“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.”
Sigmund Freud
Las palabras a veces son tímidas, y no quieren salir en momentos delicados.
Las palabras con el tiempo se oxidan, se envuelven en una seca y porosa capa de miedo. Luego con el tiempo no sirven, se rompen al usarlas y terminan lastimando al que las uso.
Les gusta salir a la noche, se sienten libres y pululan al velo de la luna. Adoran la luz artificial.
No soportan la cerveza. Salen descontroladas entre más alcohol ingiere el individuo.
Las palabras hacen un trabajo de transportistas para llegar a su destino, viajan a la velocidad del sonido y entran por el conducto auditivo, por el endolinfático, los semicirculares hasta ingresar, después van derechas al cerebro o al corazón. Algunas desorientadas y distraídas siguen de largo y salen por el otro extremo.
Entre ellas no hay buenas ni malas palabras, pero si hay algunas que lastiman, y mucho. Hacen todo un trabajo quirúrgico muy profesional, saben dónde cortar, donde le duele a uno/a. Pueden ser asesinas seriales. A la vista no dejan marcas, pero el dolor que dejan es suficiente evidencia para hacernos entender que estuvieron, no tengo pruebas, pero tampoco dudas.
No discriminan. Les da igual que seas blanco, negro, colorado, rubio, flaco, alto, petiso, hombre, mujer, viejo, niño, heterosexual, lesbiana, gay, buena persona o mala persona, etc. Siempre están presentes para cualquiera.
Las palabras se sienten químicamente atraídas por los do mayores, los fa sostenidos, los si menores y demás notas melodiosas que les regalan los instrumentos. A esa danza sublime entre notas y palabras les solemos llamar “música”.
Las palabras son atemporales.
Hasta tienen un sindicato, nosotros lo llamamos la “RAE”.
Las palabras y el silencio son buenos amigos.
Suelen salir a tomar aire cuando uno está en una reunión importante o en un examen.
Hay palabras maratonistas. Dan vueltas y vueltas en la cabeza, curtiéndose y puliéndose para estar listas cuando llegue su momento. Y muchas veces no llegan en forma y terminan en vergonzosos desastres.
Las palabras son inoloras, aunque haya algunas que nos den asco.
Se desinhiben con el olor del café.
Hay palabras que se amalgaman en los huecos de los corazones rotos, y lo alivian un poco.