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Las cartas del destino

Caminaba sin rumbo, con la pena del desamor a cuestas. Me habían lastimado el corazón y no lo esperaba, no por lo menos de quien venía. Puñalada trapera por la espalda y precisa, fruto del miedo o quizás de la inmadurez.

Convengamos que yo nunca fui un santo, jugué durante mucho tiempo a ser Lucifer, pero a los dados del destino los hacer rodar el otro.

Levanté la vista y estaba parado frente a un café que jamás había visto, una especie de mozo-encargado con cara de pocos amigos pero, con ojos de tipo confiable decoraba el mostrador. Un sucio cartel en la entrada rezaba Café Isaac Estrella…

Las ganas de algo fuerte y la poca concurrencia me hicieron entrar.

-Un Whisky, doble por favor-

-¿Te pegó fuerte no?- Dijo y se sentó en mi mesa con un vaso de caña y mi Irlandés.

-Bienvenido al Isaac, soy Tulio-

-¿Cómo sabés?- Pregunté

-Son años pibe, además nadie llega hasta acá por casualidad-

-Parece el Bar del Infierno-

-Pero también el del Cielo, acá llegan todos los hombres sensibles de Mendoza cuando lo necesitan y otros bichos raros, si te contara…-

No tenía muchas ganas de hacer nuevos amigos, así que sólo bajé la cabeza.

-Pero vos no estás hoy acá para eso pibe-

-La verdad que no-

-Mi virtud es la de ser muy bueno escuchando historias, así que si no te alcanza con el Whisky para el desahogo, podés desembuchar tranquilo-

Lo miré a los ojos, sorbí el doble de un trago y comencé mi confesión:

Siempre supe jugar bien, con todas. A cada una de las mujeres que el azar puso en mi camino les di lo que buscaban. Supe ser buen camaleón e interpretar los papeles necesarios. Digo esto porque con todas, después de la aventura logre conservar una linda amistad. Y con todas siempre dejamos el corazón afuera y las cosas claras. Claro que, no pude evitar que muchas pretendieran algo más y ahí, siempre ahí enfriaba todo de algún modo.

La verdad, es que me dí cuenta que en realidad lo que más placer me generaba era enamorarlas, esa era mi perversión. Cuando lograba mi morboso e inconsciente cometido, me sentía realizado, satisfecho y un ganador. Con eso me bastaba y ahí las enfriaba.

Un doble juego, de –te advierto que no podés enamorarte- pero a su vez eso era en realidad lo que yo esperaba con ansias.

Yo empecé mi vida sexual presidiendo por mérito propio el club de los onanistas impúdicos, hasta que alguien me tomó de las narices, me metió a su departamento varias veces y me dió las herramientas, me adiestró lentamente y con precisión en los más oscuros secretos amatorios y de seducción, pero esa es otra historia.

Tulio se paró y trajo la botella de Jameson a la mesa y me volvió a servir. Me enjuagué los labios y seguí escupiendo mis miserias como si tratase de mi extremaunción.

Lo cierto es que después de darme cuenta de que, aunque conservara una linda amistad con todas, lo que hacía resultaba egoísta, morboso y generaba dolor. Decidí olvidarme de jugar con corazones ajenos.

Y justo ahí, como era de esperarse, apareció ella. Las cartas siempre están marcadas y un buen tahúr sabe que algún día le llegará el momento de enfrentarse a alguien que juega su mismo juego.

Al principio creímos ambos que la historia sería una más… pero apenas jugamos los primeros naipes ya estábamos desnudos y al sabernos entre pares instantáneamente nos dimos cuenta de que ninguna de nuestras estrategias funcionaría con el otro o por lo menos así lo creí.

Optamos por la honestidad brutal y nuestro propio reflejo en los ojos del otro disparó el primer te amo, después se hizo verbo, antes ya se había hecho carne.

Demasiadas coincidencias, demasiadas historias, demasiado karma. Un maldito reflejo del alma.

Yo ya había decidido alejarme de todo, encontrar alivio en la soledad. Ella, ella era mejor escapista que el propio Harry Houdini. Cada vez que el amor amenaza con penetrar su corazón desaparecía.

Sin embargo, los dos sabíamos que sería imposible jugar igual que siempre, la relación tenía tanta libertad y era tan pura que no existían motivos para alejarse. Sólo habían cada vez más motivos para acercarse, para sentirnos uno en la cama, para hablar horas de estupideces sin sentido, para hacer el ridículo en público como adolescentes.

Nada podía romper algo así y nos dio miedo. Ella comenzó a buscar excusas, yo elegí ir con calma, darle tiempo al tiempo. Yo desarmaba sus excusas mejor que MacGyver y me metía cada vez más en su corazón y en su vida. Sin embargo la calma que yo elegí, en vez de desnudarle mi alma por completo, le regalo el tiempo suficiente para planear su gran escape disfrazado de decepción.

Cuando menos lo esperaba, de la forma más dura y cruel, tal y como yo lo hubiese hecho antaño. Jugó su última carta y perdimos los dos.

Orgullosa y dolida quiso firmar su obra y hacerme creer vencido, terminar la partida con mi corazón en sus manos y estrujarlo.

Escribió una despedida tal cual lo hubiese hecho yo… (según ella)

Somos tan iguales que conoce lo que me pasa y lo que pienso. Sabe perfectamente que yo no escribo despedidas…

Sabe perfectamente que estaré eternamente esperando que vuelva a sentarse frente a mi y juguemos una nueva partida.

(En la radio del café comenzaba a sonar Tarea Fina).

-Podés venir a esperar acá siempre que quieras- dijo Tulio.

-Un gusto y gracias Tulio soy Joaquín, Joaquín Fernandez-

Pagué, dejé algo de propina y prometí volver.

Escrito por Joaquín Fernandez para la sección: