«…Las cosas que nos faltan, cuántas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de las ausencias.
Hay partidas, adioses de los que no volvieron ni volverán. Aun en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados.»
Mario Benedetti
Aunque sea difícil de creer, hay lugares que tienen la potestad de crear en su interior nuevos universos, pequeños submundos, ajenos al exterior, con sus propias leyes, pero sobre todo, logran generar en su interior un cúmulo de sensaciones de las cuales es casi imposible escapar, donde ni siquiera los más fuertes de corazón logran evitar.
En uno de esos sitios estábamos los dos, sin quererlo, arrastrados por la urgencia del tiempo y sus caprichos, con la certeza de sabernos cada vez más distantes. Sostuve con fuerza tu mano, con deseos irrefrenables de aferrarte a mí, pero nada podía hacerse, estaba todo dicho.
Adentro la gente vivía un estado de locura: muchos corrían al filo del tiempo, otros llenaban el pecho de aires nuevos, otros escapaban del dolor, de sueños rotos o de las miserias del corazón. Nosotros solo queríamos permanecer juntos, mientras el sopor nos invadía el alma, y nos llevaba lentamente hacia lo inevitable.
Nos sentamos mientras una voz poderosa anunciaba acostumbrados finales tristes, ciclos terminados, despedidas forzadas. Sentí tus manos temblar y te abracé con prisa, con la sensación de lo inminente. Mientras tanto en la sala, muchos derramaban lágrimas, hacían promesas, y se juraban amor eterno. Del otro lado, casi como si una barrera invisible nos separara de aquellos, se vivía otra realidad distinta, con rostros de felicidad y bienvenidas.
Miraste tu reloj, y el tiempo se nos iba consumiendo a raudales. Vi tus labios temblar, y las lágrimas brotaron de tus ojos verdes, quebrando lo poco que quedaba de mi resistencia. Lloré, porque sabía que tenías que partir, y que no había nada que hacer. Lloré porque te vi llorar, y me sentí perdido como toda esa gente que tenía a mi alrededor.
Me abrazaste con fuerza, y un mar de lágrimas con sabor a despedida nos inundó. Te besé y juré que sólo era un “hasta pronto”, que nos íbamos a encontrar del otro lado de la sala, donde llegan se dan las buenas noticias y las bienvenidas. Disparé un Te Amo, y vos sonreíste, y fue el tiempo de dejarte ir.
Me quedé petrificado, mientras vos te alejabas hasta desaparecer, indefenso y sin poder hacer nada más. Te fuiste y aprendí repentinamente lo que es la tristeza. Y entre tanto equipaje, seguramente viajará con vos aquella parte de mí que te llevaste, la que me falta para poder vivir sin vos.