/Por mi culpa, por tu culpa, por la gran culpa

Por mi culpa, por tu culpa, por la gran culpa

Las relaciones entre madres e hijas suelen ser complicadas. Freud se haría una fiesta con esta escena. Hablaría de castración de la hija al darse cuenta de que no podía consumar el deseo sexual con su padre y el resentimiento inconciente hacia la madre porque ella sí consumaba el deseo con el padre. Probablemente esto se trasladó a su matrimonio, no sería adivina si pensara que el marido le fue infiel.

Jodorowsky haría incapié en el sentimiento de abandono que la hija sintió y le recomendaría indagar en su árbol genealógico porque seguramente su abuela o bisabuela había sido abusada y que eso se soluciona yendo a la tumba del padre con su pareja y hacer el amor gimiendo el nombre del padre con el que deseaba consumar el deseo.

Un psiquiatra le recetaría una dosis de clonazepam a Elena, para lidiar con un trabajo que la frustra, una infidelidad que le destruyó la autoestima y una culpa inconciente que no puede resolver y por eso culpa a su madre de todos los males, incluso de que ella tenga que trabajar porque no le alcanza la mensualidad para pagar una niñera y tomar clases de yoga.

Como ella no puede con su culpa, hace sentir culpable a su madre. Luego, su madre se sentirá culpable por no ayudar a su hija. Más tarde, los chicos se sentirán culpables de que la abuela y la madre peleen.

Mariano le pide disculpas a Victoria para no seguir con una discusión inútil, no porque ella tenga razón y mucho menos porque realmente él esté arrepentido de hacer aquello de lo que lo acusan. ¿Debería pedirle perdón porque ella se sintió mal a pesar de que él no había hecho nada y que tampoco es responsable de cómo se siente ella? No, pero lo hizo igual. ¿Por qué? Porque pensó que ella estaba loca y eso sí lo hizo sentir culpable.

Victoria también miró a Mariano, si no lo hubiera mirado no se hubiera dado cuenta de que él la miraba. ¿Por qué ella podía mirarlo y él no? Quizás ella sí lo miró con deseo y sintió una culpa inconciente por reprimirlo.

¿Y si dejamos de sentirnos culpables por sentir el deseo? ¿Y si nos miramos más?

Esta es una escena interesante. La mujer de Santiago lo manipula con el jueguito de revisar el celular y él manipula a su mujer borrando los chats. Los dos tranquilos. Tampoco le preocupa que ella sea infiel porque, de alguna manera, asume que lo merece.

Cómo él le mete los cuernos y ella hace como que no se entera… ella le revisa el celular y él hace como que no le importa. Dos manipuladores. Un juego de poder.

¿Qué pasaría si él le impidiera revisar el celular? Ella asumiría que algo le oculta. ¿Estaría mal? No. Eso de que las parejas tienen que saber todo del otro es el inicio del quilombo, del ocultamiento, de la paranoia.

¿Qué pasaría si ella revisara el celular y viera los mensajes que Santiago no borra? Descubriría lo que en realidad estaba buscando. Santiago se sentiría culpable por hacer sentir mal a su mujer y ella, que también ama a su marido, le echará la culpa a la chica en cuestión, por seducir a su inocente bien amado.

Mario, que había ya vivido en carne propia eso de que Elena le revisara el celular, trata de advertirle a Santiago lo que podría pasar si algún día le encuentran un chat olvidado por ahí. Lo que hace Mario tiene que ver con evitar la culpa de no advertirle a su amigo y, con esa advertencia, asume que lo que le pasó a él no estuvo bueno. Culpa.

La sumisión de Gloria habla de su incapacidad de valorarse. ¿Por qué acepta someterse? ¿Qué patrón cultural está asumiendo como válido a expensas del respeto? Puede que estos viejos hayan sido educados de otra manera pero yo he visto escenas similares en parejas más jóvenes. Y me he sentido culpable de no intervenirporque me enseñaron que cada pareja es un mundo y que el que se mete en una pelea conyugal pierde.

La misoginia de Alberto evidencia de una masculinidad vulnerable, que necesita ser reafirmada continuamente contra cualquier mujer. La referencia a los militares denota su impotencia por no poder agarrar un arma y hacer él mismo lo que le encantaría: andar matando distintos por ahí.

Y es que los distintos no son tan distintos. Carl Jung afirma que lo que nos molesta de los otros es, en realidad, lo que inconcientemente nos molesta de nosotros mismos y los demás nos lo reflejan. Los confrontamos porque es la manera de no sentir culpa de ser así en el fondo y reprimirlo porque no nos gusta.

Se puede pensar que Jung es un imbécil, a lo que él seguramente respondería poniendo un espejo adelante. Es interesante el ejercicio. Cuando algo te moleste de alguien, ponete delante de un espejo y decítelo a vos. Por algo el dicho: “El que insulta, dice más de él mismo que de quien insulta”.

Es divertido ir por la vida viendo como los pelotudos, gorreados, culeados, hijos de puta, ladrones, vividores, negros de mierda, basuras, maricones, milicos, zorras, histéricas, resentidas y perras, van gritándoles a los demás lo que ellos mismos son.

No todo es tan grave. Hay quienes gritan: amigo, hermano, querido, compañero. Hay quien saluda por la calle; quien pide permiso, por favor y gracias. Sentirse a gusto con esas personas agradables es también como mirarse al espejo.

La identificación con una masa que disuelve la identidad personal. La grieta social no es más que la exteriorización de la alienación con nosotros mismos proyectada en el afuera. La culpa es siempre del otro y fue así desde el origen.

Nos vendieron el cuentito del pecado y su culpa. Nos creímos pecadores y culpables. Nos parece que si hacemos algo distinto a lo que nos enseñaron vamos a sentir culpa por rebelarnos, que si no comulgamos con la ideología o la religión de nuestros padres somos malos hijos.

Quieren que pensemos que rebelarse es malo, por eso sentimos culpa. Por eso culpamos al que se rebela. Quisiéramos hacerlo, pero la culpa no nos deja. Y la drenamos con compañeros de trabajo, con los padres, con los hijos, con la pareja, con el amigo de la vida, con el peronista, con el radical, con el zurdo y con el liberal, con el hincha del equipo rival, con el que pone las multas.

Nos unimos a una masa, vamos a una marcha, hacemos sonar una cacerola, nos prendemos en las cadenas de oración por el país. Quizás Dios es sordo, quién sabe…

En las misas cristianas, apenas empezadito el ritual, hay una oración que reza: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. En ese momento, todos los feligreses se golpean el pecho, donde hay una glándula importante y muy sensible que tiende a atrofiarse y endurecerse: el timo. Lo interesante del timo es que con unos golpecitos reacciona y vuelca al torrente sanguíneo una serie de sustancias químicas que refuerzan no sólo el sistema inmune sino que interviene en el juego químico de las emociones. ¿Qué creemos? Que al asumirnos culpables Dios nos quiere y por eso nos sentimos bien. Culpa, manipulación.

¿Te sentís mal, deprimido, sin ganas, infeliz? Golpeate el pecho y decile al timo: “¡ey, dale, actívate hermano…! Si sentís culpa no te golpees el timo porque él no tiene nada que ver con eso.

En realidad nadie tiene la culpa de lo que sea que nos pasa. Mucho menos la tienen el hermano, el amigo, el vecino o el jefe. Tampoco tienen la culpa el gato, la yegua y el gorila. Animalizar al adversario muestra lo más primitivo de nuestra naturaleza.

La culpa separa, enferma, mata. Aflojemos un poco. Ejerzamos la libertad con responsabilidad, no con culpa.