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Los hombres también lloran

¡Ay si entendieran! Si alguno de ustedes machos cabríos se pusiera siquiera a pensar en lo que pasa por la cabeza de una mujer, realmente entenderían sólo con observar comportamientos que no somos tan distintas a ustedes. Que en realidad lo único que nos diferencia es la edad para madurar, el período, el parto y la facilidad para llorar; porque los hombres también lloran aunque no lo creamos.

La cultura que nos rodea nos ha moldeado de tal manera que a cada paso que damos nos vamos diferenciando un poquito más. Lo cierto es que somos iguales de alma, lo que resta, es decir nuestro cuerpo, es puro envase, pura envoltura; y eso es lo único que hoy en día nos aleja de la igualdad.

Haciéndole la contra a mi compañero Fernet Basualdo, no creo que seamos nosotras las rompepelotas, las de la frase “tenemos que hablar”. En realidad, esto nos pasa a todos y el que se atreva a decir que es sólo cosa de mujeres, inconscientemente está quitándose toda responsabilidad de encima de forma ignorante.

Ahora, ¿porqué los hombres nos creen las únicas rompepelotas? Es quizás por quejarnos del temita de la tapa del baño, por el olor a pata por falta de talco, por la humedad de la ropa que lleva 5 días depositada sobre la misma silla luego de olvidar colgarla a la salida del lavarropas, por olvidarse de comprar pan a la salida del trabajo, por enojarnos al verlos tirados en un sillón sin ganas de salir a la calle con nosotras, por volver borracho a la casa y hacer un espectáculo delante de los niños, por el temita de las miradas de cola y tetas de la que acaba de pasar… ¿Es por eso?

Y en todo caso, ¿qué sería de un hombre sin las quejas de su mujer? Fácil respuesta: sería un hombre con olor a alcohol, a pata y a humedad; sin ropa limpia para ir a trabajar; obeso tanto comer comida rápida y sedentarismo futbolístico; padre golpeador o con quién sabe qué reacción al encontrarse borracho una y otra vez; un promiscuo de mente, capaz de pensar en que pueden acostarse con todo lo que tenga patas, como si eso realmente fuera posible para ustedes… Nosotras los volvemos a la realidad, a los pies sobre la tierra y con esto ayudamos a que sean personas decentes. Novias, abuelas, madres, hermanas…sólo queremos verlos mejor.

¿Y quién dice que el hombre no es hinchapelotas? El mismo que se queja de tus rollitos de más cuando la buzarda se le escapa por el pantalón pescador, el que se agarra tremendas broncas porque no le tenés hecha la comida después de que llegó de trabajar y vos también recién llegas de trabajar; ese que te dice “mis amigos primero” y cuando le decís si te puede acercar a la casa de una de tus amigas te salta con que tu amiga es ligera de casco y no te conviene salir con ella…Ése. Ése por el cual nosotras adelgazamos y no nos dejamos estar, ése que nos incentiva a tener amistades y a no quedarnos solas en casa…ése que nos ayuda a construir nuestras vidas y a poder tener hijos, algo para lo que nacimos.

El “tenemos que hablar” y el “no es nada” no son característicos de la mujer. Lamento decirles que a mí ya tres hombres me han dicho “tenemos que hablar” y en innumerables ocasiones. Lamento decirles que a mí el “tenemos que hablar” también me pone la piel de gallina.

Pónganse a pensar un ratito. El hombre es una extensión de la mujer, la mujer una extensión del hombre; porque todos salimos del útero de una mujer y todos somos producto de la semillita del padre. Tenemos igual responsabilidad sobre el mundo, ambos sexos se apasionan mucho por las cosas (cosas diferentes pero cosas en sí). Todos somos personas, todos tenemos corazón y, aunque muchos no lo crean así, todos tenemos cerebro. Somos tremendamente parecidos y para los que no lo entienden, sale cuadrito:


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