saliva, mientras Montana le mostraba una fotografía de el pie de Diego adentro del la zapatilla.

– Ahora decime la verdad Jeremías – dijo Montana mientras se reincorporaba y ponía sus brazos sobre el escritorio adoptando una posición de ataque – ¿Donde estuviste el sábado en la madrugada?

Continuará…