/El insultómetro

El insultómetro

Lenguaje soez, crudo, grosero, procaz, o malsonante, es el conjunto de formas lingüísticas (palabras o expresiones denominadas malas palabras, palabras gruesas, libres, mayores, pesadas, picantes, sucias, o palabrotas doble sentido que se consideran por la comunidad lingüística o por parte de la misma como inapropiadas, obscenas, indecentes, deshonestas, injuriosas u ofensivas. El que emplea un lenguaje soez se denomina malhablado.

La perorata que antecede, extraída de wikipedia luego de una investigación de cinco minutos, quiere decir que voy a referirme a los que todos entendemos como mal hablados, o los carajeadores, los que insultan nada, poco o mucho.

Es de carácter intuitivo, pero fruto de años de observación. Vamos al grano.

Imaginemos una perilla negra, de plástico duro con números blancos, de unos diez centímetros de diámetro. Y cuando encendemos el aparato está en cero.

Nivel cero:

Significa que no hay malas palabras. La gente en este nivel es todo corrección, y si mi propia experiencia me dice que esto no existe porque ocultan algo atrás, suele verse conductas así. No insultan ni siquiera cuando se pegan en el dedo chiquito. A lo sumo un ¡por Tutatis! Cuando el ánimo se les desborda, suelen activarse muchísimos filtros que convierte en nube arcoíris un pedo de camionero, de un asado dominguero, caluroso y fermentado. Al referirse a cierto contenido sexual suelen usar palabras que infantilizan, como pitulín, farfalina, chumino, etc. Para hablar de cualquier medio audiovisual de contenido sensiblemente erótico para arriba, se refieren a, por ejemplo: películas de “esas”. Y para referirse al acto sexual en sí, usan cosas raras como “werejejeije jeje”.

Cualquier cosa que desvíe de la cópula tradicional es un acto impropio o una actitud equívoca.

Hacen el amor a oscuras, en silencio, con la puerta cerrada y de la forma más conservadora posible.

Quiero recalcar el hecho de que la gente así no existe. Es una apariencia.

Esta forma de comportarse es muy buena de los padres a los hijos, o de un profesor de catequesis a sus catecúmenos. Pero entre adultos es para desconfiar.

Nivel uno:

Giramos la perilla suavemente y se oye un click suave cuando se para en el número uno.

Son la inocencia personificada. Gente criada en el ambiente anterior y son así realmente. Suelen soltar palabras fuertes cuando algo los desborda, pero muy de vez en cuando, aunque la mayoría de las veces la cortan o las sugieren: “por la pu***”, “andate a la con***”, “la conciencia del pato”, etc. En las charlas informales hacen mención en voz baja a las partes pudendas y poniéndose incómodos y/o ruborizados. Suelen decir pene, teta, o vagina cuando la charla lo amerita. Con la esposa, el médico o alguien especial. Alguna vez han visto contenido adulto. Y puede, es raro, pero posible, que hayan tenido alguna conducta que se desvía de lo que el nivel anterior considera natural.

Se sienten muy cómodos con los del siguiente nivel, a los que inclusive suelen admirar.

Este es el nivel de los niños que descubren una mala palabra y la usan diez de las ocho palabras que puede tener una oración.

Hacen el amor como en nivel cero en forma rutinaria, aunque de vez en cuando, con alguien muy especial, se dejan llevar y prenden alguna luz, hacen cosas raras o usan palabras soeces. Y recuerdan toda su vida cada una de esas experiencias.

En síntesis, son una ternura.

Nivel dos:

La perilla hizo un suave siseo al deslizarse y dejó escapar un “clack” al seleccionar el dos.

La gente en este nivel miran con simpatía el anterior y con desdén el que sigue. Son inteligentes y cultos. Su vocabulario es amplio. De hecho pueden moverse indistintamente por toda la escala y con total naturalidad, según lo amerite.

Saben perfectamente que decir: tocate el pene, tocate el pito o tocate la pija son tres cosas diferentes. Una charla procaz con ellos es un deleite. Y ni hablar de cuando se tiene una relación sentimental: preparate, porque así como su vocabulario es extenso, su desinhibición también. Sus incursiones en los otros nivel son contadas con lujo de detalles en cualquier charla de café, y pueden terminar siendo artículos de algún semanario y/o pasquín como el mendo.

Inclusive, los más aventajados, suelen agregarle entonaciones a las palabras. De manera que decir vagina con cierta expresión en el rostro puede significar concha seca o húmeda.

Nivel tres:

La perilla se desliza con un sonido rasposo y al seleccionar el número tres suena como una cuerda de guitarra al cortarse. El aparato vibró un poco.

Los pertenecientes a este nivel pueden incursionar en el que sigue, pero son incapaces de ir más allá, y menos que menos, de descender.

Son la imagen que los de nivel cero tienen de todo aquel que usa malas palabras. Y ese el criterio imperante en el sentido común. De hecho, casi todos, cuando escuchamos a alguien decir una sola palabra soez, pensamos de alguien de aquí.

Usan lenguaje procaz para todo, más que nada, porque su vocabulario es reducido. Generalmente va acompañado de una mala higiene tanto física como alimentaria. Como muchas veces caen simpáticos, carajean sin sentirse siquiera ruborizados, y cuando notan que alguien se ha escandalizado, suelen usar frases como: “¡¡¡es un chiste!!!”, “no te enojes”, “Yo hablo así, y que…”.

Los piropos de esta gente son vulgares, aunque muy de vez en cuando, suelen ser ingeniosos: “con ese culo cagame en el pecho”, “Clavé alto sorete en el baño”, o el popular “que la sigan chupando”.

El sexo con esta gente es relativamente básico, y suele tener que bancarse cierta presencia de olores extraños. Aunque ellos lo disfrutan como reyes y la mayoría de las veces cuentan con lujo de detalles, en charlas con sus amigos, regado todo con un tetra con alguna naranjada.

Las damas y no tanto del nivel uno suelen fantasear con alguien de este nivel.

Hay frases que están paradas en ambos niveles, este y el anterior, como esa que dice: “te voy a colocar una naranja en la boca, y te la voy a chupar hasta que te salga fanta”, visto en una parada de colectivo y que considero una obra de arte en si misma.

Y lo más simpático de todo, es que cuando estuvimos con ellos nos puede llegar a salir un “que hijo de puta este tipo, como putea”. Han dejado una semilla soez en nuestra psiquis.

Nivel cuatro:

Al girar se siente como si arrastráramos un hierro sobre ripio, y al seleccionar el cuatro, como una madera al quebrarse. Hay que sacar la mano rápido, porque el aparato está caliente y da ciertas descargas estáticas.

En este nivel es cuando la cosa pasa a mayores. Aquí se agita, diría el turro de la calle. Es un estado transitorio de quienes quieren pasar a la acción. Los términos pueden o no ser ciertos pero sí casi siempre exagerados. Una forma simple de estas formas es el “tu mamá es tan gorda que un abrazo apretadito se hace entre cinco “suasenaguers” de dos metros” que vemos en las películas norteamericanas.

Las expresiones son onda: “vos, puto del orto, porqué no callás, la recalcada concha de tu ma**”, “che, rey del pete”. Aunque también se puede usar para subir los decibeles de las relaciones sexuales. Una frase del nivel anterior, cuando la ocasión lo amerite, puede convertirse en un diálogo en este escalón. Y al cabo de cuatro y cinco frases están pegándose mansa tranza. Por ejemplo. Alguien en la calle puede decir: “la conchuda esa”, pero si el vago le dice a la mina, en pleno clima previo “vení para acá, conchuda mía”, la cosa puede ponerse interesante.

El límite superior es cuando las palabras tienen cierta certeza, y hay algún trastorno psiquiátrico en el hablante.

Nivel cinco:

Tenemos que girar la perilla con un guante de amianto, sobre suelo de goma. La perilla está muy caliente, y al girar hace un ruido como guitarra distorsionada y cuando se selecciona el cinco, se corta la luz y queda todo en silencio.

La persona que insulta en este nivel te dice exactamente lo que piensan. Y usa las palabras precisas.

Es el nivel del psicópata. Del que no le importa un carajo lo que sentís, aunque puede que si, pero quiere lastimarte. Es el nivel también del poderoso, del político soberbio cuando no tiene que mostrar su cara demagógica, del empresario en el círculo íntimo. También los asesinos en serie y los villanos de películas. No voy a usar términos soeces en este ítem, puesto que han dejado de ser graciosos y son bastantes temibles.

Suelen ocultarse en el nivel cero, y es por ese que se les suele tener desconfianza. Un pedófilo es bien de este nivel, disfrazado del nivel inicial. Yo he visto personas absolutamente bien habladas transformarse en demonios destructivos con las palabras cuando sacan su verdadero rostro.

Conclusión:

Imaginemos un terreno con un pasto de altísima calidad y bien cuidado. Los insultos representan las piedritas, los insectos, alguna que otra yerba, los árboles, en fin, lo que hace que ese terreno sea ese, y no cualquier otro. Las malas palabras, para mí, le dan el toque singular a todo lo que podemos decir, inclusive, cuando las insinuamos. Hace unos años conocía a una señora mayor, decididamente del nivel tres, que nuca dijo una palabra soez, pero se manejaba en temas relacionados con total tranquilidad:

“-…si, estas señoras de vida fácil, como era joven?

-¿Putas?

– Si, esas, hacen cosas con la boca que a mí me enseñaron que no se puede”

Y se reía cómplice. Adorable.

También es digna de mención la gente que usa otros idiomas para insultar: “ese perro me mordió los nipples”. El personaje del Merovingio en Matrix II hace una interesante acotación respecto al Francés y sus malas palabras.

El punto de esta nota es que debemos relajarnos al escucharlas. O leerlas en las redes sociales. Muchas de estos términos son usados cuando alguien busca generar un clima, o sea, nivel cuatro. Y reírnos como si perteneciéramos al nivel tres, o sea, tomando las cosas como de quien viene.

Un abrazo.