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Carta a mi hermano en cielo, fana de independiente

Hacen un par de años con Mauricio jugábamos a la pelota en el baldío del barrio, supuestamente se iba a construir la plaza que tanto deseaban los vecinos. A penas llegábamos de la escuela, dejábamos los guardapolvos en el espaldar de nuestra cucheta, nos poníamos los cortos, cada cual su camiseta y salíamos corriendo a juntarnos con los pibes del otro lado de la calle Junín de Las Heras. Siempre me pregunté como el gordo, como le decíamos de pendejo, era hincha del rojo, si todos en la familia éramos de Boca.

Los equipos ya estaban formados, él se juntaba con otros chicos más grandes que nosotros, y casi siempre nos ganaban, recuerdo que casi todos eran de Independiente y otros dos de San Lorenzo, y habían bautizado a su equipo como «Los diablitos», un equipo poderoso, el cual nadie le ganaba, ni los «Guerreros azules» en cual yo jugaba, y con una mescolanza de hinchas.

El siempre metía goles, y aunque yo los sufría por ser arquero, estaba orgulloso de ser su hermano, era el hermano del goleador de los poderosos Diablitos.

Una tarde de viernes, recuerdo que llovía a cántaros, y en mi casa mi mamá no nos dejaba salir hasta que la lluvia terminara, ambos mirando por aquella ventana que daba a la calle, justo frente a la casa de don Ortiz, el señor de la verdulería. Con la pelota bajo el brazo, y los cortos puestos, vimos a Sebastián, el vecino de la otra cuadra pasar corriendo hacia el baldío, y en un descuido de la vieja, nos escapamos, el partido no debería suspenderse ni por la más feroz tormenta. Ganamos a Los Diablitos 6 a 4… fuaaaa, ¡que partido! Llenos de barro terminamos, ‘’que festejo!!  A pesar de saber que mi vieja, estaba con una varilla de mimbre esperándonos detrás del arco para cascarnos a los dos por esa fuga necesaria.

Con el pasar de los años mi hermano si hizo más fanático de Independiente, del rojo de avellaneda, de los Diablos Rojos. Se mudó a Buenos Aires, Villa Domínico, para tener al club de sus amores más cerca, se casó y tuvo dos hijos, siempre digo que son la reencarnación de nosotros cuando éramos chicos.

De buena posición económica se embarcó en casi todos los viajes del rojo a otras canchas, dentro y fuera del país, y cuando venía a Mendoza, visitaba el barrio donde crecimos.

Un domingo, recibimos una llamada de mi cuñada, entre sollozos y vos partida nos comunicaba que Mauricio había tenido un accidente en la autopista Buenos Aires- La plata, para ver un partido de Independiente y Estudiantes, en cual, a los 32 años de vida había fallecido.

Ese hermano que se fue envuelto en pasión por sus colores, antes de apagarse, fue mi ídolo. Ese mendocino goleador del equipo del barrio los Diablitos me había abandonado, me dejó un puñado de cosas invaluables: el gusto por la historia, la pasión por un club, el placer por una buena partida de taba, los Vilma Palma, una imagen de decencia inquebrantable que fue clave para que yo no me desviara cuando me tentaron… Y claro, su descontento por no haber salido de independiente como él.

Recuerdo cuando yo era chico, Mauricio solía venir con un caramelo. Me lo daba y me decía “te lo manda el señor Independiente”. A veces, en vez de una golosina traía una aspirina. Ante mi mirada de asco, respondía “te la manda el señor malo”. Era un niño serio, pero cuando quería, tenía salidas memorables, aunque nunca deserté de ser Bostero.

Escribo esto en plena agonía. A no ser que obre un milagro, en una semana se habrán  ido a la B. No sé qué pensaría Mauricio ahora, pero estoy seguro que jamás se le cruzó por la cabeza que su invencible equipo repleto de copas, estuviese así, casi sentenciado, a días de adquirir esa mancha imborrable. Me costó añares despedirlo, hacer un duelo como corresponde. Creo que una buena parte de mi tristeza actual tiene que ver con que no puedo parar de recordarlo. De recordarte.

Volvé gordo. Aparecete de cortos, envuelto en una bandera roja. Decime que todo esto es una aspirina que me mandó el señor malo. Que nosotros comemos caramelos de vida. Enseñame de nuevo a aplaudir  los goles que me hacías en aquel baldío. Agarrame de la mano para salir a jugar  a la pelota en los días de lluvia a escondidas de la mami. Pedile permiso a Dios para bajar un ratito. Si no podes volver, te entiendo. Ya es hora de bancármela solo. Seré digno. Aunque, te aviso. A escondidas de Cecilia, mi esposa, voy a llorar.

NDR: inspirado por esta nota: http://www.pasionlibertadores.com/fanaticos/Aspirinas-y-caramelos.-Emotivo-relato-20130605-0033.html