/Con todo el amor del mundo te pido perdón Turco

Con todo el amor del mundo te pido perdón Turco

Deambulaba por casa en los horarios de la siesta con el sigilo de un ninja, la misión mía y de mis hermanos era tratar de no despertar al Cacho, mi padre. Para esa época trabajaba en los pozos de petróleo de YPF y tras cuatro días de arduo laburo llegaba a casa cansado con la cara de un buldog en celo. Recuerdo que descargaba los chivos carneados y los bidones de leche de cabra fresca que le obsequiaban los puesteros en forma de ofrenda. Llegaba a casa pasada las 14:00hs apuntándole a la cama desde el garaje y cuando nosotros veíamos aquella situación mi hogar entraba en un silencio sepulcral.

El gordo Cacho tenía un sueño liviano y cualquier ruido podía despertar la furia de Hulk, pero para ello mi madre nos había entrenado desde chicos y fabricado todo tipo de implementos que disminuían la estridencia de nuestro entorno. Mi perra “Inca” era libre hasta las 13:30 ya que luego le colocábamos un bozal, para obviamente evitar un ladrido inesperado, y si comenzaba a llorar, era encerrada en el cuartito de herramientas del fondo, insonorizado con maples de huevo.

Nosotros extirpábamos nuestros calzados y nos subíamos a los “patines”, una especie de rectángulo de lana tejido por mi nona, donde apoyabas los pies y deslizabas por todo tipo de superficies, aunque su uso más habitual era en los pisos de parquet, nosotros los utilizábamos por toda la casa para evitar el sonido que producían los zapatos al caminar. Mi vieja era una ferviente admiradora de los calzados L´époque suela reforzada, era como caminar con dos bolsas de portlan en las gambas. Gracias a eso hoy todos corremos maratones.

El timbre se desconectaba al igual que el teléfono, teníamos que zamarrear el naranjo del fondo para ahuyentar gorriones silbadores y nos despedíamos con una frase a coro “Que Descanses Papito”, a lo que el respondía “No hagan quilombo che”… un romántico.

Como a los diez años no dormís siesta y el televisor de casa se podía ver pero no oír, comencé a hurguetear en un baúl viejo, baúl en el que mama guardaba todos los disfraces para fiestas escolares que ella misma realizaba con ayuda de mi abuela, costurera de profesión.  Gracias a la habilidad de mi nona y lo al pedo que estaba mi vieja, si te tocaba ir de gaucho, eras el mismísimo Martin Fierro, si mi hermana tenía que vestir de masamorrera para un 25 de mayo, la pintaban con alquitrán, ya que mi madre sostenía que el corcho quemado no llegaba al tono negro requerido, y en un día muy caluroso podía correrse y destrozar así la ilusión. Una vez me toco de arbusto en la fiesta del deporte, mi vieja corto un Espino de fuego del jardín frontal de mi vecino, le adoso unos breteles y me lo clavo en la espalda, así fui caminando las 15 cuadras hacia la escuela perseguido por todo tipo de pájaros que deseaban anidar en mi.

Fisgoneando en el baúl levante una pechera de granadero y descubrí una camiseta blanca compuesta por tela de pique y un pequeño cuello adornado por 3 broches plásticos, tenia además un gran numero 7 azul en la espalda y sobre este las siglas CE. PA. DA al mismo tono. Estaba un poco maltratada pero conservaba su forma.

Cuando despertó Shrek, me vio sentado tomando la leche con la casaca puesta, preguntó donde había encontrado eso y si sabía que era lo que realmente tenía puesto. Ante mi negativa, comenzó a relatar la historia. Esta camiseta la usó tu Tío Alberto cuando jugaba al Vóley en CE.PA.DA, fue un gran jugador y aquel club era uno de los más importantes de Mendoza hace algunos años atrás, queda acá cerca a unas cuadras de casa, aseguro el gordo mientras me afanaba una tostada con dulce.

Esto me motivó al día siguiente a investigar más sobre este club de vóley. Resultó ser  que donde el colegio Avelino Maure situado a 500 metros de casa, por la mañana desarrollaba tareas escolares, pasadas las 18:00 hs hacia de escuela de vóley. Una suerte de celador, secretario, portero y preparador físico llamado Juancito Pereira, apenas los niños terminaban de recitar Aurora y la bandera descendía de su mástil de acero, cargaba sus amplios lampazos cual si fuera un caballo arrastrando una carreta y dejaba reluciente el patio del colegio, transformándolo  en una increíble cancha de vóley, colocaba las redes, sacaba los canastos con pelotas y las clases comenzaban.

Entré tímido, cohibido, humilde, quería investigar y averiguar horarios, días y costos de los entrenamientos, descendí unas escalinatas y ahí fue cuando la vi por primera vez. Se llamaba Profesora Silvia, casi de mi altura en aquella época, de unos veinte pocos años, morocha, pelo cortito, pocas bochas pero una figura esbelta, dueña de unas piernas diseñadas por Antoni Gaudi. Una audaz modeladora de calzas de lycra coloridas, lo que dejaba ver un trasero digno de una bailarina de alguna scola do samba carioca.

No entiendo como nunca recibió un premio Nobel aquel glorioso hombre que invento la tela de lycra, este ser nos enseño la figura real de la mujer, el contorno verdadero de su complexión. Este genio de la indumentaria femenina nos regala permanente suspiros gracias a su novedoso paño. A esa edad y en aquella época, las mujeres usaban buzos anudados a su cintura para cubrirse, con la espalda  su trasero y con las mangas el frente, que podía ser de lo más revelador. Ella no, ella usaba puperas y calzas, una inconsciente.

Después de averiguar los horarios y días de entrenamiento, salí inmediatamente a contárselo a la tropa que jugaba una 25 en el portón de Rafa. Al otro día, luego de una minuciosa descripción de lo que sería nuestra futura entrenadora, 18:00 horas en punto, éramos 12 sátrapas listos para convertirnos en jugadores de vóley.

Ese día comenzó lo que iba a ser mi deporte de cabecera, obnubilados por la figura de la profe Silvia, aprendimos rápido, recuerdo el día que por mirarle el culo mientras enseñaba ejercicios de elongación a unos alumnos, me reventaron la trompa de un pelotazo, después de eso trate de concentrarme un poco más.

Meche con futbol, yudo, natación, bicicrós etc… Hice de todo, pero siempre volví al vóley, lo amaba, era mi vida, pensaba y respiraba vóley todos los días. Pase por varios clubes y llegue a tener un tímido reconocimiento a nivel provincial, mi primer sueño fue jugar en la selección mendocina cosa que cumplí con creces, pero sabía que había algo pendiente, quería retirarme como los grandes deportistas, volviendo a las raíces, jugando con amigos de barrio, con los que había empezado la aventura y se quedaron en el camino.

Un día, ya en el fin de mi carrera deportiva, con esguinces en tobillos y rodillas que me advertían que el final estaba al caer, leí una frase de Alejandro Dolina que decía “Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables”.

Era viernes, las agujas del reloj rosaban las 00:00 horas, tenía 28 años y salía de un partido el cual habíamos perdido por poco, pero mi rendimiento no había sido el mejor, mis amigos de Barrio se juntaban en lo del Turco, exagerado “quincho” de la zona de Chacras de Coria donde los asados y previas se transformaban en noches míticas e imperdibles. Cansado, enganche el Corredor del Oeste de una sola primera, atormentado por la idea que se estaba gestando en mi cabeza.

Cuando llegué, los cadáveres de tinto adornaban una mesa que era atacada por carcajadas, Kachola, envalentonado por el fernet, se hacía parado frente al resto narrando alguna anécdota de su infancia. Saludé uno por uno como es nuestra costumbre y mientras Luquitas me ofrecía una copa de vino, otros ya calentaban restos de asado en las casi extintas brasas, para satisfacer mi voracidad.

Me enganche en la anécdota y reí junto a mis pares, cuando el silencio retorno, hablé. Tengo una idea, manifesté sin sacar la vista del sándwich de entraña que Anchura me había preparado, al recibir la atención de la mayoría concluí el planteamiento, quiero armar un equipo de vóley con ustedes y jugar una liga amateur, la verdad es que ya estoy un poco cansado y no tengo tiempo para grandes responsabilidades, continué diciendo ante la atenta mirada del grupo. Me gustaría entrenarlos para armar un equipo de vóley.

La respuesta positiva fue inmediata, muchos habían tenido un corto paso por este deporte en aquel legendario club CE.PA.DA, otros algún esporádico encuentro con él en sus respectivas escuelas, por lo que no les iba a ser difícil retornar a la base. Kachola por ejemplo, un prócer del deporte, un enfermito que puede relatar las reglas del bádminton en tres idiomas diferentes, los últimos 4 mejores jugadores de la década y sus estadísticas en cuanto a rendimiento en el último campeonato Asiático, sabe todo lo que hay que saber de deportes, así que con respecto a reglas y rotaciones no tendría mayores inconvenientes. El resto, en su vida habían pisado una cancha de vóley, no sabían si se jugaba de a 8, mixto o con raqueta.

Dimos las directivas para conseguir un lugar que contenga una cancha y poder entrenar, teníamos una semana para hacer las averiguaciones pertinentes. Lucas un trabajador municipal muy conectado en Godoy Cruz, (nuestro departamento) tardo 24 horas para conseguir una reunión con el secretario general de deportes, el cual se entusiasmó con la idea y nos ofreció el Club Biritos, una red y pelotas nuevas. Con esta noticia increíble el jueves 20:00 hs cite a todo el grupo para comenzar con los entrenamientos.

Bautizar a Biritos como un club era demasiado desmesurado, un playón sin techo con baldosas rojas desgastadas hacían de cancha y una abandonada grada verde, yacía inmóvil contra una pared de ladrillo descascado. Llegué primero con la bolsa de pelotas nuevas de bajísima calidad, la red de hilo sisal y un silbato colgado al cuello. En un gélido día de invierno, donde el termómetro marcaba 3 grados bajo cero, comenzó a germinarse esta historia. Puntuales arribaron de a pares, abrigados con gorros, bufandas y guantes, todos se hicieron presentes, recuerdo que me entusiasmó mucho  la motivación del grupo y luego de una pequeña charla, comenzamos a entrenar.

Los primeros días fueron durísimos, no solo nos afectaba el crudo clima, si no que el estado físico del grupo era preocupante, había que hacer hincapié sobre ese tema, ya que en la prueba de salto algunos no superaron los 20 cm. Y el test de Cooper fue una verdadera falta de respeto.

Al próximo entrenamiento Leandro ingreso al “club” con 6 pelotas Mikasa profesionales, dos varillas y un inflador, dividimos los costos y aun algunos deben unas cuotas a la causa. El equipo comenzaba a tomar forma. A las tres semanas, cuando la armonía en el juego comenzaba a desarrollarse, en un intento errado por  sacar de potencia, el Turco mando una de las nuevas bolas al patio del vecino colindante, era casi media noche cuando intentamos recuperarla. Sin medir las consecuencias, e impulsados por las ideas del loco Rafa, nos pareció mejor entrar por la medianera, a cometer el fatídico error de tocar el timbre y pedirle al dueño de casa el objeto en cuestión.

Tres tiros de una escopeta calibre 22 fueron suficientes como para descender a toda prisa y entablar la retirada. Al otro día nos habían prohibido el ingreso al club y el secretario de deportes nos aliño con todo tipo de puteadas. Nos habíamos quedado sin cancha en menos de un mes y teníamos una pelota menos.

Como el sueño no podía terminar allí, conseguimos una cancha prestada en una zona roja de la ciudad, la que compartiríamos con un equipo femenino que entrenaba horas antes. Biritos comparado a esto era el Estadio Olímpico de Beijín, el barrio donde estaba situada la cancha era una comarca señalada por sus antecedentes penales. El entrenamiento se iba poblando de a poco de seres misteriosos, adornados con piercings y gorras de raperos. Mis amigos suelen ser fanáticos de los carros modernos y de alta gama, meter al potrero sin luces que hacía de estacionamiento las megacamionetas o los Audis flamantes, era una invitación al choreo. La concentración de nosotros se situaba mas, en los autos y en los bolsos que dejábamos a un costado amontonados, que en el juego en sí. Entrenamos unos días mientras hacíamos gestiones para conseguir un mejor lugar.

Sabía que necesitaba motivar al equipo, ya que la expulsión de Biritos y el indigente estadio en el que entrenábamos estaba repercutiendo en el grupo. Los reuní una noche y les avise que había organizado el primer amistoso, la cara de asombro, nervios y excitación de algunos era conmovedora. Llegamos a la cancha a nuestro primer encuentro y el rival comenzó a asomarse. Era el equipo femenino que entrenaba antes. Yo sabía que nuestro debut no podía comenzar con una derrota, así que necesitaba un partido para que ganemos fácil y que mejor que a unas menudas niñas que recién comenzaban a jugar vóley. Eso sí, hable con su entrenadora y la red tenía que ser a la altura que ellas la utilizaban, 2,18 metros, 30 cm más baja que la que deberíamos usar.

El partido lo ganamos 3-0 sin piedad alguna, gritando puntos en la cara con furia a esas criaturas que no alcanzaban la mayoría de edad, recuerdo un remate del Capocha que dio en los pechos de una de las chiquillas, propiciándole una dolorosa caída, sin vergüenza alguna festejó como el Diego contra Grecia, gritándole a la cámara de un improvisado cameraman que filmaba el encuentro con su celular. Me fui muy contento con el rendimiento del equipo y decidimos ir a festejar con comida y cerveza, donde las calientes crónicas del partido anterior me dejaron ver que el estimulo había regresado.

A los pocos días recibí un llamado de Kachola, atendí y lo note más exaltado de lo común, resulta que moviendo algunos contactos en su trabajo, nos había conseguido un lugar para entrenar tres veces por semana en horario nocturno. La noticia se desparramo como un tsunami y en dos días estábamos presentes en el Club YPF, formando así el equipo de vóley masculino de primera división de tan prestigiosa asociación.

Cuando entramos al tinglado y encendimos las luces del tablero eléctrico, puedo asegurar que se nos crespo la piel a todos, esos pisos blanquinegros que derramaban historias deportivas, hoy eran nuestros, una cancha techada con una inmensa tribuna que adornaba el lateral izquierdo, bancos para los suplentes, camarines con agua caliente, gimnasio que nunca usamos y lo más importante, cargar sobre nuestras espaldas la responsabilidad de que ya no éramos mas unos improvisados, teníamos que defender un nombre, teníamos un nombre.

El cambio que se vivió en ese momento en el equipo fue increíblemente notorio, los entrenamientos se hacían fluidos, comencé con las evaluaciones y en el día a día todos fueron mejorando de una forma asombrosa, se comenzaban a decidir los puestos que ocuparían en la cancha cada uno y el estado físico era sorprendente, por lo menos ya no vomitaban cuando terminaban de correr.

Después de algunos entrenamientos, llegue una noche al estadio, espere que todos se hicieran presentes y les di la noticia, nos había inscripto en un torneo que se realizaba en CE.PA.DA dentro de un mes, participaban equipos consagrados en la Liga A2 Mendocina, como Gimnasio Numero 1, Talleres y por supuesto Centro Pablo Daguerre (CE.PA.DA) que hacía de local. Vos estás loco, no estamos preparados, vamos a hacer un papelón, declaraban algunos, otros más seguros y confiados ardían de júbilo.

Llame a mi primo Corneta, osado diseñador y le pedí con urgencia un conjunto de camisetas, necesitábamos números y nombres, ya que las reglas del torneo lo imponían. Pablito dono un juego de casacas nuevas verdes y blancas impecables, se las dimos al Corneta para que hiciera de las suyas. Le adoso unos increíbles números en la espalda y aplico los sobrenombres a la altura de los omoplatos. Además en una de sus mangas le coloco un halcón dentro de un triangulo y nos bautizo como “Los Alcoholes Galácticos”, un distinto sin dudas.

La presentación de la camiseta a mis compañeros tenía que ser digna de un equipo profesional, así que en una decisión de lo más errada, la noche anterior a nuestro primer encuentro, decidimos hacer un asado en El Nido, lugar que fue bautizado con ese nombre post nombramiento de nuestro equipo. Este es nuestro salón para eventos, nuestro club social, se trata de la cochera de Tejera, un sensacional lugar de encuentros donde desarrollamos cada semana alguna reunión para despejar la mente de la rutina cotidiana.

Primero se hizo la presentación del Blog Oficial de nuestro equipo, realizado por Kachola, blog que aun hoy está vigente http://halcolesgalacticos.blogspot.com.ar/ . Luego había preparado todo para que dadas las 00:00 horas, tres pulposas amigas ingresaran al aposento desfilando para nosotros nuestras casacas. Cuando se abrió el portón eléctrico y las vieron ingresar, la explosión fue conjunta, volaban botellas, platos, cubiertos, los aplausos, silbidos y gritos arañaban lo degenerado. El papá de Tejera, Silvio, se agarraba los cabellos como queriendo desarraigar a estos de su plantación. Cuidando la figura de las modelos, hice entrega de las camisetas a cada uno de ellos. Los nombres en las espaldas eran los apodos que fueron fijados a fuego para el resto de la eternidad, casi siempre impuestos por Anchura, el más creativo al bautizar de forma graciosa a una persona. Recuerdo que a la Tota Hoffman le empezó a decir “Siberiano”, porque tiene los ojos celestes pero sigue siendo un perro, nos explicaba entre carcajadas. Puedo jurar que si se armaba una cancha en ese momento y frente a nosotros se paraba la selección de vóley de Cuba, le hacíamos partido. La felicidad y motivación del grupo era increíble y les pedí que por favor no saliéramos de joda ya que mañana sábado jugábamos a las 11 horas.

10:30 me hice presente en el estadio y solo habían llegado dos, Kachola y el Turco. El Turco es una persona que propone permanentemente, es ese amigo que ama los deportes, y gracias a la generosa mensualidad que su madre le entrega desde hace 29 años, puede comprarse todo tipo de implementos necesarios para realizar los pasatiempos como un profesional. Si vamos a jugar paddle tiene la mejor paleta, si el encuentro es en la piscina, las mejores antiparras son de él, si hay que ir al Carrizal, moto de agua, casco y pechera. Es esa persona que le hace más o menos a todos los deportes, pero siempre está, es el primero en llegar y el ultimo en irse. No había faltado a ningún entrenamiento y ese día se había hecho presente con unas flamantes zapatillas Asics a estrenar, pantalón blanco de la selección argentina de vóley y 8 botellas de Gatorade.

Comencé a llamar desesperado al resto de la banda con lo que logre reclutar al Enano y al Capocha, que con una resaca importante llegaron a la cancha, fui a buscar al que vivía más cerca, el Rata, para completar los 6 obligatorios, pero la madre muy mal agestada, me confirmo que la noche anterior había caído preso después de una fuerte riña en la pista principal de la Guanaca. El partido comenzaba, nuestra presentación seria en unos minutos y éramos tres jugadores vivos, ya que Seba y Capocha dormían en uno de los cubículos del baño.

El árbitro y organizador del torneo, ajeno a nuestra situación con respecto al personal,  me llamo para avisarme que nuestros rivales no completaban los 6 jugadores, si podíamos esperar unos 15 minutos o cerrábamos planilla y los puntos eran nuestros. Sin dudarlo firme y ganamos nuestro primer encuentro.

Para nuestra segunda parada le prometimos a la difunta correa no salir y así fue. Nos tocaba CE.PA.DA y si ganábamos teníamos asegurado el pase a semifinal. La noticia se había corrido y la gente tímidamente se fue haciendo presente en el estadio. Ellos eran altos pero con poca técnica y nosotros nos basábamos en la teoría de buscar cada pelota hasta la muerte, no dejábamos caer el balón nunca, y no dábamos ninguna jugada por terminada.

El partido nos fue difícil pero ante la atónita mirada del público, nos llevamos el triunfo por un holgado 3-1, no podíamos creerlo pero estábamos en las semifinales.

Cuando los reuní antes del partido, el semblante del grupo había cambiado por completo, recuerdo sentir en ese momento que la semifinal la ganábamos como sea, parecíamos profesionales, concentrados, atentos a cualquier instrucción. Estábamos cambiándonos en los baños de la escuela Maure, cuando nos abrazamos y después de una corta charla salimos con la motivación de los mineros Chilenos.

El estadio se había poblado de amigos, familiares, novias, vecinos del barrio, que al escuchar bullicio en la silenciosa escuela, se asomaban para evacuar sus dudas. Nuestro Rival era Gimnasio Numero 1, ex compañeros míos de la época profesional, unidos para ganar este torneo de menor categoría y sentir así la gloria farsante. Nosotros con el respeto que nos caracterizaba, entramos a la cancha alentados por la mayoría de los presentes. El partido se nos complico poniéndose 2-0 ellos arriba y con un set más nos vacunaban para la eternidad.

Pedí minuto en el tercer set y vi en sus rostros la derrota prematura, la ilusión se nos escapaba y con paliza, el sueño de llegar a la final era saqueado por estos chantas, estafadores, hipócritas,  pseudo jugadores de vóley que bajaban de categoría para arrebatarnos el anhelo.

El silbato sonó para entrar a la cancha y mi frase fue esta, “recuerden que no vinimos a ganar, solo a dar un buen espectáculo”, una estupidez que tengo que haber escuchado en alguna de estas películas de peleas. Parecía que los Monsters de los Looney Tunes hubieran depositado sus poderes en mis compañeros, no caía una pelota al piso, los remates eran impresionantes, bloqueábamos pelotas por primera vez y con cada punto la gente estallaba en gritos y aplausos. Cada tanto, el árbitro tenía que parar el partido para que Juan Pereira pasara el lampazo y amontonara los papelitos en un rincón, que exaltados hinchas arrojaban sobre la cancha. Empatamos el partido en 2 sets y fuimos al Tie Break. Transpirados hasta las muelas y con alma de guerrero Celta entramos a la cancha, para esa altura la cara de miedo de nuestros enemigos era de caricatura.

El partido lo ganamos 15-13 en un ajustado final, la gente entro a la cancha a abrazarnos cantando “Y estos putos no nos ganan nunca más”, mi vieja revoleaba la campera como la Sole, el abuelo del Rata reventaba a botellazos una columna de acero para lograr así el mayor bullicio posible, la hermana menor de Seba, desencajada, revoleaba el bidón de agua, propiciando una lluvia inconstante que nos refrescaba por momentos, el caos reinaba en CE.PA.DA y el organizador del encuentro y ex profesor mío en la adolescencia, desbordado por la alegría y con lagrimas en sus ojos, me llamo a un costado y nos agradeció por devolverle la vida al club.

La final era a la semana siguiente y jugábamos contra Talleres, estos Turros jugaban en Primera A1 y utilizaban este torneo para entrenar, habían ganado todos los partidos sin despeinarse y esperaban cenarnos en el encuentro final. Nosotros llegamos decididos, envalentonados por la victoria anterior, pero cautos y siempre corteses.

Era domingo 20:00 horas, para ese momento el estadio era la tribuna de Huracán Las Heras, los jefes de mis compañeros de equipo con redoblantes y tambores le ponían ritmo brasilero a la situación, trapos pintados con nuestros nombres pendían de las claraboyas del tinglado, los trofeos descansaban en una mesa con un largo mantel rojo, a la espera de sus dueños, los flashes de las cámaras iluminaban aun más la radiante cancha. El árbitro toco el silbato y la final comenzó. Desde el primer momento les hicimos saber que no se llevarían el triunfo fácil y perdimos el primer set 25-22, para el segundo ya habíamos detectado sus falencias y con la inteligencia de grandes jugadores, los saque iban dirigidos a sus peores integrantes, mis compañeros demostraban que ninguna pelota picaba en nuestro lado sin antes ser conectada por alguna muñeca o pecho de un heroico camarada, nos llevamos el set por 25-23. El tercero se nos fue debido al desgaste físico y a la incredibilidad nuestra de haber llegado hasta allí, perdimos 25-20 y si dejábamos escapar el próximo set se terminaba la historia.

En ese momento rompí las reglas y el hechizo llego a su fin, como en un cuento de hadas donde el protagonista no cumple con lo pactado y la magia desaparece, en la cancha paso lo mismo, cayó el mismo maleficio y todo fue mi culpa. Cambie el código, desobedecí a las leyes propuestas por el grupo, invadido por la ambición de ganar o ganar, deje afuera todo el partido al Turco, pensando que mi experiencia podía revertir la situación, estaba cegado por el triunfo y deje de lado el compañerismo, el respeto y la amistad, los cimientos que habían logrado que nos encontráramos en esa final.

Perdimos el tercer set 25-21 y el primer puesto fue para ellos. Cuando el partido terminó,  descansábamos tendidos en las baldosas rojas, exhaustos, destruidos, desperté de la pesadilla y vi la cara de Turco, es una imagen que nunca olvidaré. No sé si él hubiera podido aportar algo mas para ganar el encuentro, pero lo cierto es que merecía jugar y yo lo prive de ello.

Las felicitaciones y aplausos del público caían a borbotones, todos estaban ajenos a lo que yo realmente sentía y ya nunca más podría restablecer, nos entregaron el segundo premio y emprendimos la retirada rodeado de familiares y amigos. Caminé en soledad por la plaza del barrio recordando como todo se dio de manera tan increíble. Mi carrera deportiva había terminado como había soñado y si bien había cometido un fatídico error en el final, sabía que lo había hecho por tratar de coronar un sueño con la mayor de las glorias. Aunque tiempo después me di cuenta que la mayor de las glorias fue poder compartir esos momentos con mis amigos.

Escrito por El Monje para la sección

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