/En los cumpleaños muere más gente de la que uno esperaría

En los cumpleaños muere más gente de la que uno esperaría

En mi familia, adoptamos la costumbre de sentarnos en la mesa y ver alguna sitcom yanqui para no amargarnos con el noticiero. Empezamos viendo Friends, después algunas temporadas sueltas de Community, y desde hace un mes mi hermana nos introdujo a la divertida Modern Family, de la que cada tanto Netflix se acuerda y agrega una nueva temporada. En el penúltimo episodio de la última temporada disponible- que creo que es la diez, no recuerdo- trata sobre los cumpleaños de todos los personajes. Durante un año exacto, y en orden, se nos muestra cómo hubieran querido celebrarlo, y lo contraponen con el desastroso- y a la vez hilarante- cumpleaños que terminan teniendo. Es un episodio muy divertido, y dio la casualidad que lo viéramos con mi novia, que se integró a mi casa hace algunas semanas para atravesar la cuarentena y pasar conmigo su cumpleaños.

Para ella, este cumpleaños fue bastante extraño: por el distanciamiento, no pudo ver a su familia o salir a bailar con sus amigos. O hasta disfrutar de un poco de privacidad para nosotros dos. Tal vez por eso se me ocurrió distraerla con lo que aprendí en un curso rápido de psicoanálisis, y discutir sobre el mal que la aquejaba que, en su caso, eran los cumpleaños. Comenzamos por lo más frívolo: cual fue el mejor y cual el peor, continuando con un listado detallado de regalos, de quienes fueron los invitados más molestos, o cual habría sido para cada uno el servicio de catering ideal.

Inmediatamente nos preguntamos por qué algunos cumpleaños son más importantes que otros: el del primer añito para los padres, el de quince- o dieciséis en otros países- para las adolescentes, o el de cuarenta para los adultos. En nuestro caso, mi novia cumplía veinticinco, lo que para nuestros amigos tenía que ser una fecha bastante importante. ¿Pero por qué ese y no otro? ¿Nadie se emociona de cumplir veintinueve, o de ir a una fiesta de una diecisietañera? Por ahí leí que, en Alemania, cuando una pareja llevaba tanto tiempo junta – unos veinticinco años- se les obsequiaba alguna cosita de plata para celebrar su unión. Las famosas “bodas de plata”, que unos siglos después varias joyerías de EEUU adaptarían para su mercado, y las renombrarían “silver birthday”.

Busque más, como que para los del new age, el veinticinco simboliza tiempos de cambios, en los cuales uno deberá tomar una importante decisión. O que en la quiniela es el número de la gallina. Y que, para la biología más elemental, veinticinco sería el último cumpleaños que una persona sin amputaciones podría expresar usando todos los dedos de su cuerpo- aunque conozco algunos que tratarían de hacer trampa e intentar llegar a los veintiséis.

Si hay algo peor que una pregunta sin respuesta, es responderla con otra pregunta: ¿y por qué celebramos los cumpleaños? Mi novia, que tiene una amiga jehovaino, se sabe de memoria el discursito sobre el origen pagano de esta celebración: velas, canticos, ofrendas, y un deseo de prosperidad y protección. Todo muy siglo tres o cuatro antes de cristo. Aunque históricamente cierto; teológicamente estaríamos condenando su existencia. Si recurriéramos a otros especialistas, laicos, en su mayoría profesores universitarios con mucha hambre o sobrepeso, concluirían que todos disfrutamos de asistir a un banquete –si en especial es gratis- con música y chupi. Pero ahí era irse al otro extremo, al de un apologista de cumpleaños. Y tanto mi novia como yo, creemos que los extremos se tocan: o agasajas a tus amigos o contentas a los dioses. Y por más altruista que seamos como especie, a todos en el fondo nos gusta que el cumpleañitos gire alrededor de uno.

Por eso descartamos las explicaciones y nos volvimos prácticos: ¿para qué nos sirven? La primera consecuencia que se nos ocurrió sobre cumplir años en este o en otro día, era que alteraría tu signo del zodiaco, lo que para algunos te convertiría en una persona más paciente, más honesta, o un geminiano con problemas de bipolaridad. Era obvio que nos ayudan a llevar la cuenta de lo que podemos o no hacer, como que a los sesenta y cinco ya no es recomendable subirse a las montañas rusas, o que desde los dieciséis podés votar para Presidente, un cargo para el que legamente hay que esperar hasta los treinta para poder desempeñar. Incluso puede determinar tu calidad de vida: si nacías el 30 de enero de 1813 y tu mamá era esclava, te esperarían unos cincuenta años más de esclavitud, mínimo. Pero si aguantabas adentro unas horitas más, a partir del 31 regía la libertad de vientres, y hasta te tenían que obsequiar utensilios de trabajo cuando cumplieras dieciséis.

Después recordamos su utilidad como unidad de tiempo, en el que algunos ensayan como un fin de año adelantado para ponerse metas y promesas. O como mi novia, que los compara con los ciclos bíblicos, y especula que cada diez años ocurre una desgracia global: en 2009, casi celebró su quince con la pandemia de la Gripe A, y ahora su primer cuarto de siglo lo recibe con toda la fiebre por el coronavirus. Yo los prefiero como un signo de nuestros tiempos y creencias. Por ejemplo, yo, que nací el doce de octubre, de chiquito celebraba la llegada de Colón a América- y hasta me peleaba con la señorita para que me dejara en los actos de mi colegio católico. Después de adolescente me puse muy zurdo, y se volvió el día de la identidad aborigen, y a lo León Gieco decreté que ese fue el último día de libertad en nuestro continente. Ya de grande, entendí que esa lucha debía ser librada por su gente y no por un hijo de gallegos, y me concentré en honrar la diversidad cultural mientras esperó que España vuelva a habilitar la doble nacionalidad.

Tanta política nos hizo dar vueltas, y mi novia creyó conveniente volver a las bases, ponernos serios, científicos, y descomponer el cumpleaños en sus elementos más básicos y esenciales. Lo importante- me dijo- es el cumpleañero: es su día.

Y yo, que tomé clases de boludo nihilista, señalé que, con su lógica, los cumpleaños tendrían que tratarse de celebrar esa bella excepción que compartimos todos: personas únicas e irrepetibles, distintos del resto.

¿Vos sabes cuantas personas nacen por día? – pregunté- Trescientos sesenta pendejos por día, de a cinco y seis por segundo. Son tantos, que estadísticamente en un grupo de, ponele, veintitrés personas, casi un grupo de secundaria, hay un cincuenta por ciento de chances de compartir cumpleaños con otra persona del grupo. Y ni sabes cuantos se mueren en tu cumpleaños.

El número es ciento cincuenta mil por día, pero no la quise amargar. Me quedé calladito y busqué agua para el mate. La vida es tan puta que alguien sacó una cuenta y descubrió que, siguiendo con los numeritos, es más probable que palmes ese día que en cualquier otro.

Por suerte ella siempre ve el vaso medio lleno, y señaló la hermosa consecuencia de compartir años con tantos desconocidos, era asimismo coincidir con los cumples de muchos famosos. En la Wikipedia hay una enorme lista de nacimientos por día, y mi novia – de volverse famosa- compartiría lugar con Leopoldo Lugones. También con un ex secretario de la ONU, con el youtuber Martín Cirio, o el cantante de Weezer, y hasta el que hace la voz de Buzz lightyear. Para su mala suerte, también estaba el del Pity Martínez, algo insoportable para alguien tan xeneize como ella. Pero la lista también señalaba otros eventos: algunas fiestas nacionales, muchísimas defunciones, tragedias, y ocurrencias intrascendentes. Un cambalache de sucesos en el que bailaban el día internacional del albinismo, el día del escritor argentino, y otros no tan alegres, como que los kurdos de Sulaymaniyah recuerdan cada 13 de junio a sus mártires en la lucha por la independencia. Celebrar y conmemorar no son sinónimos.

Y tanto quilombo nos puso filosóficos. Algunos alemanes creyeron que la historia contaba una historia. Puede ser una flecha ascendente o un tobogán hacia los infiernos, un chiste sin gracia o la mejor novela jamás publicada, y que tenga o no moraleja es otra discusión aparte. Yo soy de los que piensan que una vez que libramos al tiempo de todas esas fechas, promesas o pesadillas que nos encanta montarle encima, se vuelve más divertida de interpretar. Siempre me gustó el discursito que suelta Dr. Manhatthan al final de Watchmen, donde compara el nacimiento con los milagros: “Millones y millones de células compiten para crear la vida, generación tras generación hasta que por fin. tu madre ama a un hombre (..) Y de toda esa contradicción y contra todo pronóstico inimaginable eres tú… Solo tú… La que surge para dibujar una forma tan específica de entre todo este caos. Es como transformar el aire en oro. Un milagro…»

No seremos únicos, pero sí afortunados.

Y algo así son los cumpleaños: fiestas paganas, llenas de marketing y gente interesada, misticismo barato, suerte y desgracias. Y aunque no es bonito saber que cada vez que alguien sopla una velita, mueren dos personas; tengo la fortuna de tener a alguien muy especial conmigo, que me corrige cuando mastico con la boca abierta, o empleo muchos adjetivos, y que siempre me recuerda que, a la vez que se van dos, otras cuatro personitas nacen.

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