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Después de ti vienen los vicios

Hay cosas que se nos olvidan decir en las despedidas demasiado apresuradas. Por despecho, exceso de dignidad o algún capricho digno de un adolescente que se encuentra escondido en un rincón de nuestro interior. Pero la vida además de darnos golpes duros, nos permite volver a ponernos de pie, aunque esto último suene un gran desafío, yo lo llamo «oportunidad».

Porque es verdad, si te separás de alguien a quien amaste mucho… duele. Duelen los recuerdos, las palabras que resuenan en tu cabeza, las lágrimas negras que se te mezclan con el rímel, los olores que te lo recuerdan y parecen tenerlo ahí, las promesas incumplidas, duele todo.

Pero por suerte o por desgracia para otros, después de todo eso, como si fuera poco, además vienen los vicios tras una eterna aceptación.

Quedarte noches enteras en desvelo viendo programas que ya no te dan gracia y que antes sí, también lagrimeás borrando cualquier cosa que en un mes o menos te lo siga recordando mientras vas comiendo un cuarto de helado que tenías freezado hace varios meses. Y de a poco te vas haciendo amiga de la idea de que duele, pero no sufrís. Porque el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, entonces te acostumbrás. Y aparece el vicio del llanto, ese que parece no tener consuelo, ese que nadie escucha y te rompe entera el alma y te hace crujir la garganta. Pero ¿sabés qué? también te sana. Tarda, pero todo sana.

Igual siguen los vicios, te fumas uno, dos, diez cigarros en su puto nombre mientras escuchás esa música de mierda que él te hacía oír. Sólo por el gusto de recordar y aceptar que sólo fueron eso, todo eso y ya no más. Después te toca comer, no querés volver a adelgazar pero ves la comida y no tenés ganas de probarla, pensar en ingerir un bocado de cualquier cosa te parece imposible con el estómago vuelto una piedra. Esa serendipia se destruyó tan fácilmente que hasta parece haber sido falsa.

Aparecen noches interminables mirando al cielo y reconociendo cada estrella, para preguntarles boludeces insatisfactorias que te hagan calmar la ansiedad que parece no saciarse con mantenerte desvelada, esas estrellas a quienes antes pedías por él y por su tranquilidad. Los vicios de las preguntas retóricas, las certezas de que el amor no existe y la esperanza de que algún día sí. ¡Qué sé yo!

Miradas frente al espejo que muestran una imagen donde no te reconocés, porque vos no eras así, alguna vez te viste y te sentiste hermosa y feliz. Esa imagen que sólo refleja todo lo que no querés volver a sentir y a vivir.

Lo bueno es que después de cada vicio viene la rehabilitación que te hace preguntarte: ¿en qué te convertiste después de tanto daño? Y es por eso que me gusta la calma después de tanta lluvia. El arcoíris que muestra la imagen más hermosa después del daño, hasta le tomás fotos. Lo observás con amor porque al final sólo depende de uno volver a estar bien. Para eso tenés que darte cuenta que vos no estás rota, que no estás mal, que vas a estar bien y que no hay que ir hacia atrás ni para tomar impulso. Tranquila, no fuiste vos, sólo tu hilo rojo se enredó en otro gil.

Para ustedes, mi corazón. Nos leemos la próxima.