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El día que el aborto fue legal

Esa mañana, Camila se despertó aún más preocupada que la noche anterior. Se miraba en el espejo, se ponía de costado para ver si ya se notaba algo… y es que no podía aceptar la idea de que una pequeña vida se estuviese desarrollando dentro de ella. ¡Recién hacían dos meses desde que había cumplido 16 años!

Las ideas se agolpaban en su cabeza: todavía no terminaba el secundario…¡y sus padres! ¿Qué dirían? Tenía muchos planes para su vida; quería estudiar una carrera universitaria… ¿Cómo haría todo eso con un bebé a cuestas?

Debería salir a trabajar, sin lugar a dudas, pero ¿Quién le daría trabajo así, embarazada y menor de edad?

Todo sucedió en un momento: Una fiesta, unos tragos de más y todo se le fue de las manos. Ella lo llamó “un descuido”… yo lo llamé falta de educación e información; pero finalmente, el resultado fue el mismo: un embarazo no deseado y mil dudas sobre el futuro.

Se cansó de llamar a Martín (el chico de la fiesta) pero desde el momento en el que pronunció las dos palabras mágicas “estoy embarazada”, él no contestó más el teléfono.

Estaba desesperada, ya no sabía qué hacer… ¿Decirle a sus padres? ¡jamás! nunca volverían a verla del mismo modo; sin contar la paliza que recibiría.

Llamó a sus amigas y les contó todo. Sus opiniones se dividían entre quienes creían que debía hacerse cargo de la situación y quienes opinaban que el aborto era la mejor opción… después de todo, el aborto libre y gratuito se había legalizado hacía ya poco más de un año.

Finalmente, decidió pedir a algunas de sus amigas que la acompañasen al hospital.

En mesa de entrada, la recibió un hombre con cara de poco amigos, quien le hizo un movimiento de cabeza como preguntando: ¿qué querés?

Ella, bastante incómoda, empezó a hablar:

– Eeee… el Evatest me dio positivo y…

No había terminado de hablar aún, cuando el hombre sacó la mano por la pequeña ventanita:

– Tu documento, nena.

Con manos temblorosas, sacó el documento de su mochila y se lo acercó. Entonces él tecleó algunas cosas en la computadora y escribió un papelito. Al pasárselo por la ventanilla, le dijo:

– Maternidad. Primer piso. Subí las escaleras y golpeá la puerta. Dale el papel al médico.

Se encontraba sola en sala de espera. No dejaron pasar a sus amigas… tuvo que resistir tres veces el impulso de irse de ahí antes de que la llamaran.

De pronto, una doctora se asomó:

– ¡Rodriguez!

Era su turno.

Una vez adentro, le explicó todo a la doctora. Le contó de sus miedos, que sus padres no podían saberlo, que no podía quedar un registro de eso, que realmente necesitaba solucionar el problema y seguir adelante… pero la respuesta no fue exactamente lo que ella esperaba.

Efectivamente, al ser menor de edad, el hospital se veía en la obligación de notificar a sus padres.

Si, se llevaría un registro y esto formaría parte de su historia clínica. Se la sometería a una evaluación psicológica y deberían ver la disponibilidad de médicos que quisieran realizar un aborto, ya que no todos estaban dispuestos.

Salió de ahí con un papel con requisitos, un formulario que requería su firma y la de sus padres y mil dudas más. Esto era demasiado para ella.

Recordó que su prima se había realizado un aborto en una casita del barrio Antártida en Luzuriaga hacía un tiempo atrás. Le llamó de inmediato, pidió todos los datos y concertó una cita.

No era nada barato, por lo que pidió ayuda económica a una tía y, junto con sus amigas, fue a la casa de Martín, quien ya había comentado la situación a sus padres y ellos no tuvieron problema en poner el dinero que faltaba a cambio de su absoluta reserva.

Camila murió dos días después en una casa de barrio cuando se le practicaba un aborto clandestino.

¿Quién pudo beneficiarse finalmente con el aborto legal, libre y gratuito? Nuestra chica no, obviamente… pero al gobierno de turno le sirvió para su estadística a fin de año: “Este año, los abortos se redujeron en un 40%”. Camila no entra en la estadística, ya que se basa en abortos realizados legalmente.

Camila murió por una sociedad y un gobierno que nos prefieren cómodos y brutos en vez de activos y pensantes.

Si ella hubiese tenido acceso a información, educación y contención…

Si hubiesen existido leyes que agilizaran los trámites de adopción en lugar de buscar caminos más sencillos…

Si como taller obligatorio en octavo y noveno año se le hubieran enseñado los métodos anticonceptivos…

Si desde el hogar, a temprana edad, sus padres le hubiesen enseñado sobre el asunto…

Entonces, tal vez, su historia hubiera sido diferente.

Educar es la única solución para que existan más manos que se ponen en campaña para ayudar y menos Camilas.

¡Vivos nos queremos! (A todos).

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