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El macho ¿deja de serlo cuando usa crema antiage?

Las minitas siempre hablamos de lo mismo, de las tetas caídas, la celulitis, las patas de gallo y esas cosas muy de huequitas que algunas tenemos y recordamos cuando viene el verano.

Pero como no me interesa hablar de mujeres ni cenar con tortas, es que estuve armando esta encuesta en la que la opinión quenchi la tendrá el macho cabrío argentino.

La moda del mal llamado metrosexual ya pasó. Todos sabemos que pasando los 30 nos arrugamos como una camisa lavada en un lavarropas a paleta. Y mi más profundo respeto para el que a los 20 ve como día tras día se le van volando las chapas gracias a la malparida genética de su padre, su abuelo y la que los parió a los pelados.  Entonces el pobre tipo se tira el jopo para un costado, para el otro; si la pelada es “papal” (la circunferencia perfecta en el medio de la capocha) el lengüetazo  de vaca es mortal.

Hay una realidad, y es que el tiempo y la gravedad nos afectan a todos. La panza sponsoreada por Quilmes ya no vuelve a la normalidad, queda y se acumula entre los restos fósiles de las vacas y las mollejas. El relojito biológico se queda sin pilas y ya no cagás al mismo horario ni la cantidad de veces como lo hacías a los 16. No, papito, no.

Es entonces cuando yo me pregunto, o sea, les pregunto: ¿Si pudieran elegir entre hacer ejercicio, ponerse cremas, hacerse unos retoques, aprovechando de la magia del bisturí, qué se harían? (Al que mienta respondiendo lo maldigo con una cagada a pedos de la novia – con esa voz agudita que todos aman…- reclamando cuándo se van a casar y porqué es que aún no deciden los nombres de sus futuros hijos ¡Sean sinceros guachos, eh! Que yo maldigo “de enserio”)

A todos los que respondieron “Mi novia dice que así soy sexy”, mi más querido pésame y tengo unos sombreritos que les vendrán de 10.

Pero si no te pinta ni ahí, –repito- ni ahí, ser querido por tener un cuerpo sexy, no olvides la regla de oro “Billetera mata galán”.

Chau papuchos, ¡hasta la próxima! “Estrañaba” molestarlos. ¡Ai lovius!

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