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El origen del «guón»

Es una palabra cuasimoderna, muy usada en Mendoza e inclusive en Chile. El origen está a la vista: una suerte de diminutivo de ese clásico “huevón” que solía pronunciar Patricio Monseñor en los sketchs de Pipo Cipollatti en “La TV ataca” del año 1992.

Sin embargo, en Mendoza, huevón, tiene un significado algo distinto al del resto del planeta criollo: se lo usa como “vos”, “¿me entendés?”, “¡estúpido!”, “¡cumpa!” y “¡maestro!”, inclusive. ¿De dónde salió este hábito lingüístico?


Dionisio Alcides Cuervo era el nombre de una escuela convertida en bowling en los años 40. Quedaba en la Villa Cabecera de Maipú, más concretamente en la calle Salmón, a ocho cuadras al sur de padre Vázquez, o sea. Esa escuelita había sido fundada por Prudencio Rodolfo Eurnakio Ballesteros Morán, para los obreros viñateros que trabajaban en su bodega La Curvita. Por ser don Dionisio el primero que se sacó un diez en séptimo grado es que la escuela llevó su nombre –dicen que don Ballesteros Morán había organizado una competencia de dictado y el que menos errores ortográficos cometiera se iba a llevar el premio de llevar su nombre en la escuela, parece.

A mediados de los años 30, en Mendoza nadie decía la palabra “huevón”, salvo en esa escuelita de Maipú.

Todo comenzó cuando una mañana el alumno Ochoa (no hay documentos que digan cuál fue su “first name”) salió del aula, muy enojado al patio, con una hoja en la mano. La directora de la escuela lo llevó a su despacho y diez minutos después –cuando hubo cebado el mate de la media mañana- la directora llamó a otro alumno del curso del alumno Ochoa a su despacho.

Los documentos encontrados no revelan con claridad cuál fue la trama, pero críticos posmodernos de la historia argentina le dedicaron en debate al tema y llegaron a la siguiente conclusión: parece que la hoja que llevaba el alumno Ocho (ver imagen) tenía una cantidad determinada de palabras, que los estudiantes tenían que contar. Si habían ocho palabras, la respuesta era ocho: eso fue lo que argumentó el enojado Ochoa. El otro alumno, más frío que el agua de Valparaíso, se limitó a contestar “nueve”. Cuando la directora hizo sonar el silbato y analizar la jugada, se encontró con que, efectivamente, había una palabra oculta en una coma, que sin querer había escrito la señorita maestra. Su decisión fue salomónica: formalmente habían ocho palabras, pero se podía admitir una novena palabra “extraña y misteriosa” oculta en la única coma de esa oración. El alumno frío le hizo leer a Ochoa tantas veces esa palabra rara y de rápida pronunciación –para que entendiera bien de una vez por todas- que su psiquis le configuró un esquema de negación que le produjo una reacción epiléptica vocal: “¿guón? ¡no, guón! ¿guón? ¡no, guón!…” así, como escribíamos en la escuela, “sucesivamente”.

Dicen que el alumno Ochoa no pudo terminar con su crisis vocal durante toda esa mañana y sólo después de ser obligado a ingerir un té de burro, recién a los dos días su garganta le dijo “basta, guön”: ya era tarde, el rumor se había corrido en toda la provincia, inclusive dicen que figuró como una breve en la sección departamentales del diario El Andino, de aquella época (noviembre de 1934 ó 35).

Hoy los mendocinos usan el guón no sólo en lugar de las comas, sino también en los puntos, dos puntos y comillas en las oraciones. Tomemos un ejemplo extraído del diario Clarín..

Fuente: Mario G. Simonovich.

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