El arte es lo más maravilloso que nos pudo pasar como especie. Es una locura poder disfrutar de cada bendita obra que estos genios realizaron con tanto especial cuidado a lo largo de la historia.
A los veinte pequeños años, creí que podía formar parte de semejante escenario perfecto y elegí adentrarme en las artes plásticas. Cursé poco más de un año, y me di cuenta a mi gran pesar, que no tenía ese don. Nací para admirar y no para crear. Lloré y reventé de la desilusión, pero así es la cruda realidad. Sólo estoy para amar el arte, nada más que eso.
El día en que me encontré en silencio con un Van Gogh, las piernas se me aflojaron. Ni hablar de un Monet, Manet, Degas, Cezanne o un Delacroix al alcance de mi mano. Por suerte tenía a una gran artista plástica a mi lado, que compartía ese frenesí de colores junto a mí. La mina desquiciada me hablaba de texturas, contrastes, luces y pinceladas y yo, por supuesto, vibraba enamorada junto a ella.
El arte me remueve cada centímetro del cuerpo. Me lleva a un nivel supremo de admiración difícil de explicar. Gente como Miguel Ángel, Leonardo, Modigliani, Vincent, Picasso, Loutrec, y tantos miles de seres preciosos y de otro planeta, a los que les entrego parte de mi corazón. Porque no hay mayor fortuna a mi criterio, que llevar tan bello don. Hacer de tus manos una herramienta magnífica digna de devoción.
Me resulta inevitable imaginar al artista creando su obra. El momento clave en el que Miguel Ángel sostuvo su cincel, e inició su primer golpe para trabajar ese mármol blanco, que terminó siendo «El David». Leonardo caminando de noche por las calles de Florencia y con la luna acompañándolo, tranquilo y con sus manos unidas a su espalda, intentando descifrar la manera certera y sublime de entender la vida misma. VanGogh en su locura hermosa, deslumbrándose con cada esquina que lo rodeaba, para crear cada una de sus más de ciento cincuenta obras conocidas por nosotros los mortales. Lautrec drogado de Montmarte y sus adoquines, pensando como revolucionar el arte y los burdeles a finales del siglo diecinueve. Y así podría seguir con cada uno de estos extraterrestres, que son los artistas que más quiero y admiro.
Si me dieran a elegir un momento en la historia para poder viajar, difícilmente podría elegir un solo tiempo. Me derrito por los años treinta y la llegada del arte abstracto, el Renacimiento, el arte gótico, La Belle Époque y el pop art de la mano de Andy Warhol, en los setenta. No puedo quedarme con uno, ni con dos. El arte es todo lo exquisitamente humano que se conoce. Somos arte. Todos nosotros. Aunque muchos, no sepamos dibujar ni una casa con una nube arriba. Y eso lo entendí hace muy poco.
Viva el arte. Viva esa creatividad explosiva. ¡Larga vida a los artistas!