/A los millenials les vendieron espejitos de colores

A los millenials les vendieron espejitos de colores

Antes de comenzar a hablar de los millenials habría que abrir un debate sobre el rango etario que cubre esta generación. En teoría va desde principios de los ochenta hasta fines de los noventa en países de primer mundo. Voy a hacer referencia como «millenials» a los argentinos que hoy tienen entre 18 y 30 años, teóricamente se deberían decir que son «post-millenials» o «centennials».

Esta nota tiene bastante de autoreferencial, no me da vergüenza reconocerlo y si me da orgullo haberme dado cuenta a tiempo, es por ello que culmina con una serie de «consejos», opinión que nadie me pide y que miento al decir que no me gusta dar.

Habiendo pasado los 30 y sumergido plenamente en la etapa laboral más activa de una persona (que opino que va de los 30 a los 50) me llama cada vez más la atención la dificultad del sector empresarial para encontrar recursos humanos que, básicamente, quieran trabajar. «Los pibes no quieren laburar» es la queja de quienes llevan los recursos humanos. «Invertimos dinero y sobre todo tiempo en el proceso de ingreso e inserción y se van a los dos meses», «trabajan un año, juntan plata y se van de viaje, luego vuelven y pretender entrar nuevamente a la empresa», «manejan sus horarios como si fuesen los dueños, no se pueden adaptar a una regla básica como cumplir con una hora de ingreso», «tiene 25 y aún no terminó el secundario», son algunos de los comentarios más típicos de la situación.

Y el problema es, querido tarado, ¡que nos vendieron espejitos de colores papá! «Lo tuyo es el mar», «valen más las experiencias que los objetos», «no te pongas un negocio, «mejor viajá», «salí, conocé gente, no te ates a un lugar». Todas estas frases son sinceramente hermosas, yo personalmente también las compré en algún momento. Hay que ser realistas… ¿A quién no le gustaría vivir viajando, conociendo lugares, personas, transitando experiencias de viaje?, ¿quién no sería feliz ganando dinero por mostrar sus excursiones por el mundo, los lugares exóticos y las ciudades?, ¿a quién no le gustaría vivir en el Caribe, bajo los auspicios de un all inclusive, disfrutando del sol y el mar? ¿Quién no sería feliz viviendo del arte o del deporte? Es súper tentador, como ganarte la quiniela. El problema es que para sostener esa vida en el tiempo, si no tenes un don, un talento natural, tenes que haber nacido en «cuna de oro» y tener papitos con mucha guita que te prefieren tener lejos de sus negocios. Pero esa realidad no es la de la mayoría de las personas. Entonces ¿qué pasa cuando se acaba el chorro de guita de papá?, ¿qué pasa cuando se termina el dinero del viaje que no invertiste en un negocio?, ¿qué pasa cuando desperdiciaste una oportunidad laboral única por un viaje al Congo Belga?, ¿qué pasa cuando volviste a la provincia y no tenes ni para el MendoTran? Te estampas contra la puta realidad.

Entonces, de a poco te das cuenta de la falacia que te comiste, que hay cientos de miles de millones intentando «ganar millones por internet», que da la casualidad que nunca sos ese apellido yankee que invirtió tres dólares drogado en una criptomoneda y cinco años después se mandó a hacer un Ferrari de oro, que nos sos Gates, ni Zuckerberg, ni Musk, ni el lobo de Wall Street, que el talento choto que tenes de pedo le gusta a tu mamá y a un par de mamertos como vos, que aún no sabes ni siquiera todas las funciones de Instagram como para pretender hackear el Santander Río, que cada pelotuda idea que se te ocurre ya la pensó otro y la está haciendo funcionar hace diez años, que no da convertirte en un narco colombiano, que los negocios ilegales tienen su fecha de vencimiento y tremendas consecuencias, que vivís en un país subdesarrollado y tus chances de llegar a Silicon Valley son nulas, que Hollywood difícilmente se vea interesado en tus talentos, que el porcentaje de deportistas millonarios es ínfimo comparado con la población mundial, y un larguísimo etcétera de fantasmeadas que te contaron, que le pasaron a «un amigo de un amigo», que «lo leíste pero ni te acordas dónde».

Y ahí te enfrentas con la dura realidad… tenés 30 años y no tenes una verga. Te das cuenta que se te pasó el tiempo para dedicarte a pleno a una carrera y especializarte, que te gastaste toda la guita en viajes y farra, que «atención al público y gestión de stock en Drugstore Carlita» y «Gerente de logística y distribución de Pizzería Los Tanos» son tus únicas referencias dentro del CV y no te van a ayudar demasiado, que no solamente seguís viviendo con tus viejos, sino que ni siquiera te da el cuero para bancarte alquilar un monoambiente, que te empieza a dar un poco de vergüenza seguir viviendo a tu familia, que no le ves mucho futuro al laburo medio pelo que estás haciendo y que tu entorno está en la misma que vos, al pedo y vagando. Estas en la mitad de tu vida activa y tus proyectos, como conocer el Tíbet, tirarte en paracaídas, probar mezcal en Bolivia, irte en bici al sur, armarte una banda de ukelele o hacer el transiberiano en invierno son poco sustentables con tu economía y realidad actual. Y ya no hay ni mina ni amigo que te banque tanta pelotudez.

De a poco la vida te comienza a comer, a llevarte puesto. Te empezas a sentir un choto de bermudas floreadas, peinados exóticos y gustos excéntricos bancados por terceros. Te comienza a dar algo de culpa estar un miércoles en «El Sodeado» y dormir el jueves hasta las once. Ya no es tan gracioso fumar porro un martes y quedarte del culo flashando hasta las cuatro de la mañana. Andar boyando de amores y amigos ya deja de ser una joda social. Apodos como «el señor de la noche», «el girita», «la nochera» o estados onda «esta noche en la pera», «roto», «resacón», «pasada», «es viernes y mi cuerpo lo sabe» ya no se llevan con dignidad absoluta.

Encima, al no haber trabajado nunca realmente por vivir una vida al límite experimental, de gira en gira, sos un inútil total. No estás preparado para esfuerzos físicos ni mentales, no tolerás la presión laboral, te ahogás en un vaso de agua, no soportas que te dirijan ni te controlen, encima te ofendes por todo, sos susceptible y proclive a abandonar los trabajos. Sos inestable y poco comprometido. No sos chorro, pero no inspiras confianza tampoco.

Entonces se pincha la burbuja de bosta en la que vivís, se cae la mascarita de la mentira que te vendieron y que compraste gustoso, se acaban las excusas y los pretextos, se refutan todas tus teorías de «vivir del aire», «desapegarte de lo material», «ganar dinero viajando», «trabajar 20 minutos por día en hacerte millonario» y cuanta pelotudez emprendiste. Ahora entendes que para pagar todos esos gustitos, esa onda «desapegada de lo material», esos viajecitos por el mundo en fechas poco usuales, esa comodidad horaria, esa vida sin ataduras ni compromisos, hace falta guita, dinero, plata, vil metal… como se te dé el orto llamarle al dinero. Te guste o no, te parezca bonito o no, te sienta bien o no… la realidad es esta. Necesitas plata. Plata que ni siquiera la herencia o el azar te pueden asegurar, ¿cuántos casos conoces de gente que dilapida la fortuna heredada o funde las empresas de los padres? la gran mayoría, ¿y cuántos ganadores de quiniela o lotería conoces que hayan hecho buenas inversiones y se mantengan millonarios en el tiempo? la gran minoría. La guita legal realmente se gana de dos formas, no existen más. Sólo dos.

Una es haciéndote muy muy bueno en algo, con ansias de ser «el mejor». En lo posible bajo formación académica. Intentando ser el mejor profesional, el mejor estudiante, dedicándole TIEMPO y ESFUERZO a una carrera. Tiempo y esfuerzo que vos ya no tenes, porque estás peludito papá para dedicarle doce horas diarias al estudio. Éste tren se te pasó por «vivir experiencias únicas», por «no adaptarte al régimen establecido», por creer que «un título no te asegura nada». Los buenos profesionales son bien pagados siempre, por jefes o clientes. Y los mejores ganan fortunas.

Pero, afortunadamente para la vida, pero desafortunadamente para tu forma de vida, te queda la otra forma… y ésta se trata de trabajar. Si man, TRA-BA-JAR. Trabajar en serio, dedicarle tiempo al laburo, meterle horas, esfuerzo, intentar superarte de manera permanente. Dedicarle tiempo a un proyecto, alma y vida, cabeza y físico. Dejar de creer que «20 minutos de internet» te van a hacer millonario o «compro esto por acá, lo vendo por allá, me pongo un Mercado Libre» es posible o «me pongo diez kioscos y los manejo por celular» se puede hacer. Levantarte temprano, dedicarle un mínimo de ocho horas diarias de lunes a viernes a un laburo, invertir dinero, arriesgarse, jugársela, no cagar a nadie, prestar un buen servicio, vender un buen producto, estar alerta y atento. Cuestiones básicas, elementales, cosas que cualquier laburante real sabe. Si le metes tiempo, tripa y corazón, si no te cagas en la gente y tenes algo de suerte, dentro de quince o veinte años podes tener una moneda interesante. Ni más, ni menos.

Así que, querido pendejo sub 20, este consejo te lo digo de onda: estudia, elegí una carrera sustentable (no esas licenciaturas vergas o esas payasadas de terciarios) y dedicate a pleno al estudio. Estás en una época donde no tener un puto mango o mantenerte a mate y galletas está bien y es lógico. Acobachate en la casa de tus viejos y dedicale entre cuatro y ocho años a formarte a conciencia. Te aseguro que a partir de los 30 me lo vas a agradecer.

Vos, choto de cotillón que estás transitando los 20/25, no dejes que te vendan espejitos de colores y metele al estudio, te quedan las últimas balitas en la cartuchera para no ser un estúpido mantenido.

Y vos, «millenial» post 25/28… te queda la opción dos, seguite tatuando y filmando historias de Instagram, pero ponete a laburar papá, porque la vida es implacable y pasa de un suspiro. Si seguís durmiendo, cuando llegues a los 40 va a ser demasiado tarde y vas a ser un completo fracasado.


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