Resulta que con el grupo de excelsos literatos que conforman el staff del mendo decidimos ponernos a debatir sobre un tema “x”. La cuestión que surgió el asunto de la monogamia / poligamia. Qué opinaba cada uno, cómo lo veían, qué pensaban al respecto y qué chances habría de manejar un asunto así en la intimidad de la pareja.
La cuestión es que decidí quedarme a un lado de esa charla y disfrutar del variopinto abanico de opiniones. El staff del Mendo está conformado por gente de ambos sexos y de todas las edades y estratos sociales, por ende el debate, siempre y cuando no termine a las piñas, es híper enriquecedor. Alguno por ahí tiró que volquemos las opiniones en una nota, lo cual me pareció súper interesante. Así que seguí con mi montaña de pochoclos y una cara de Michael Jackson negro disfrutando de la contienda.
Tengo una visión progresista (no progre) del mundo. Reconociéndome antaño conserva y ortodoxo, pienso que he madurado, me he hecho grande y entendido que no hay nada más importante que las libertades personales, por eso defiendo cualquier movida que tienda a eso, a darle la libertad de elegir sobre sus asuntos a la persona, sin terceros, ni ley ni Estado. No pude hacerle “la vista gorda” a esta cuestión y comencé a imaginarme cómo sería si mi esposa aceptara que sí, que podemos llevar una relación “abierta” y poder salir con otras personas sin tener que esconderse.
Entonces comencé a imaginarme en esa situación, pudiendo libremente andar cual picaflor legalizado regando plantitas por ahí. Saliendo con chicas sin miedos, ahí de la mano en plena Arístides, sin tapujos ni perjuicios. Me imaginé expandiendo el manto de caballero seductor a otras provincias, intentando, ya no como un pirata, sino como un marinero del amor, tener un amor en cada puerto. Tranquilo y pacífico, café de por medio, contándole a mi esposa sobre mi nueva conquista, sobre cómo me está seduciendo la morocha de la oficina, la rubia del kiosco o la colorada del barrio. Entonces me vi en aventuras sexuales épicas, con dos, tres, diez mujeres a la vez, mandando mensajes de amor a plena luz del día, en el seno de la mesa familiar, mientras le sirvo un terma a mi esposa oficial y le pregunto a mi hija el nombre de su nuevo osito.
Se me vino a la cabeza el swinger, algún día proponerle a mi mujer una festichola sabrosa, con el centro del universo, o sea yo, disfrutando del placer de estar con dos mujeres sin miedo a ser enganchado por el marido de una o mi mismísima esposa, ahí presente. Me vi mostrándole toda la pilcha regalada por una clienta pendevieja, mal atendida por un marido millonario que ahora se comía esta carnecita y le retribuía perfume y nivel por los servicios sexuales prestados. Me vi planeando escapadas a la costa, con pendejas de culos porcelánicos, donde el paso del tiempo y la gravedad aún no dejaban sus huellas, con la excusa de que las vacaciones de mi esposa son en enero y que ahora, en pleno julio, me merezco un descanso.
Hasta pensé en una complicidad máxima de mi mujer, ofreciéndome sus compañeras de trabajo como en un book de hotel porteño cinco estrellas. “Mirá esta es re linda, pero dicen que no sabe coger, por ahí vos que sos un capo pito chingolero le podes enseñar… mira mira, esta es fea pero es una loba en la cama, quizás que te la coges y aprendes algunos trucos para después usar conmigo” y un montón de risas compartidas y puntuaciones empíricas sobre el nivel de sus sociales, a ver cuál podría ser mi próxima víctima.
¡Qué lindo sería, que divertido, que sexualmente monumental! Entonces me puse a pensar que la poligamia, el libre amor de una pareja, es una elección de justamente dos personas, por ende, mi mujer tendría los mismos derechos que yo… y ahí se me pinchó la burbuja de caca en la que estaba sumido y me cayó la realidad.
Por una cuestión lógica y estadística las posibilidades de la mujer son mucho mayores que la de los hombres, entonces cada un romance esporádico que con mucho orto se me de, una mujer se puede levantar un tipo por día sin siquiera invertir tiempo. Y ahí me cayó la ficha de la realidad, de lo que realmente pasaría…
Un día llegaría yo de laburar, cansado, enano, despeinado y con olor a taller, estresado por no llegar a fin de mes, con ganas de tirarme en el sillón a ver un rato de tele y jugar con mi hija y mi esposa estaría en la ducha. Entonces me sacaría la ropa y me pondría los cortos de Boca del 94, esos que tienen un elástico que me aprieta y se me salen los rollos por los costados, me rascaría los huevos y me prepararía una chocolatada con vainillas para sopar. Me sentaría en el sillón a ver tele o me pondría a regar el jardín y ahí saldría ella… bañada, perfumada, con un vestido ajustado, el pelo impecable, el maquillaje mortal y el Audi de un pendejo de 28 años tallado a mano la estaría esperando en la puerta de mi casa…
– Amor, ¿te vas?
– Si mi amor, salgo con mi jefe, me lleva a cenar a ese restaurante que hace años quiero ir y que a vos no te da la nafta para llevarme.
– ¿Ese que vale como 2 lucas el cubierto?
– Si… después seguro vamos a bailar y obvio que terminamos en ese telo que siempre quise conocer, en la habitación más cara…
– ¿El que tiene un yacuzzi olímpico?
– Si… ese. Tres o cuatro me hecha seguro ¡si tiene 28 y pesa lo que vos a los 15!
– A… que bueno… ¿a qué hora volves?
– No, no me esperes, no vuelvo a dormir acá, paso derecho al laburo y me lleva él, ahí te dejé la comidita de la nena y la ropa de dormir de ella… ¿vos no vas a salir con nadie?
– No…
– ¿Porqué no salís con alguna chica?
– Porque no me dan bola…
– Pero ¡si esta idea gloriosa fue tuya!
– Si peroPIIII PIIIIII
– Amor me voy, el Isidro Arístides Civit me está tocando bocina… ¡la tiene de 23 centímetros podes creer! Encima es un amor, ya me dijo que en enero me quiere llevar a Europa, ¿no te jode, cierto?
Y ahí se me acaba la pelotudez esta del «libre amor» y la mar en coche.