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El amigo mentiroso

Todos tenemos en nuestro grupo cercano de amigos a un mentiroso compulsivo. A veces nos cagamos de risa, como en las publicidades de Quilmes, esas que te hacen creer que los amigos son la única razón por la que vivimos (yo me las RE creo igual, con piel de gallina y todo). Cuando miente te reís con un toque de ternura pero la verdad es que otras veces no podemos entender como puede ser tan cabrón/a de creer que somos realmente pelotudos de no darnos cuenta que todo lo que sale de su boca es una fantasía.

Yo lo he practicado en mi cabeza millones de veces pero llegado el momento de la verdad te da cosa decirle “Che… ¿posta me vas a mentir así?” porque generalmente en los momentos en que sueltan la catarata de zaraza es el momento del grupo en que se cuentan anécdotas personales, muchas veces repetidas (pero siempre divertidas). Viste que te quedas en silencio sabiendo qué historias van a contar tus amigos, incluso sabés de memoria el orden en el que se cuentan las anécdotas de cada uno pero el/la mitómano/a, lo digo con cariño, es siempre el último en participar.

Empieza. Cuando ya vemos dos o tres gestos muy característicos en sus manos o en su cara se nos prende por adentro la voz interna que habla y dice “Que hijo de puta, todos se dan cuenta que está mintiendo, ¿Qué carajo hago para no dejarlo en evidencia pero no quedar como un boludo?” Mientras tanto su boca se mueve y nuestra mente en silencio. Te pone mal la posibilidad de que se de cuenta que te diste cuenta de su mentira, engorrosa la frase pero irónico el sentido. No querés dejarlo en evidencia a pesar que mediante su relato, queda más expuesto que un par de tetas en un grupo de pendejos de 13.

Después con 2 ó 3 amigos del grupo lo debatís y siempre se llega a la conclusión de que hay algo de trasfondo en la vida de nuestro pobre amigo/a, que debería armarse una especie de intervención yankee o del tipo de Cris Morena para plantearle al mentiroso/a que estamos para apoyarlo en lo que sea, que su realidad de mierda es tan mierda como la nuestra, que lo aceptamos como es y bla bla bla pero siempre, y cuando digo siempre es SIEMPRE esa historia queda tan en la nada como el clásico método de escape mendocino: “A ver cuando nos vemos”. Nadie tiene (me incluyo) los verdaderos huevos/ovarios de decirle que deje de mentir, que está quedando como un real pelotudo/a.

De las historias más graciosas y más insólitas. Por ejemplo, una vez una querida amiga, por no decir amigo y revelar su identidad, me contó que tuvo relaciones sexuales en un vestidor de un supuesto desfile con una modelo a quien se acercó “sin darse cuenta” y de repente estaban dándose murra en el cambiador. Creer o reventar. En el momento todos los que estábamos escuchando por un par de segundos nos dejamos llevar y flasheamos que era la mejor anécdota del grupo, digna de aplaudir, esas que son irreales. Justamente, irreales.

Pero no solo es una historia difícil de creer por lo que somos: un par de boludos/as secos sin un mango que no llegamos ni de casualidad sin darnos cuenta a los vestidores de un desfile, sino que en sus ojos y en su boca pude darme cuenta la desesperación de ver que su cuento había ido demasiado lejos y ya estaba perdiendo credibilidad. Esa es la parte en la que todos nos morimos de vergüenza. Yo, en ese caso me cago en las patas y les digo la verdad, pero parece que el síntoma del amigo/a mentiroso/a realmente es no poder frenar y hasta creo, como consuelo, que se lo terminan creyendo.

De las historias más preocupantes, como esa vez que nos dijo que tenía un trabajo (medio inexplicable) y horarios de trabajo (los que todos soñamos tener) y un jefe re divino que verdaderamente no existía. Ahí no hay joda, ahí no queda complicidad para cagarte de risa, porque es verdaderamente una mentira que no podés justificar. No te quiere hacer reír, no quiere que pienses que es canchero, está inventando un laburo ¿me entienden? Un jefe, un horario, es decir una vida. Y pasa a ser parte de su vida normal en sus frases normales “Estoy muerto/a, me re bardié con mi jefe”… y nos quedamos todos en pausa. Se vuelve medio turbia la mentira tan jodida por algo tan normal.

Bueno pero me debo a mis lectores (aunque no creo tener lectores todavía) y tengo que tocar sí o sí esa parte de la mente que me vuelve loca, que me enrosca pensando y pensando y pensando hasta quedarme dormida. En otras palabras, un pedorro análisis al respecto. Me pregunto si realmente es una necesidad de tapar la propia realidad que abruma de torpezas reales y si estos amigos/as no tienen la capacidad de comprenderse en lo gastado, en lo gris, en lo que somos todos rutinariamente.

Cuando son amigos de verdad, te mata la pena de escuchar las mentiras y tu amigo, ese que miente, sabe que vos sabés. Siempre sabe. O al menos, eso me dicen sus ojos.

No todos los graciosos son siempre graciosos, no todos los exitosos son siempre exitosos y quizás a algunas personas esa realidad de no ser siempre aceptables ante el resto y peor, ante un espejo, los impulsa a inventar historias para salvar los momentos.

Creo que esas son las razones por las que nos termina enterneciendo y nos avergüenza un poco tirarles los baldazos de verdad en la cara. Me vuelvo a preguntar… ¿Quién soy yo para quitarle a mi amigo/a querida esa realidad fantasiosa que el/ella crea para su satisfacción? Yo tengo mis mundos paralelos, donde tengo mis amantes imaginarios, mis trabajos ideales, donde creo tener misiones marcadas en la vida y hasta puedo creer que soy más rara por cerrarlas en secreto.

Pero la realidad es que en todos los grupos de amigos o familia siempre hay uno, tomémoslo con risa, amemos sus anécdotas y si se vuelve profunda la cosa hablemos con los ojos.

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