/Abdiel y las almas viejas | Kadim, el ejecutor

Abdiel y las almas viejas | Kadim, el ejecutor

Capítulo 1: el milagro de Pareditas

Febrero del 80, la noche era estrellada y fresca como suele ser por aquellos pagos. Los gendarmes que custodiaban el puesto de Pareditas mientras sorbían un trago de cogñac, seguros de que ningún superior los molestaría a tan altas horas. La tranquilidad se vio interrumpida por un sacudón que dejó vibrando las ventanas y paredes del cubículo. Corrieron hasta la ruta y distinguieron en la distancia una columna de humo.

Se subieron al móvil y aceleraron a fondo, calcularon, por la explosión, que el accidente debía haber ocurrido a menos de un kilómetro, pero pasaron los minutos y se miraron sorprendidos… el lugar del accidente se encontraba en un tramo recto de la ruta, perfectamente iluminado, a quince kilómetros de su puesto.

Un camión había colisionado de frente con un coche familiar, las llamas eran incontrolables. El calor era tal que no podían acercarse a menos de veinte metros de los vehículos, dieron por descontado que no habían sobrevivientes en medio de ese infierno.

Los bomberos tardaron más de una hora en llegar, dada la distancia que separaba el paraje de cualquier ciudad. Para cuando llegaron las llamas habían consumido los vehículos en su totalidad Mientras retiraban los cuerpos del interior de los autos uno de ellos descubrió asombrado un recién nacido envuelto en frazadas. La criatura de apenas unas horas de vida se debatía entre la vida y la muerte.

El más experimentado de la dotación sacó con cuidado al pequeño y le brindó los primeros auxilios, tenía quemaduras en todo su cuerpo, pero respiraba. En los años que llevaban como bombero nunca habían visto nada parecido: el rodado estaba totalmente destruido, los otros tres ocupantes habían fallecido en el acto, no intentaron buscarle explicación racional, simplemente no existía tal cosa. Era un milagro.

La tragedia se vio empequeñecida por la supervivencia del pequeño; el suceso pasó a conocerse como “el milagro de Pareditas”.

El pequeño había sufrido quemaduras en todo su cuerpo y en las vías respiratorias, por lo que el pronóstico era muy complicado, pero se recuperó con una asombrosa velocidad, incluso la piel se regeneró mejor de lo que esperaban los médicos.

La familia del niño era de procedencia muy humilde; y por más que se investigó su entorno, no encontraron los papeles del niño. En esa época y en lugares tan distantes era normal que los padres anotaran a sus hijos años después de su nacimiento. Los únicos parientes vivos del niño eran sus tíos que, para sorpresa e indignación de la población, rechazaron adoptar al bebe; dijeron no saber cual era el nombre dado por sus padres.

Entre los bomberos y las enfermeras que le salvaron la vida eligieron llamarlo Abel que significa “Aliento”.

Abel fue trasladado a la colonia 20 de Junio teniendo apenas ocho meses de edad. Fue rápidamente dado en adopción a la familia Bengoa, que hacía años esperaban su oportunidad de compartir la vida con un niño.

Los Bengoa era una pareja de muy buen pasar económico, ella era médica veterinaria y él decano de una facultad privada de la ciudad de Mendoza. Vivían en un caserón muy vistoso ubicado cerca de la plaza Independencia.

La mujer, que se llamaba Nancy, decidió dejar de lado su consultorio hasta que Abel fuera un poco mas grande, después de todo la plata no era problema y había soñado toda su vida con ser madre. No quería perder un solo día de esta maravillosa experiencia.

Abel creció grande y fuerte. Antes de cumplir los dos años ya había desarrollado un vocabulario asombroso; aunque a Nancy le gustaba jactarse de habérselo enseñado ella misma la realidad era que se trataba de un niño con un intelecto muy desarrollado. Cabello oscuro y grandes ojos almendrados, tez pálida y parada seria. Abel elegía siempre los juegos más didácticos, como queriendo de chico cultivarse a si mismo. Era realmente sorprendente. Fue cuando comenzó la escuela primaria que realmente destaco entre sus pares, las maestras quedaban boquiabiertas ante el intelecto del pequeño y su vocabulario nutrido, muy superior al que manejaría cualquier chico de 6 años.

Nancy se volvió muy posesiva con Abel; Gustavo, su pareja, intentó en algún momento mostrar su descontento, pero entendía el temor que tenía ella de perder al pequeño, incluso de compartir su cariño con él o cualquier otra persona.

Gustavo llegó un día miércoles por la noche totalmente agotado, abrió la puerta y vio a Nancy y Abel jugando en el sillón del comedor. Dejo el maletín en la entrada sin hacer mucho ruido y abrazó a los dos por detrás. Le dio un beso en el cuello a Nancy y Abel se inclinó para que lo besara en la frente.

– Los amo – Dijo Gustavo.

– Nosotros también te amamos papi – Respondió Nancy.

Gustavo sintió una gota helada cayendo encima de su frente, otra, y otra más. Pasó su mano para secarse y cuando la vio en la luz observó que el líquido era color rojo sangre. Fue hasta el baño para ver si se trataba de una herida pero era solo una mancha, enjuagó sus manos y volvió al living. Ya se habían ido, duró poco el momento familiar. Fue hasta la cocina y buscó en la heladera una porción de tarta que llevaba ahí varios días, la miró, la olió y la tiró a la basura. Sacó un sifón de soda y la jarra con vino, los mezcló y fue hasta su habitación.

Otra noche solitaria.

***

Caminaba por un camino polvoriento, los álamos de la orilla se inclinaban y crujían ante las ráfagas inclementes. El zonda levantaba aún más polvo y se le hacía imposible continuar caminando, la arena se le metía por la boca, por los ojos, por la nariz. El aire se tornaba irrespirable, trató de taparse con un pañuelo pero no hizo más que dificultarle la respiración.

El viento mermó y a la distancia vió una pequeña casa de adobe, una mujer encorvada abrió la puerta, en sus manos llevaba un bulto. Corrió hasta alcanzarla, cuando quiso tomarla por el hombro se desvaneció mientras que los harapos que la vestían cayeron al suelo. Se arrodilló y descubrió entre las mantas un pequeño bulto, un pequeño totalmente desfigurado por las quemaduras.

¡Papaaa!

Capítulo 2: el extraño

Gustavo despertó con la boca llena de arena y las manos cubiertas de sangre, le faltaba el aire, era como si nunca hubiera aprendido a respirar. Corrió al baño y se lavó, sólo con el cepillo logró sacarse los pegotes de sangre y arena que tenía en las manos y la cara.

Apoyado en el lavatorio quedó petrificado frente al espejo, tratando de comprender qué era lo que estaba sucediendo.

– ¡Gustavo! – gritó Nancy desesperada, él se tomó su tiempo para incorporarse, debía ser una de sus pesadillas. – ¡Gustavo!

Fue hasta la habitación del niño, agazapada en una esquina estaba ella sosteniendo una almohada, como si se tratara de un pequeño niño aterrado.

– ¿Qué pasó?

– ¡Me atacó! – Respondió con voz entrecortada

– ¿Quien?

– ¡Kadim!

– ¿Quien es Kadim?

– ¡Allá! ¡Por favor sácalo! – Gritaba mientras señalaba la cama del pequeño Abel.

– Amor, por favor, ahí esta Abel solamente, cálmate.

– Me atacó, me pegó, me rasguñó.

Se acerco a la cama, el niño dormía apaciblemente.

– Amor, tuviste una de tus pesadillas, calmate… le repetía mientras cubría las heridas de sus brazos. Sabía que algo estaba pasando.

En la mañana Gustavo le pidió a su madre que le ayudara a Nancy con las tareas del hogar; y que la acompañara. Estando en su oficina llamó a una de las profesoras de la Facultad, Beatriz Lienso, jefa de la carrera de Psicología, colega y amiga personal desde hacia largos años.

Después de contarle la situación, Beatriz bosquejó un diagnostico.

– Mira Gustavo, el tema es el siguiente, durante el parto la mujer pasa por cambios dramáticos en su cuerpo y a nivel hormonal. Cuando damos a luz, muchas de nosotras experimentamos un cambio aun más traumático, la separación física con el niño genera lo que se conoce como “Depresión Postparto”, una patología muy severa que a veces nunca se supera. Trae aparejado muchos problemas, los casos mas graves pueden terminar en el Síndrome de Munchhausen, en los que la madre lastima a su hijo y a sí misma para llamar la atención de su pareja y de su entorno.

Si bien Nancy no es la madre biológica de Abel, puede estar travesando por una situación similar, al ver crecer al niño, que cada vez se hace más independiente ella necesita llamar tu atención. Pero necesito verla, saber de primera mano que es lo que le está pasando, así no puedo analizarla. Te pido que la lleves a la casa, la voy a atender yo misma.

Gustavo se retiró de su oficina al mediodía, no quería dejar a Nancy sola.

Al llegar a su casa encontró cada rincón resplandeciente.

– ¡Mamá!

– Hijo ¿Qué tal tu día?

– Tranquilo. ¿Nancy como ha estado?

– Callada, bajó a desayunar, jugó un rato con Abel en el jardín y después se encerraron en la pieza.

– La puta madre.

– ¿Qué anda pasando?

– Nada mamá, no te preocupes.

– Hijo los problemas de pareja son normales.

– No es problema de pareja, es otra cosa.

– ¿Seguro?

– Si vieja, no te preocupes.

– Hijo, una pregunta. ¿Se les dió por cambiarle el nombre a Abel?

– ¡Ay no me digas que sigue con eso!

– No se, se le ha dado por llamarlo Kadim. Qué nombre más raro.

– Si, no sé de donde lo saco.

– Suena turco.

– Árabe mas bien

– Es lo mismo.

– No es lo mismo viejita.

– Ay bueno, vos porque sos historiologo.

– Historiador jajajaja

– Bueno hijo, me voy para mi casa, que tengas lindo día.

Nancy bajo por las escaleras, traía puesto un pijama, tenía el pelo enmarañado y los ojos pegados por las lagañas.

– Amor – saludó Gustavo

– Shhhhh – respondió ella.

– Amor

– Shhhhh, ¡carajo! Kadim está durmiendo.

– ¿Kadim? ¿De dónde mierda sacaste ese nombre?

– Yo no lo saqué de ningún lado, es el nombre que él eligió.

– Es un niño de seis años, él no puede elegir su nombre.

– No es un niño de seis años, es mi niño.

– Nuestro niño.

– Sabés lo que quiero decir Gustavo, no me la hagas más difícil.

– ¿Hay algo para almorzar?

– Tu mamá preparó un pollo, está en el horno, yo ya almorcé.

– ¡Ah bueno! ¿Como sigue esto? ¿Podremos ser una familia medianamente normal?

– Gustavo, tuve una noche de mierda, necesito descansar.

– Beatriz me invitó… nos invito a su casa. ¿Vamos?

– Mmm, no sé.

– Compró masitas finas.

– Vamos a pensarlo – le guiñó el ojo.

Gustavo almorzó una presa de pollo con desgano y fue hasta el living a fumarse un cigarrillo. Detuvo su mirada en el lomo de uno de sus tantos libros, se paró y lo sacó del estante.

– Kadim, Kadim de algún lado me suena – murmuró.

Estaba seguro que era de origen árabe, reviso en el índice y encontró sólo una pequeña alusión. Kadim era el nombre que le daban los jeques árabes a sus esclavos, pero no cualquier tipo de ellos, sino a los cristianos capturados durante sus incursiones en Europa.

En la Europa occidental los Kadim eran objeto de desprecio, porque los jeques no sólo los obligaban a servirlos, sino que les hacían convertirse al Islam. Cerró la enciclopedia, terminó el cigarrillo y rogó que solo fuera una palabra que ella repetía porque sí. Nancy bajo por las escaleras apenas pasada las 18.

Capítulo 3: La cita

– Kadim dice que quiere ir. Comentó Nancy

– Que bueno, menos mal que quiere – contestó Gustavo en tono sarcástico

Abel bajo por las escaleras, vestía una camisa, un moñito que había usado para un bautismo y el pelo engominado. Se vistió como si fuese a una entrevista. Beatriz Lienso vivía en la calle Olascoaga, a un par de cuadras de su casa. Habían acordado no forzar la situación, sólo sería una reunión social. Beatriz trataría de diagnosticar a Nancy. Abrió la puerta de su casa, recibiéndolos con un abrazo y una sonrisa.

– Hola querida, tanto tiempo. ¿Como estas? – saludó Beatriz.

– Genial, gracias a Dios – respondió Nancy

– Hola Abel – saludó al niño

– Kadim, llámalo Kadim.

– ¡Pero qué apodo más raro che!

– No es apodo, es su nombre.

El niño fijo su mirada sobre Beatriz

– Bueno, pasa Kadim, bienvenido a mi hogar.

– Muchas gracias Beatriz – respondió el pequeño.

– Buenas tardes profe – saludó Gustavo.

Beatriz lo saludó con un abrazo haciendo un gesto de desconcierto, con algo de preocupación. Era una casa vieja, pero cuidada, con muebles antiguos que en su mayoría estaban tapados por pilas y pilas de libros de hojas amarillentas y lomo desgastado, no estaban de adorno, por el contrario eran de consulta diaria.

Beatriz era amante de la cultura turca, su madre había migrado desde Anatolia a principios del siglo XX, en medio de la desintegración del Imperio Otomano. Sirvió unos pequeños pocillos de café, espeso y sin colar, como se acostumbra en la península, a Abel le sirvió un vaso de leche fría con unas galletas.

– Recuerden que el café no esta colado, bébanlo de a sorbos para no tragar la borra.

Gustavo la miro sorprendido, ella le devolvió una mirada cómplice.

– Nancy qué apodo más raro para Abel, decime, ¿De donde viene?

– Ya te dije que no es un apodo, es el nombre que él eligió.

– Pero es muy chiquito para tomar esas decisiones, es un niño, ¿Qué edad tiene?

– 6 años.

– Bueno, ¿de donde viene el nombre que eligió? ¿De donde viene Kadim?

– Fue su primera palabra.

– Su primera palabra fue papá – interrumpió Gustavo.

– No, su primera palabra fue Kadim, lo murmuraba antes de que lo destetara.

– Nancy, vos no…

– Contanos mas – Interrumpió Beatriz para evitar herir la sensibilidad de Nancy.

– Lo murmuraba, era como…

– ¡Kadim! – espetó el pequeño.

– ¿Amor qué pasa? – le respondió alterada Nancy.

– Contanos por favor – volvió a preguntar Beatriz.

– Era como un susurro, cuando un niño dice “papa, papá”, él susurraba “Kadim”, incluso lo hacia en sueños.

– ¡¡Kadim!! – el niño se paró y abofeteó a su madre, tiró la taza sobre la cabeza de Beatriz.

– ¡Abel! – se paró Gustavo. Lo tomó por los brazos y lo abofeteó. Lejos de asustarse, el pequeño frunció el ceño y le clavó una mirada intimidante. – Va a ser mejor que nos vayamos.

– Lamento que tengan que irse, otra vez será. – Dijo Beatriz. Su gesto difería mucho de lo que expresaba su boca.

Gustavo tomó su abrigo y a Abel del brazo, Nancy los seguía como un cachorro al que acababan de retar.

– Gustavo, mañana quiero hablar con vos a primera hora.

Apenas llegaron a casa Nancy subió las escaleras de la mano de Abel, azotó la puerta de la habitación y no dio señales de vida durante el resto de la noche. Gustavo cerró la puerta de su pieza con llave, no pudo pegar un ojo.

Continuará…