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Cultura mendocina for export (¿?)

Los mendocinos somos raros en materia cultural. Desconocemos a nuestros artistas, a los que no vamos a ver ni gratis, pagamos fortunas para ir a ver a artistas foráneos y ponemos el grito en el cielo si la entrada para la Fiesta de la Vendimia sale más de quinientos pesos.

No pasa lo mismo con los deportistas y los médicos. Sin embargo, las carreras más elegidas en las universidades son para ser abogado y contador. Y no es que la cultura no haya dado buenos exponentes en estas latitudes.

«La cultura es lo que importa» decía Samuel Huntington. Y a los mendocinos nos importa la cultura foránea porque el otoño en Mendoza ya lo conocemos y nos da más alergia que el Zonda.

Aún así, los titulares de las instituciones culturales insisten en la autogestión artística y en manejar la “cuestión cultural” como si fuera la Peña de Morfi. Un rejunte bien cuiano (así, con i) en el cual se mezcla a Julio Le Parc, ganador de la Bienal de Venecia, con pelopinchos para culillos. Disculpen si soy recurrente, pero es que no hay remate para semejante bazofia, no por los culillos, sino por las pelopinchos.

Cuando decimos que “la cultura es lo que importa”, hablamos de transversalidad cultural. No se puede separar la educación sexual, la adicción a estupefacientes, el índice de delincuencia adolescente, la medicina preventiva, la limpieza de espacios urbanos y las energías renovables e incluso el desarrollo de la industria vitivinícola y petrolera, de lo que tiene que hacerse en materia cultural.

No se trata de poner cantores criollos en las bodegas, la Virgen de la Carrodilla en el Carrusel de la Vendimia y una ópera en el Teatro Independencia. Se trata de hacer laburo en serio.

Cada vez que un artista foráneo se sube al avión para aterrizar en Mendoza, ya tiene el contrato firmado y sellado, el pasaje emitido, el hotel reservado, las comidas y los traslados arreglados, el seguro pagado y el camarín listo para él y quienes lo acompañan en razón de trabajo. Alguna de estas cosas que no esté y el tipo no se presenta y que las entradas se las reclamen al productor del evento.

¿Por qué no pasa lo mismo con nuestros artistas? ¿Por qué los mendocinos que hacen gala de su profesión artística en San Luis, en Córdoba, en Buenos Aires, en Chile, en Colombia, en Berlín y hasta en Los Ángeles, acá tienen que pasillear para que los consideren?

Si el público mendocino prefiere a Romeo Santos o Pablo Londra, no está mal: Es una consecuencia de tratar a la cultura como parte y no como el todo, y de adoptar hasta a los próceres.

Pero, hecho el daño, ¿cuál sería el inconveniente en dejar de verduguear a los locales con el destrato al que los exponen con la autogestión territorial, y tramitar la visita de los foráneos con un intercambio para que los nuestros vayan a los lugares a los que, como no los conocen, los van a tratar como lo que son: artistas, no vecinos?

Sería un múltiple desafío. Para los artistas, que podrán perfeccionar y enriquecer su arte con un público que los valore. Para el público, que tendrá las opciones que busca y no le importa pagar lo que determinado artista cotice en el mercado. Para las autoridades, que aprenderán a trabajar como lo hacen en las grandes capitales culturales que, de paso, irían a visitar los locales y traerían más ideas que las que se les caen del techo del ECA incendiado.

Dejarán de existir los culturosos, los cultureros y los culturistas. Habrá espacios de sobra, habrá artistas para elegir, habrá espectáculos a la carta, habrá plata para cultura, habrá empresas dedicadas a los servicios culturales (imprentas, editoriales, estudios de grabación, estudios de danza, sets de filmación), habrá trabajo para armadores de escenarios, técnicos en iluminación y sonido, maquilladores, camarógrafos, diseñadores, músicos, actores, cineastas, editores, fotógrafos. Habrá mercado cultural para que nuestros creadores tengan materia prima para llevar afuera. Y habrá, sobre todo, respeto a la profesión artística, cumplimiento contractual y valoración del patrimonio cultural.

Quizás entonces, no nos visiten sólo para comprar vinos y ver la Bandera del Ejército de Los Andes, sino también por el legado de Armando Tejada Gómez, de Tito Francia, de Ángel Bustelo, de Antonio Di Benedetto (todavía no puedo creer que los alumnos del secundario mendocino no hayan leído ZAMA). Que los turistas quieran ver la Sphère Rouge de Julio Le Parc, o hayan visto un espectáculo de Contramarca en los grandes festivales de Tango del mundo. Que en las librerías se busquen los libros de Jorge Ramponi, Eliana Abdala, Omar Ochi, Gabriel Vachelli, hayan visto “Los oyentes” y “Desertor”, quieran fotografiar los paisajes de “Siete años en el Tibet” o “Vino para robar”.

Estamos llenos de corredores culturales que no hemos siquiera señalizado correctamente. La música cruza la barrera idiomática, los libros no pagan impuestos aduaneros, el cine es el producto más consumido en el mundo después del agua, el mercado de los videojuegos genera millones de dólares al año.

Acá tenemos todo, dejemos el folclore a la gorra y vayamos hacia algo más simple, digno y posible: exportar arte mendocino y bancar a nuestros artistas locales en sus proyectos internacionales. Esa es la verdadera gestión cultural que debe hacerse.

Con la cultura, el turismo viene solo y el vino se vende en dólares acá, no es al revés. Y si no, preguntale a cualquier mendocino viajero si le sale más barato vacacionar en Cancún o en Las leñas.

Te la dejo picando.

Escrito por Gabriela Savietto para la sección:

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