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El fin del mundo – Locación: Mendoza Suburbana

Desperté para ir al baño a eso de las 02:30, cuando soñaba que era el hombre araña, se me había acabado la tela y caía sin parar, y me levanté despacito para no despertar a mi mujer, bajé los pies esperando sentir el frio de las baldosas que en ese mes de julio de seguro estaban bajo cero. Mi sorpresa fue mayúscula cuando sentí, al posar mis pies, un calor indecible que casi me quemó, solo aquel que se ha despertado desorientado o de una pesadilla sabe cómo me sentí.

La ventana de nuestra habitación da a la calle y en la calle hay un poste de luz que te da la sensación de estar durmiendo de día, por lo que me extrañó la oscuridad reinante, aunque me calmé pensando en un corte de luz; lo que me desconcertaba era el calor del piso que se parecía a una de esas cosas que ahora usan los ricos para calentar todo el piso mediante el uso de calderas.

Busqué mis zapatos, que siempre están sobre la tabla de planchar que descansa plegada bajo la cama, me calcé y me fui a la ventana…¿para qué carajo lo hice y no me pegué un tiro ahí antes?; mis vecinos, son profesores y laburan fuera de la ciudad, por lo que siempre salen de casa a eso de las 6 am, pero ese día vi su vehículo salir de casa a las 02:32, junto a otro…y otro  y otros y gente en moto, en bici, corriendo, llorando a gritos, pidiendo morir antes de aquello…aquello.

Volví la vista hacia el oeste y vi lo que ningún libro, película, juego de video o puta pesadilla te pueden preparar para ver: hordas de perros negros de por lo menos un metro de altura, con centelleantes ojos y espumantes hocicos corriendo con descarnadas y largas patas, no detrás de la gente, sino entremedio de la gente, cuando alcanzaban a alguno lo mordían y este caía, no muerto sino se volvía un perro mayor aún y más furioso, fue así como vi familias completas destrozadas comiéndose unos a otros y agrandando la jauría.

Pero mi casa ¿cuándo era el turno de los míos?, desperté a mi mujer y sin darle tiempo a nada la arrastré a la última habitación, que es donde duerme mi madre, la encerré allí y volví a la habitación del medio donde los dos chicos dormían el sueño de los inocentes y sacándolos con mayor esfuerzo de sus camas los llevé también donde mi esposa y madre ya me esperaban manoteando la luz para ver qué pasaba.

Mi mujer con pánico me preguntó si estaba temblando o si se quemaba la casa, a lo que solo atiné a poner mi índice en sus labios y llevarla a la ventana de calle para que viera aquel holocausto que ya arañaba mi puerta.

Soltó el llanto y la llevé nuevamente dentro, me preguntó si era una pesadilla o si de verdad así iba a terminar el mundo, yo simplemente la abracé y con ella a mis hijos y mi madre, que sentada en la cama nos decía bajito: “no tengamos miedo” los junté en el suelo y empecé a musitar una plegaria, cuando un golpe fuerte astilló la puerta y la sacó de su quicio como un papel.

Allí frente a nosotros solo iluminado por un yelmo y una lanza había un hombre de dos metros y algo de altura por uno ancho, pletórico, cuajado de músculos, con un brazo cubierto de plumas negras mientras que el otro, el que sostenía la lanza, era de piedra, sus cabellos largos le daban un aire de señor guerrero de Asgard.

De rostro sereno el recién llegado me habló fuerte y claro, sin el miedo que nosotros mostrábamos por la externa jauría y su arrolladora presencia.

– Te buscaba…

Sin poder articular palabra, lo mire de hito en hito, intentando dar crédito a lo que mis ojos veían y mis sesos se negaban a procesar como información verídica, fue mi vieja la que con su característica pasividad le hablo al ser, saludándolo

– Señor, has venido, cuida de mi familia – a lo que la criatura respondió

– Madre estoy aquí, como pedís a diario y esta copa pasará de ti.

Mis hijos y mi mujer eran, como yo, mudos testigos del hecho y solo movían sus cabezas mirando a los interlocutores que en cualquier café del centro hubieran pasado desapercibidos, una viejita arrugada como pata de elefante en pijama rosado y un titán con plumas y piedras en los brazos…el dialogo terminó con un asentimiento del ser de luz y el arrodillarse de mi madre, que fue imitado rápidamente por los presentes, hecho esto el ser se arrodillo a nuestro lado y con su poderoso y emplumado brazo cubrió a los míos, dejándome fuera del circulo de vida, acto seguido y crujiendo como un terremoto su brazo pétreo se cerró también como una segunda puerta y ya no los pude ver…

Entonces me miró de frente (al arrodillarse había quedado  a mi altura) diciendo:

– Los tuyos salvos son, ve ahora y procura morir rápido…

– Pero… – murmuré – ¿es que yo no voy con ellos?

– No, sabes en que has faltado y cuál debe ser tu fin, has llevado mal tu vida y ello es ahora saldado.

– Pero – contesté – déjame al menos enmendar en algo mis errores y si voy a morir que no sea transformado en una bestia come sangre, sino en un hombre justo.

Se hizo un silencio. Lo miraba y él a mí.

Arañazos, gruñidos y aullidos en la puerta, en el patio se oía merodear y husmear cientos de narices, el olor acre de la muerte pasó bajo el marco de la puerta y se coló en la casa, los gritos arreciaron en las calles, la muerte se había posado en la ciudad y mandaba a sus sicarios a matar y destruir… un maullido, dos… tres… un gato engrifado.

Entonces ocurrió, volví a la realidad y recordé a mi gato que duerme en el patio y lo imagine devorado por los cancerberos que asolaban las casas, recordarlo y correr sin pensar hacia el patio fue solo uno, me arme de un cuchillo cocinero que descansa en un taco de madera sobre la cocina y peché la puerta de atrás…l a que se abrió y me dejó ver un panorama que difícilmente se hubiera imaginado el Dante, cuando pintó el infierno; una manada de a lo menos cincuenta canes negros y nervudos acechaban y dentelleaban al aire en mi presencia, más, ¿no se acercaban?…¿qué caraj…? miro hacia abajo y veo a mi joven gato, mi gran amigo, con la espalda arqueada y mostrando colmillos a los canes que me acechaban.

Uno de los fétidos animales lanzo un alarido (no aulló, gritó) y se lanzó contra mí, mientras que yo agarraba a mi gato del pellejo del lomo y a mí me agarraban del pellejo del lomo y me tiraban con descomunal fuerza hacia atrás…todo se volvió difuso, los olores del infierno reinante, la cabeza del cancerbero atravesando la puerta de mi cocina, la llama blanca cercenándole la cabeza, su sangre roja y caliente bañando todo a sus alrededor…mi somnolencia, mi olvido, mi inconciencia.

Desperté luego de un rato, y desorientado de nuevo giré la cabeza y vi a mi gato a mi lado con la clásica posición de dormitar felino, sobre las cuatro patas y con el cuello encogido, recordé rápido y me incorpore de un salto encontrándome a boca de jarro con un ser de igual tamaño al que cubrió a mi familia, de mirar torvo y penetrante me habló sin demoras:

– Gran arrojo el tuyo, el animal seguro iba a morir.

Y sin esperar respuesta me tendió su mano y me izó con ella hasta la altura de sus ojos, estudiándome cual entomólogo a una cucaracha… me bajó y habló:

– Azariel a quien ya conociste, es tu soporte, y yo Uzquiel el suyo, falta Habuhiah, y somos tres para tu casa, toma pues ahora esta espada y defiéndela pues la hora llega y tienes un nuevo comienzo.

Dicho esto me tendió un fierro que ya quisieran hacer en Tandil, una espada robusta, de mango de madera y hoja ancha, que no dejaba de emitir un fulgor ardiente de color blanquirojo, el fuego blanco, la pureza hecha acero.

Entregado el cuchillón me arrojó fuera y cerró la puerta con sus manos quedando sellada, me vi entonces solo frente a la jauría y a mis miedos más ocultos, la oscuridad y la soledad…ambas limitantes de esta vida de golpazos, aunque por poco tiempo, ya que el primer monstruo saltó con sus fauces espumantes y deseosas de mi carne, en un salto eterno como de dibujito animado japonés, salté adelante y me plante con la espada blanca echando el pie de apoyo atrás e inclinando el cuerpo levemente con el acero en alto, el perro lobo esquivó el golpe y atacó de lado pero cayó automáticamente cercenado por otra espada aún más grande que salía de mi espalda…

Sentí entonces el choque de mi espalda con la de otro ser, está vez de mi estatura y complexión, que me miró divertido:

– Habuhiah, estoy contigo desde tu concepción en madre, hemos recorrido juntos tu vida y ahora peleamos a la par, ¡¡eah!! Alza la espada y gana tu paz.

Dicho y hecho, arqueé las piernas, me puse firme  y ataqué y ataqué… y maté…o redimí  por horas allí en mi patio, junto a mi soporte, riendo de los buenos tiempos como amigos, recordando la niñez, las calles del barrio, el polvo y las baldosas quemantes de la vereda en las tardes de siesta, las manos de mi madre y la atronadora voz de mi padre, y mis hijos y mis amores y mis sueños todos conocidos por ese ser a quien conocía desde siempre y no había visto jamás.

Peleamos y rodeamos dos veces la casa, salimos a la calle y perseguimos a los hijos de la oscuridad como dos chicos a los conejos en el campo, hundimos las espadas  e hicimos correr a las criaturas primigenias de vuelta al abismo, por un tiempo que me pareció eterno hasta que un desgarrador grito hizo volver la cabeza a cada bestia y los puso en huida veloz en dirección contraria al sol que descollaba sobre el horizonte, la luz se había impuesto, el amanecer había llegado…

Miré hacia el mar, asomaba ya el padre sol iluminando las cumbres de la cordillera, pude ver entonces como los cadáveres se amontonaban en calles y casas, en acequias y árboles, personas conocidas y anónimas que habían encontrado su fin tratando de huir de sus errores. Dos altos hombres se encontraron en la calle, uno pateando los cuerpos que exhalaban humo y sangre a su paso y el otro cerrando con sus manos los desencajados ojos de los que le cerraban el suyo. Estando frente a frente el primero habló:

– Siempre encuentras hombres dispuestos a enmendar su pasado, cuando la muerte los acecha, alfeñiques despreciables en vida, héroes de última hora.

El otro, casi idéntico, le miró con paz y entrecerrando los ojos murmuró:

– Es su naturaleza, es su esencia, proteger lo que han forjado y a lo que aman, nada puedes hacer contra el inquebrantable espíritu humano, es nuestra imagen, es nuestra faz, somos ellos y ellos nosotros.

Habiendo hablado le mostró las palmas, y vi una llama en cada una, el otro, se inclinó en soberbia reverencia y alzó el vuelo, perdiéndose en un instante de mi enrojecida vista, el humo y el olor agrio de la matanza me embotaban todos los sentidos.

Vi al ángel mirarme y al sonreírme vi la imagen de mi padre, en su rostro, caí entonces de rodillas y solté un sollozo ahogado y profundo, levante la vista y le vi a mi lado, me tocó la cabeza y sentí su calor…al tiempo que caía viéndole alejarse, detrás del ser de los brazos pétreos y emplumados, el de la espada y mi amigo, los vi de lado pues ya estaba recostado sobre el piso, cayendo en sopor.

¡¡¡Áspero, áspero, ásp…ajjjj!!! La lengua de mi gato me obligó a retener el escalofrío y desperté sobre la leña de la churrasquera con mi mano asida a un cuchillo grandote que hasta el día de hoy está junto a mí en los asados, jamás pierde el filo y siempre me acompaña junto al vino en la mesa a la hora de la plegaria.

Escrito por Darkkatt para la sección:

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