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Leyendas Urbanas: El Cinocéfalo de Guaymallén

Le pasó a un amigo cuando era más chico, creo que después que nos contó la historia fue a la iglesia a pedir un poco de agua bendita para esparcir por su casa. No sé si estuvo bien que nos haya relatado lo que le paso a él, a su hermano y a su mamá, desde ese entonces no me siento seguro ni en mi propia casa…

Nos habíamos juntado a una pizzeada y algunas cervezas para festejar el primer salario de uno de nuestros amigos, éramos seis, los mismos de siempre. Había sobrado una pizza; estábamos en medio de la charla con algunos vasos de cerveza; el televisor seguía prendido, para hacer algo más de bulla, sin darnos cuenta había empezado la famosa película “El Exorcismo de Emily Rose” y ¿para qué?, fue el pie perfecto para empezar la entretenida charla que se da de fantasmas, brujas, chupacabras y todo lo que sea deforme.

Justo cuando empezaba uno con su relato, saltó Martín (voy a usar un nombre falso para no generar expectativas) diciendo que por favor cambiáramos el tele y que habláramos de otra cosa sino se tomaba el palo y nos dejaba con la intriga a todos. Ahora que lo pienso, hubiera sido mejor que haya puesto otra excusa e irse sin explicación alguna, porque más vale, al decir lo que dijo, todos nos imaginamos que el flaco tenía algo interesante para contar, y para que se quedara cambiamos el televisor, lo dejamos en “Pare de Sufrir” como para contrarrestar lo anterior.

Se volvió a sentar y se sirvió otro vaso de cerveza, ¡perfecto! se quedaba, pero no pudimos evitar preguntarle o decirle que nos contara lo que sabíamos tenia para decir. “No, sigamos con otra cosa. De verdad no es nada del otro mundo” dijo mirando la mesa. “Entonces contannos, dale si ya pasó, no va a volver a pasar”, le respondió al toque uno de los que es adicto a ese tipo de historias. “Les cuento, pero no pasa  más de estas paredes, ¡a nadie!” le contestó tras una pausa pensativa. Todos nos acomodamos, preparamos una jarra de fernet y… ¡todo oídos!

“Primero le pasó a mi vieja, a mi y a mi hermano nos pasó después pero por suerte ella hizo todo lo que pudo para que no siguiera pasando.

Mis viejos se habían separado y mi vieja se fue a vivir a la casa de la abuela que alquilaban, quedaba en un barrio de Guaymallén; hacia varios años no vivía nadie en el lugar. Era una casa bastante grande y tenía el estilo de la época: ventanas grandes, paredes gruesas, techo alto y como todas las casas viejas, fría, muy fría. Tenia muy pocas cosas en la casa porque con el divorcio dividieron las pertenencias a la mitad así que no ligaron mucho ninguno de los dos; pero con su trabajo, a los dos meses ya tenia un par de cosas más; un televisor, una cama más grande y otros objetos innecesarios.

Nosotros sólo íbamos los fines de semana a quedarnos con ella porque era un lugar bastante aburrido, el barrio no tenia mucha vida, los vecinos eran todos adultos y ancianos, era bastante tétrico y deprimente; pero bueno, sino íbamos la depresión le pegaba más fuerte a ella.

La casa estaba con un poco más de vida, con cuadros y plantas por todos lados, con olor a sahumerio, típico de mi vieja; siempre andaba con esas cosas de cartas astrales, infusiones para liberar energías negativas y otra sarta de cosas que solamente ella entendía. Nosotros la respetábamos y tratábamos de no meternos mucho en eso. Me acuerdo que de chico ella solía tener una bolita de vidrio colgada del techo cerca de la ventana, se sentaba en los sillones debajo y la bolita empezaba a oscilar de la nada, a veces llegaba a tocar el techo. Siempre nos decía que con esas cosas llamaba a los ángeles para que nos cuidaran y por eso crecimos viéndola hacerlo, y ya de grande nos parecía normal.

El día que llegamos estaba lloviendo, llovió todo el día, el embole llegó a niveles extremos. Terminamos la cena y quedamos mirándonos las caras, sin mucho que decir. Lluvia de por medio y aburrimiento agudo, no quedaba otra que irse a dormir. En ese entonces solo tenia una cama de más, por lo que nos turnábamos con mi hermano para dormir una vez cada uno en ella, mientras el otro dormía en el sillón. Como todas las noches, mi vieja nos hacia la señal de la cruz en la frente con una especie de aceite, rezando unas palabras a sus interiores; como dije todo eso nos parecía normal, estábamos acostumbrados. Las luces se apagaron, me había tocado dormir en el sillón, a mis pies estaba la ventana que daba a la calle y a mi costado la mesita ratonera de vidrio. Entré en sueño mirando la ventana por donde ingresaba la luz de la luna. Ya tenía los ojos pesados cuando desde la cocina escuché un ruido extrañísimo, como cuando alguien rasguña la pared, que genera ese chillido que te hace doler los dientes, empezó rápido y terminó lento hasta quedar en silencio. Sabiendo que estaba entre dormido pensé que era parte de un sueño, así que no le di demasiada importancia.

El reloj sobre la puerta marcaba las tres en punto, me desperté agitado, algo traspirado, y con mucha sed; me levanté a buscar un vaso de agua, arrastrando los pies, pensando cosas irreales, ¿viste cuando estas medio dormido que pensas cualquier cosa? Bueno, así. Iba mirando el suelo cuando paso frente al pasillo que daba a las habitaciones, estaba oscurísimo, excepto la luz de la ventana que dejaba cierta claridad, no supe bien lo que vi, ni siquiera si era parte de los pensamientos irreales; pero en el medio del pasillo, se veía como un hombre alto parado, parecía estar de traje, con las manos abiertas; el miedo no llegó hasta que fije la vista en la cabeza, no era una cabeza normal, tuve que hacer un esfuerzo para asegurarme qué era lo que estaba viendo, el hombre allí parado tenia cabeza de perro o de algún animal parecido, con pelo largo, estaba con la boca abierta, mostrando los colmillos, me miraba fijo; quizás fue el miedo o no se qué, pero pude escuchar la respiración lenta que salía de su boca, como la de los perros cuando están agitados; me miró fijo como cinco segundos, eternos. Era como si me hubiesen pegado una patada en el estómago; el corazón parecía que me iba a salir agujereando la garganta; y para empeorar la situación, el ruido del rasguño en la pared volvió, venia de la cocina, esta vez fue más fuerte y prolongado; gire la cabeza hacia la cocina y no había nada mas que un has de luz de la puerta del patio. Cuando volví la vista al pasillo, no había nada, el aire me llegó de nuevo, por momentos creía estar viendo de nuevo a esa cosa con cabeza de perro. Pero no, ya no estaba, para mi consuelo. Corrí hasta la cocina, prendí la luz, suspire profundo, me serví el vaso con agua y me quede parado; inmóvil, cagado hasta las orejas; agarré un rosario de mi vieja que estaba en la heladera y me lo llevé al sillón, obviamente dejé la luz de la cocina prendida, si volvía el ruido del rasguño capaz pueda ver lo que era.

No sé en qué momento me quedé dormido, con el rosario en la mano me levanté a la mañana a eso de las 11, era domingo, mi vieja estaba limpiando la cocina. Me quedé unos minutos sentado en el sillón recordando lo de anoche, intentando darle una explicación, pero como no la encontré a causa del miedo que me provocaba, accedí a lavarme la cara para tomar algo de desayuno. Me preparó un yerbiado con algunas cosas dulces que había echo. Mientras limpiaba, pensaba si decirle o no, si guardármelo o contarle; sabía que me iba a entender porque ella creía en cosas sobrenaturales, si así lo fuera, así que le dije ‘Ma, ¿vos no escuchas ruidos o ves cosas raras en la casa?’ de golpe; ella me miró con la rejilla en la mano ‘¿Por qué me preguntas?’ me respondió sin pensarla demasiado ‘Porque anoche sentí unos ruidos extraños acá en la cocina, y después me levante, a tomar un vaso de agua, y en el pasillo vi a un hombre parado, con traje’ (no quise decirle lo de la cabeza de perro porque ahí si seguro me iba a decir que estaba soñando). En el momento que se lo dije, dejó de pasar la rejilla por los azulejos, y se quedó unos segundos en silencio y me dijo con voz algo triste: ‘Hijo, vos ya sos grande y creo que deberías saber ciertas cosas. Esperaba que eso, lo que viste no me haya seguido hasta acá. Pero al parecer sí, y ahora no solamente a mi, sino a ustedes…’ El bizcocho que estaba comiendo se me quedó atorado en la garganta, encima no me quedaba yerbiado para pasarlo; un calor terrible me subió por la espalda y con algo de rabia la interrumpí ‘¿¡¡Pero qué es!!?¿¡¡Por qué te sigue!!? ¿¡¡Qué quiere!!?’ Me agarró la mano y se le cristalizaron los ojos, se sentó y dijo ‘Hijo, vos sabes que yo desde hace mucho me dedico a curar gente, y trabajo con ciertas cosas que no pertenecen a este mundo. Bueno como todas las cosas existe un lado bueno y un lado malo.

Hace mucho vino una señora adulta a pedirme que la limpiara, estábamos viviendo en lo de tu papá y ustedes eran chicos; yo algo raro presentía de ella, no tenia buen aire; pero era solo una señora que venia con un gran peso en la espalda. No me miraba a los ojos, tenia un olor raro, como a azufre, y tenía un tic nervioso que cuando hablaba se le iba la boca hacia un costado. En un momento me dio pena, así que me relajé y fui a buscar lo que necesitaba a la cocina: agua, velas, sahumerios, etcétera. Le dije que se quedara sentada esperándome, pero cuando volví estaba ahí, dándome la espalda, se hamacaba en la silla, y se escuchaba la respiración como cuando una persona tiene asma. En el momento pensé que se había ahogado o algo por el estilo, pero me acerqué para ayudarla y a penas sintió que estaba cerca, se quedó tiesa, inmóvil, y de la nada empezó a vomitar una sustancia negra con olor repugnante. Al verla no supe que hacer, pero se dio vuelta, me miró a los ojos y empezó a reírse a las carcajadas; fue lo único que hizo, agarró su pañuelo se limpió la boca y se fue como si nada. Yo me quedé parada, con las cosas en la mano, no dije nada ni ella tampoco, estaba confundida, pensé que sólo era una persona con algunos problemas, así que no me enrosque demasiado, limpie lo que había vomitado y me olvide del hecho.

Esa noche, estaba muy cansada, terminamos de cenar y nos fuimos a dormir. En medio del desvelo, volví a pensar en la señora, no podía dejar de imaginarme la cara que puso cuando dio vuelta la cabeza para mirarme. En ese momento, corrió una brisa fría muy suave por la habitación, las cortinas a penas se movieron. Tu papá roncaba como los mejores, fije la viste en la puerta y allí estaba, parado, respirando exageradamente, como lo hacen los perros agitados; parecía que gruñía por momentos, tenia un traje, era muy alto, con colmillos; se quedó parado mirándome fijo por varios segundos, yo me quedé dura, lo único que pude hacer fue mover la mano para agarrar la de tu padre. Estuvo parado cerca de 10 segundos, respirando y gruñendo. En un pestañeo se fue, desapareció; esa noche no dormí, y desde entonces es que se escuchan pasos y otros ruidos extraños en la casa y a esa cosa que viste presiento que siempre esta ahí, parada aunque no la pueda ver.

Si tenes miedo hijo, te entiendo, no me voy a enojar si te vas y no queres volver.’

Era demasiada información para una mañana, no podía procesarla sólo me salió decirle ‘No, está bien ma, me quedo con vos así hacemos algo los tres para sacarlo de la casa.’ Solamente me miró, lloró y me abrazó. Parecía que era algo que la atormentaba mucho, y pobre lo estuvo soportando sola todo este tiempo. Pero yo estaba dispuesto a ayudarla.

Siempre fui muy impulsivo, así que ese mismo día ya que era domingo y no tenía mucho para hacer, me puse a investigar en Internet sobre lo que había visto. Lo que encontré no fue muy esperanzador. Cuando googlie ‘Hombres con cabeza de perro’ me llevo a varios artículos relacionados con la magia negra y el ocultismo de los antiguos pueblos que habitaban en Mendoza.

Lo que más me llamó la atención fue una creencia en los Cinocéfalos, en el cual los pueblos originarios realizaban un ritual para revivir el alma y por ende a los muertos. En resumen decía que originalmente cuando algún familiar moría debían comerse una parte de su cuerpo para procesarlo y llenarlo de energía, luego la persona debía expulsar de alguna manera lo que había comido. Algunos se dejaban abrir el estomago y sacar lo digerido, otros se extraían litros de sangre y otros, en niños y mujeres principalmente solo vomitaban lo que habían consumido. Luego, lo expulsado era enterrado con el difunto junto a algún animal vivo, en el lugar donde la persona había fallecido. Después del entierro mediante un ritual, donde invocaban a los espíritus con cantos, lograban revivir a la persona, pero solo vivía un día, tiempo suficiente para que sus seres queridos remedien sus errores con el fallecido. El único problema era que no podían tocarlo, llamarlo por su nombre y lo peor de todo: el muerto volvía a caminar, sí, pero con algo diferente. El acto de enterrarlo con algún animal provocaba que parte del alma de la persona se adhiera a algo vivo, por lo que la mayoría volvían con la cabeza del animal en lugar de su propia cabeza.

El ritual se siguió practicando por diferentes generaciones pero en menor medida. Lo que me llevó a pensar que la señora que había venido aquel día, venia a eso, a revivir a algún familiar que haya muerto, en la casa de mi vieja. No sabia que sentir, si asco, miedo o nervios. Así que no lo dude y me propuse buscarle una solución al problema. En Internet no decía mucho sobre algo que contrarrestara el efecto, fuera lo que fuera, solo decía que el alma volvería a descansar en paz en el momento en que se sienta perdonado por todo lo malo que había echo en vida. Eso me dejó algo tranquilo, pero no me podía imaginar el momento en el que tuviéramos que encarar a esa cosa.

Dejé todo, me fui a lo de un amigo para que me prestara una cámara para sacar fotos porque siempre dicen que con ellas se manifiestan las cosas paranormales. Volví a la casa, le conté a mi vieja y a mi hermano de todo lo que sabia. Me miraron con susto, mi hermano medio lo tomo con gracia porque el no había visto lo que yo y mi mamá. No le di importancia a mi hermano, pero mi vieja me dijo que ella también estaba dispuesta a hacer lo que sea para sacar a eso de la casa.

Ya casi de noche, empezó a preparar algunas cosas en la sala, la mesa ratonera, colgó de nuevo la bolita de vidrio en el techo, puso sal en las ventanas y en las puertas, prendió dos velas una blanca y otra roja y baldeo piso con agua bendita.

Ya estaba todo listo para hacerle frente a eso, mi hermano lo tomo con gracia, pero no pudo evitar cagarse en las patas así que mi mamá le pidió que se vaya a la casa de un amigo a pasar la noche, por suerte no vivía muy lejos.

Ya con el sol entrando y la casa cada vez mas oscura, empecé a sacar algunas fotos por la casa, en cada rincón; con eso fue el primer medio por donde se manifestó. En una de las fotos que saqué, aparece esta cosa, parada como siempre, mirando fijo… ¿Para qué describirla? Acá está la foto que tenía en el celular:


No merece muchos comentarios la foto. Yo tampoco me di cuenta de lo que saqué hasta que la revelé.

Luego de haber sacado las fotos nos sentamos en la mesa ratonera, a la luz de las velas. Mi vieja me hizo la señal de la cruz en la frente, me dio para que tomara agua bendita y empezó a rezar con un vaso de vinagre en frente.

El ambiente en la casa se torno helado, las cortinas se movían suavemente, pero la bolita de cristal comenzó a girar rápido, después el vinagre burbujeaba como si estuviera hirviendo y se evaporaba. Asustado hasta el último pelo, le pregunté a mi vieja ‘¿¡¡Qué pasa mamá!!?’ Ella seguía con los ojos cerrados y me contestó en voz baja ‘Esta acá, y esta enojado porque no quiere irse todavía…’ Palabras más que suficientes para que se me erizaran hasta las cejas. Estuvimos como 20 segundos en ese estado, y de repente se escuchó en la cocina como si se abriera y cerrara la puerta a los golpes. El ruido del rasguño en la pared se empezó a escuchar cada vez más fuerte desde la cocina y parecía acercarse más a la sala donde estábamos. Me quise levantar para ver lo que pasaba, pero mi mamá de un grito me dijo ‘¡No! ¡Quedate sentado, no rompamos el circulo!’ Volví a mi lugar. Las cortinas comenzaron a moverse bruscamente, una de ellas se descolgó; la bolita tocaba y hacia sonar el techo. El vapor de nuestra respiración se veía salir.

En ese instante en el pasillo se escuchaba la respiración de esa cosa, era cada vez más fuerte y el gruñido era progresivo, parecía un perro con rabia. Nunca en mi vida me voy a olvidar de ese ruido.

Mi vieja empezó a largar sal a los costados y la mesa empezó a moverse, la bolita de vidrio se descolgó, la vela roja empezó a consumirse más rápido que la blanca; en el pasillo se escuchaba una persona caminando hacia la sala. Mi vieja me dijo que no teníamos que nombrarlo ni dejarlo que llegara a la sala, así que prendió otra vela blanca y empezó a rezar; los pasos se escuchaban cada vez más cerca y el gruñido era lo sentía en mi espalda. Yo empecé a rezar todo lo que sabía, junto con mi mamá que ya transpiraba.

Lo peor todavía no pasaba, las velas se apagaron quedamos en total oscuridad, yo seguía rezando y mi vieja prendió otra vez las velas, para cuando la luz alumbro el pasillo, estaba ahí parado, con la boca más abierta los ojos rojos y babeando, gruñendo; los cajones de la alacena se abrían y cerraban, el vinagre se evaporo por completo. La “cosa” empezó a mover los dedos, abriendo y cerrando las manos, estaba como nervioso. Mi vieja empezó a rezar en voz alta, después de decirme que no lo mirara y lo ignorara. El hombre, o lo que sea, empezó a quejarse y a gruñir más fuerte haciendo eco en toda la casa, mi mamá se levantó, echo sal en el vaso donde estaba el vinagre y con los ojos cerrados le largó; en ese instante el hombre desapareció junto con la vela roja, no había quedado ni los rastros de la vela.

El aire de la sala empezaba a volverse más calido. Le pregunte si ya se había ido y me dijo ‘Parece que sí hijo, esperemos que sí…’ Estaba agitada y yo más asustado no podía estar, nos abrazamos y lloramos; me apretó fuerte y me agradeció por haberle dado las fuerzas para enfrentarlo. Prendió un sahumerio y rezamos un Padre Nuestro juntos. Limpiamos y ordenamos todo el desastre que había quedado. En la pared de la cocina estaban las marcas de los rasguños y la puerta estaba descolgada. Terminamos como a las cinco de la mañana y nos fuimos a dormir.

Los días siguientes fueron normales, nosotros volvíamos a quedarnos con ella y tratábamos de no hablar del tema. Mi vieja se cambió de casa y dejó de practicar la magia blanca, ahora parece estar más tranquila. Yo por mi parte todavía escucho la respiración del perro en mi casa, pero pienso que es mi imaginación. Además no pasa más de eso…”

Martín terminó el relato y todos nos quedamos callados sin comentarios, nos había echo sentir escalofríos. Terminó diciendo que la casa está abandonada desde que la madre se fue y que los vecinos dicen escuchar ruidos en las noches.

Creo que ahora no hay uno de nosotros que no tengamos una botella de agua bendita en la mesita de luz.